Si llevas mucho tiempo con malestar, hinchazón, estreñimiento tras comer, y no sabes qué está sucediendo, probablemente eres intolerante a la lactosa, el azúcar presente en los lácteos, y no lo sabes.
Se estima que alrededor del 80 % de la población mundial presenta algún grado de intolerancia aunque es más frecuente en negros, asiáticos, judios y mediterráneos si bien, las poblaciones del norte y centro de Europa cuya alimentación se basa en derivados de la leche, tienen una mayor tolerancia a la lactosa que el resto de la población mundial.
Cuando nuestro intestino no produce lactasa o la produce en baja cantidad, al llegar la lactosa intacta al intestino grueso, se producen las molestias digestivas y la tolerancia que irá in crescendo en la medida en la que hayamos ingerido lácteos. La lactosa es un disacárido formado por una molécula de glucosa y otra de galactosa. Para digerir este azúcar necesitamos romper estas dos moléculas y liberar así dos monosacáridos que son absorbidos sin problema. Cuando por alguna razón el intestino no produce LACTASA, o la produce en baja cantidad, la lactosa llega intacta al intestino grueso y al fermentar produce molestias digestivas.
En el cuadro clínico el paciente presenta molestias que varían de una persona a otra, aunque son comunes la hinchazón abdominal, los gases, las diarreas, heces blandas y las náuseas, vómitos y dolor o espasmos intestinales. En algunas personas es frecuente que tengan estreñimiento o dolor al defecar por la acidez de las heces.
Cuando hablamos de alterar la mucosa intestinal el resultado es tener una mala absorción de otros nutrientes, falta de concentración y cansancio acusado. Para diagnosticar la intolerancia a la lactosa es necesario ver la historia clínica del paciente y confirmar la misma mediante una prueba de tolerancia a la lactosa, la prueba del aliento y una prueba de acidez fecal si es on no intolerante y en qué grado.
La intolerancia a la lactosa se divide en tres grupos: la primaria, llamada hipolactasia adquirida, que sucede progresivamente dado que se produce menos lactasa hasta llegar a límites bajos que se manifiesta la intolerancia por incapacidad para digerir la lactosa que realmente no tiene solución. El tratamiento de por vida sería retirar los productos lácteos de la alimentación o reducir su consumo a límites tolerables. Es posible que no tolere un vaso de leche pero sí el queso curado o el yogur, que se toleran bien.
La secundaria o temporal; que surge como consecuencia de otros problemas que han causado daño intestinal; cirugía, celiaquía, enfermedad inflamatoria intestinal, infección intestinal, consumo de antibióticos, diarreas graves, estados de malnutrición, etc. Y en tercer lugar, la congenita, que sucede cuando el bebé nace y no tolera la lactosa. Este caso es realmente poco frecuente y tiene como consecuencia que tampoco tolera la leche materna. En algunos casos, las personas que no consumen lácteos llegan a desarrollar una intolerancia porque dejan de estimular la producción de lactasa; eso sugiere que al volver a tomar lácteos sea incapaz de digerirlos.
Existen actualmente opciones vegetales para sustituir la leche, ya sea con avena, arroz, almendras o soja. El aporte protéico de los lácteos no supone ninguna dificultad suplirlo con alimentos vegetales como las legumbres, los frutos secos, los derivados de la soja y las semillas. A la dieta sin lactosa se le puede añadir sardinas en lata, atún, salmón, ricos en calcio y bajos en lactosa para prevenir la osteoporosis sobre todo en mujeres. Se calcula que entre el 70 y el 80 % de los pacientes responden bien cuando se retira la lactosa y el resto, pueden mantener los síntomas porque además padecen un intestino irritable.