De lo que tuve tiempo de ver en esta 72 edición de Zinemaldia, a donde he regresado este año tras una larga ausencia, les voy a hablar de lo que más me ha interesado, un puñado de películas, de las que algunas figurarán quizás en el Palmarés.
El hilo conductor de este balance muy personal y no exhaustivo es en primer lugar la palabra dignidad. Mas allá del puro divertimento los mejores cineastas son aquellos que, a mi entender, intentan ser testigos de su tiempo, que aportan materia de reflexión y de debate al espectador.
Numerosas son en lo que he visto de esta selección oficial las obras que abordan el tema de la dignidad humana desde ángulos y temáticas diversas.
El derecho a una muerte digna
La lucha por el derecho a una muerte digna ha estado muy presente a través del Premio Donostia a Pedro Almodóvar, con la proyección fuera de concurso de su primera película en inglés, y con estrellas de Hollywood como Juliane Moore o Tilda Swinton.
«La habitación de al lado» es una adaptación de la novela «¿Cuál es tu tormento?» de la neoyorquina Sigrid Nunez, en la que Almodóvar visita con su propia estética cinematográfica el tema de la eutanasia, y del derecho a una muerte digna. Una estética que, en su cine actual, lejos de la marginalidad de sus comienzos, tiene una pátina de revista de moda en papel glasé, o de revista fotográfica de lujo, que a mi juicio resulta artificiosa y poco natural.
Las dos excelentes actrices llevan la película sobre sus espaldas y el guion hubiese ganado con menos digresiones en la narración, en su generoso mensaje en favor de la eutanasia y contra la deriva neoliberal y neofascista de nuestro mundo actual, que hay que saludar y agradecer, así como sus declaraciones en la ceremonia del premio Donostia y en rueda de prensa.
Del derecho a una muerte digna nos habla también «Le dérnier souffle» (el último suspiro) la película en competición del francés, de origen griego Costa Gavras, una adaptación del libro homónimo nacido de la colaboración entre el escritor Regis Debray y el médico Claude Grange.
Rodeado de un brillante reparto de actores (Kad Merad, Denis Podalydes, Marlilyne Canto, Charlotte Rampling, Karin Viard o la española Ángela Molina), el veterano Gavras nos libra un optimista alegato filosófico y literario sobre el fin de la vida, pero más centrado aquí en los cuidados paliativos que acompañan las patologías dolorosas.
A sus 91 años de edad, Gavras se interroga sobre esta sociedad occidental nuestra que da la espalda a la muerte, y que abandona a sus ancianos, y sobre esa cuestión existencial que es la actitud de cada cual para aceptar con serenidad nuestra inevitable desaparición.
No se trata aquí de un documental, sino de una ficción centrada en la relación entre un escritor hipocondriaco y un generoso médico especialista en cuidados paliativos.
Gavras muestra más bien lo que debería ser que lo que en realidad es hoy el mundo hospitalario, amenazado de destrucción por las políticas neoliberales. Pero su reflexión es tónica y necesaria y la expresión artística de su cine de excelente calidad.
De fin de vida nos habla también «Los destellos» de Pilar Palomero en competición, con dos excelentes intérpretes: Patricia López Arnaiz y Antonio de la Torre. Basada en un relato de la escritora Eider Rodríguez, la película filma la intimidad en la relación familiar entre un enfermo de cáncer en fase terminal, su hija y su exmujer, de la que se separó quince años atrás.
«Cuando cae el otoño», del francés François Ozon, nos habla también del tránsito a la muerte y de las relaciones tóxicas entre madres e hijos, y su guion, cargado de humor negro, reposa en sus dos actrices principales: Helene Vincent (excelente y digna candidata a un premio de interpretación) y Josianne Balasko. Dos amigas que arrastran un pasado de esos que dejan huella. Un trauma familiar sugerido en las primeras imágenes y que el espectador va a descubrir paulatinamente.
En la desigual filmografía de Ozon, prefiero películas como «En la casa», «Frantz», «Gotas de agua sobre piedras calientes», y «Ocho mujeres», y aunque con ciertas reservas añado ahora «Cuando cae el otoño» al pelotón de cabeza de su prolífica filmografía.
La condición de la mujer y la dignidad
Con «Soy Nevenka»la española Iciar Bollain aborda desde la ficción la historia de Nevenka Fernández, un proceso por la dignidad, en el que una joven concejala miembro del Partido Popular (la derecha neofranquista) que había sufrido acoso sexual, logró por vez primera en España que fuese condenado por la justicia un político, Ismael Álvarez, el alcalde de Ponferrada (provincia de León).
Iciar Bollain y su guionista Isa Campo (quien la acompañó también hace dos años en «Maixabel»), saben evitar los peligros de la caricatura política y cuentan para ello con un excelente actor: Urko Olazabal en el papel de ese político acostumbrado a la impunidad más absoluta y al abuso de poder.
Nevenka es la actriz Mireia Oriol, en un papel en el que resulta más convincente sobre todo en la segunda mitad con su transformación cuando sufre el acoso de ese político en quien tenía confianza.
