Alguien fue quien nos convenció que la edad cronológica constituía una diacronía evolutiva parcelada y fechada en el transcurso del paso del tiempo.
Les recomiendo la lectura de «La Fenomenología del espíritu» de Friedrich Hegel, «La sociología descriptiva» de Herbert Spencer, «La psicología de la inteligencia» de Jean Piaget o simplemente el «Libro del apocalipsis» de San Juan.
Y tras realizar este pequeño ejercicio de lectura se podrán sentir doblemente convencidos. Pesa demasiado ser no-oficialista o querer objetar categorías del llamado pensamiento profundo humano. Razón del tiempo.
Tuve la suerte de vivir esa etapa que hemos descrito como la transición política española. Era niño. Y a casa de mis padres llegaban diferentes invitados que traían a amigos (o supuestos) con sus propios hijos e hijas que deberían ser amigos de amigos (por ser los hijos/as de éstos) más el «más allá», que en este caso lo recuerdo a través de aquella práctica de la «ouija» que se decía de alto riesgo. Debería de serlo, sus amigos (los de mis padres) más los amigos de sus amigos estaban obsesionados con un señor llamado Francisco Franco que tuvo que ser un personaje «público», una especie de oráculo que veía el mundo o aquel nuestro mundo.
Recuerdo al resto de los niños y niñas de «sus amigos» jugando a esconderse dentro de los armarios. Sí, en unas ciertas actividades peregrinas en los roperos. Aquel no era mi espacio, para qué me servía aquel lugar sin luz. Yo me sentía atraído a mirar entre el humo del tabaco y el alcohol de los adultos a observar su mundo o quizá meramente a entender porque mi mundo debía de esconderse en los rincones de la casa y cual era la razón de no poder participar a mis 7 años de la tan arriesgada práctica de la «ouija» más si mi mente estaba más despejada por no aspirar tanta nicotina ni ingerir alcohol.
Les cuento todo esto, aparte de advertirles de mis aficiones por reclamar mi espacio de niño al lado de los de mis adultos, para indicarles que durante uno de los trances de «ouija» fue aquel oráculo y personaje «público» (el tal Francisco Franco) quien parece ser me expulsó de aquella animada tertulia entre las manos entrelazados de todos aquellos adultos que querían competir dictando contra un niño de 7 años de la incipiente democracia española. ¡Yo era el clarividente, eran ellos (los adultos) amigos de sus amigos y padres de mis amigos de otros amigos quienes movían aquel vaso de duralex! Para esta vez verdaderamente enfadado ocultarme ciertamente en el armario y tramar mi más larvada y profunda venganza. Iba a saber del mundo, y de la política y de España y su transición. Por esto, irremediablemente, estuve abocado a leer a Hegel, Spencer, Piaget o al propio San Juan.
Que sirva este anecdotario particular para trascendiendo los particularismos propios entender de una vez ciertas cuestiones, y vuelvo a hablar como niño de 7 años.
¿Qué tipo de espacio permitimos los adultos que la infancia explore?
¿No debemos incluir a los adolescentes en el pacto social y no dejarlos excluidos por el hecho de serlo?
¿Deberíamos prosperar en el modelo de relaciones intergeneracionales y constituir normas al respecto compartidas?
Sino piensen lo siguiente, si los adultos ocupamos el espacio ético central (o el supuesto), ¿no estamos empujando continuamente a los adolescentes a ocupar otro espacio social limítrofe (supuestamente no-ético) donde puedan diferenciarse obligatoriamente de nosotros en su construcción particular? ¿Y a esto, los adultos lo llamamos onanismo?
La particularidad del espacio conferido se enfrenta al propio espacio de adscripción. Existe una pugna real por el control del espacio-social que genera el discurso latente y es una pugna normatizada en la propia adscripción del poder adulto. Parece que se pretende que el adolescente no opine, sólo obedezca a realidades conferidas y que a día de hoy, creo que requieren de revisión.
Benjamín Franklin dijo: «Cualquier sociedad que renuncie a un poco de libertad para ganar un poco de seguridad, no merece ninguna de las dos cosas».
Quiero decir con esto, que intentando superar los tópicos y mitos mil veces expresados y por ello no ciertos, y a su vez los propios particularismos dichos, los Servicios de Redes Sociales digitales y en este caso Facebook con su nuevo formato de posibilidad de configuración de la privacidad para adolescentes de 13 a 17 años (tal y como se lanzó el jueves 17 de octubre de 2013) cuando ahora, los adolescentes, pueden hacer públicos sus comentarios, abre una ventana novedosa donde los particularismos de otros puedan agregarse en la invitación de la apertura de esa ventana a poder trazar nuevas posibilidades y realidades, y ser entendidas de manera común.
Aprendamos, ciertamente, sobre posibilidades no exploradas en este nuevo registro, sabiendo del esfuerzo compartido, también por Facebook, por asegurar un buen uso de la Red Social.
Parece ser que la Red, esta vez, se arriesga a aprender en la particularidad de este debate público y abierto.
Que quede abierto el debate y dejemos opinar.