Comienza el día mientras sabemos que alguien menos nos acompaña en lo físico. La vida tiene estos trances, que conoces más conforme pasan los años. Normalizamos mediante la «socialización» los conceptos y los métodos que nos imponemos o que resultan de la pura naturaleza de las cosas.
Abonamos las horas venideras con la esperanza de un aprendizaje y de un reencuentro en lo bueno que nos impulse por las veredas que nos mostraron nuestros ancestros, que siempre quisieron, y aún estiman, lo mejor para nosotros.
Las sendas de la docencia son a menudo difíciles, pero nos aportan ese hábito que nos arregla los corazones y nos explica buena parte del trayecto.
La sencillez nos acompaña toda la existencia. Lo que ocurre es que no siempre la queremos ver como tal. Nos debemos esforzar a lo largo de los años para que las importancias se establezcan en su sitio oportuno.
Los valores del honor, de la decencia, de la honestidad, de la amistad, de la voluntad y del esfuerzo compartido nos regalan «empatías» que nos emplazan a seguir por el mismo itinerario en reiteradas ocasiones.
La experiencia nos provoca que lo veamos así conforme transcurren los años. Es un regalo, en ese sentido, el suceder de los días, que nos ubican en la perspectiva precisa. Al final, y al principio, quedan los sentimientos reales.
Por eso, de vez en cuando, a modo de renovación de votos, nos hemos de manifestar la valía histórica y las motivaciones por las que nos encontramos aquí. Hacer el bien y vivir son dos de las máximas. Comenzar con estos pensamientos ayuda enormemente. Prueben.