“Viniendo del Holocausto, en mi familia sabemos que cuando juegas con humanos estás haciendo algo muy malo”
“Tres idénticos desconocidos” (Three identical strangers), documental dirigido por Tim Wardle, ganador del Premio del Jurado en el Festival de cine Independiente de Sundance, es la historia entre fascinante y terrible de tres gemelos separados poco después de nacer.
En 1980, en Nueva York, Bobby Shafran y Eddy Galland descubren por casualidad, con diecinueve años, que nacieron el mismo día y son gemelos idénticos adoptados por familias diferentes a los seis meses. Cuando el relato de su reencuentro aparece en el periódico New York Post aparece otro joven idéntico, David Kellman, quien fue adoptado por una tercera familia. Las tres familias son judías, pertenecientes a tres medios distintos (clase obrera, clase media y buena posición) y las tres adoptaron en la misma institución hebrea.
Los chicos, que tienen gustos idénticos, fuman la misma marca de cigarrillos y repiten multitud de gestos espontáneos, parecen compenetrarse muy bien; las tres familias están encantadas y el trío resulta muy atractivo para los medios de comunicación. Les hacen reportajes, les llevan a los platós de televisión… Pasado el tiempo, son muy conocidos en la ciudad, han ganado dinero y montan un restaurante que es una atracción más de la movida de la noche neoyorquina en los tiempos del Studio54, etc.
Pasada la euforia juvenil, cuando ya casados y establecidos deciden investigar por qué fueron separados y por qué a ninguno de los padres adoptivos se les dijo que había otros gemelos, descubren la parte más oscura del cuento de hadas, una historia tan siniestra como que formaron parte de un experimento científico.
La tenacidad del periodista Lawrence Wright, de la revista The New Yorker, ha descubierto que existió una trama formada por la agencia de adopción Louise Wise Service para familias judías, el doctor Peter Neubauer, un célebre psicoanalista superviviente de los campos de la muerte nazis (lo que no es anodino, parece hacer cierto el refrán ese de que se pega todo… menos la hermosura) y algunos otros científicos que le ayudaron en sus estudios de campo (visitando periódicamente a los niños, al parecer entre ocho y diez parejas o tríos de gemelos, con la excusa de que les enviaba la agencia para comprobar sus avances), así como una secretaria, que no participó directamente en el experimento y que ahora es una anciana que vive al sol de La Joya, California, en una casa llena de fotografías en las que aparece junto a personalidades como el matrimonio Obama, y donde hay obras de arte (Picassos entre otras).
Hasta la fecha, nadie conoce ni la intención, ni las conclusiones de aquel estudio. El médico que lo dirigió falleció en 2008 después de legar toda su documentación a la Universidad de Yale, donde no se podrá consultar hasta 2066 (todo hace suponer que estimó que para entonces sus cobayas habrán fallecido) y la agencia de adopciones ya no existe: tan solo, una mujer que perteneció a su dirección declara que a “las familias se les decía lo justo”. Al resto de los participantes en el experimento no parece que les plantee el más mínimo problema ético lo que hicieron.
El documental –fascinante, inquietante- centrado en el debate eterno entre naturaleza y cultura, genética y educación, plantea en paralelo algunos temas como el poder de los medios para fabricar mitos y la pertinencia del periodismo de investigación, que tanto necesita este tiempo que nos ha tocado en suerte.