«Soy Nevenka» muestra así mismo con acierto la ley del silencio impuesta en Ponferrada por el «clientelismo» y la corrupción, así como las consecuencias de ese proceso, que data de hace más de veinte años, en el que a pesar de obtener la condena del todopoderoso alcalde, Nevenka perdió el proceso «social» en la denominada «opinión pública» de la época.
La mayoría de la gente en Ponferrada la consideró como una «buscona oportunista» y disculpó moralmente al agresor. En consecuencia, Nevenka tuvo que escapar a esa presión y exiliarse en Gran Bretaña, en donde rehizo su vida, marcada para siempre por ese abuso de poder.
La condición de la mujer en tiempos de la segunda república en 1931, es evocada también en «La virgen Roja» de Paula Ortiz, producción gallega que relata la singular historia de Hildegart Rodríguez, relatada por Eduardo de Guzmán en «Aurora de sangre» y de la que existen dos versiones de relieve: un documental «A virxe roxa» de Carlos Nine, ilustrado con fragmentos de clásicos del cine y una ficción realizada en 1977 por Fernando Fernán Gómez, «Mi hija Hildegart», con Rafael Azcona como coguionista.
El caso Hildegart, del que se habló mucho en los años treinta, fue luego completamente olvidado. Aurora Rodríguez Carballeira mató de tres disparos, uno en el sexo, otro en el pecho y otro en la cabeza, su hija de dieciocho años que ella misma había concebido y educado como niña prodigio en un siniestro proyecto eugenista para crear «la mujer del futuro», liberada del yugo masculino de la sociedad patriarcal.
Freud, Nietzsche y Marx eran las referencias intelectuales contradictorias de esa tiránica madre, que perdió el control sobre su hija cuando ella cumplió sus dieciocho años y conoció a un joven militante socialista. La película de Paula Ortiz, que arranca con la proclamación de la segunda república en 1931, muestra bien la contribución de Hildegart como motor del feminismo en un partido socialista en el que las mujeres estaban totalmente ausentes.
La joven Hildegart está interpretada por Alba Planas, pero la que se impone con mucha mayor convicción en la pantalla es sobre todo Najwa Nimri, en el papel de esa madre manipuladora, egoísta y posesiva que asesinó a su propia hija.
La condición de la mujer es abordada así mismo con brio en «El lugar de la otra» de la chilena Maite Alberdi, pero en el Chile de los años cincuenta, y a partir también de una historia real, cuando la escritora María Carolina Geel mató a balazos a su amante en el prestigioso hotel Crillon de Santiago. Un escándalo que marco su época.
Aunque experta documentalista («La memoria infinita» 2023) Maite Alberdi ha optado aquí por la ficción, pues hoy ya no quedan testigos de esos hechos. Su guion se basa en uno de los relatos del libro «Las homicidas» de Alia Trabucco (2020), y se construye a partir de las indagaciones de una joven escribana sobre ese suceso que la prensa calificaba de «crimen pasional».
Elisa Zulueta interpreta ese papel de ayudante del juez, creado para la ficción, y que fascinada por la personalidad y el medio social de la célebre escritora homicida (interpretada por Francisca Lewin), va a ir poco a poco identificándose con ella. Excelentes ambas actrices en este relato que muestra como la muy evolucionada sociedad chilena de la época negaba la existencia de la mujer.
Negación incluso de su estatuto jurídico, ya que toda mujer homicida era considerada como loca o histérica, sin buscar más allá en las causas del delito. El contexto social y machista de esa sociedad chilena están bien reflejados en esta obra que interpela sobre la «invisibilidad» de la mujer. Película de época, pero un tema siempre actual.
La dignidad laboral o trabajar para vivir
El tema de la dignidad humana y con un personaje femenino está presenta también, pero a través del mundo laboral en la mirada sutil de la cineasta portuguesa Laura Carreira con su película «On falling» (Acerca de la caída), rodada en Escocia.
Se trata de una brillante opera prima cuyo guion se inspira en su propia experiencia vivida, para relatar la historia de una joven inmigrante portuguesa en Glasgow, que trabaja en una cadena de gigantescos almacenes, estilo Amazon.
Ese nuevo proletariado multiétnico, sometido a los nuevos métodos de explotación nacidos con la mundialización, está representado aquí por la joven Aurora (la actriz Joana Santos) que vive en colocación con otros inmigrantes y trabaja como «picker» (preparador de pedidos) repitiendo mecánicamente los mismos gestos a lo largo de su jornada laboral.
Carreira filma esa monotonía y esas repeticiones en su trabajo como en su casa, siguiendo de cerca a su personaje, con esa forma de filmar que nos hace pensar en el cine de los hermanos Dardenne, o de Ken Loach, pues ambos han creado escuela.
Asistimos a la soledad de Aurora y a las banales discusiones sobre las series televisivas en el refectorio de la empresa a la hora de comer, como al comportamiento de los capataces o «jefes de equipo» en dichas empresas, que recompensan a la mejor estajanovista con una chocolatina.
Todo eso es evocado por Carreira sin cargar las tintas, y sin designar culpables, sino más bien con una justa descripción neo realista de ese triste mundo laboral, aunque dejando justo al final una ventana de optimismo en su abierto desenlace.