La Riviera francesa, infierno y paraíso

Una crónica de la estancia de artistas e intelectuales en la Costa Azul durante los años más locos del siglo XX

La Riviera francesa, esa pequeña franja del litoral mediterráneo que se extiende de Génova a Marsella, ha sido testigo a lo largo del siglo XX de la mayor concentración de talento que se haya reunido nunca en cualquier otro lugar del mundo.

scaraffia-novela-costa-azul-cubierta La Riviera francesa, infierno y paraísoEl escritor Stèphen Liégeard la bautizó como Costa Azul en los últimos años del siglo XIX, cuando comenzaba a ser destino turístico de aristócratas, burgueses, y de algunos escritores y artistas que descubrieron por entonces aquellos paisajes paradisíacos que se extienden bajo un intenso cielo azul: Giacomo Casanova, Maupassant, Chéjov, Oscar Wilde, Mallarmé, Schopenhauer, Stendhal, Flaubert, Joseph Conrad, Rimbaud, el marqués de Sade…

Desde entonces ha sido lugar de acogida del turismo de élite, zona residencial de familias adineradas y sede de casinos y hoteles de lujo a los que acudían millonarios y ludópatas de todo el mundo para gozar de su clima y de un ambiente cosmopolita en el que se movían princesas y príncipes, reyes destronados, amantes de todos los sexos y buscadores de fortuna que se mezclaban con la variopinta intelectualidad de artistas, escritores, poetas y filósofos, que encontraron en sus playas y en sus villas la tranquilidad o el bullicio, según preferencias.

Otros, como Nietzsche, D.H. Lawrence, Camus o Katherine Mansfield, llegaban para curarse de la tuberculosis, la enfermedad que marcó toda una época.

Un libro del escritor italiano Giuseppe Scaraffia, “La novela de la Costa Azul” (Periférica), ha rastreado las huellas de creadores que fueron visitantes más o menos asiduos a esta geografía de pueblos de pescadores reconvertidos en centros de turismo de lujo. Scaraffia recorre pueblo a pueblo los lugares en los que  vivieron aventuras amorosas y sexuales, pasaron épocas de inspiración o de sequía o fueron  simples observadores de la variada fauna que poblaba este paraíso de ricos y famosos. A través de anécdotas y escándalos, da cuenta de veleidades de artistas y escritores que frecuentaban aquellos parajes.

Sodoma mediterránea

Los primeros años del siglo XX vieron llegar, junto a riadas de millonarios y negociantes, a escritores y artistas que se instalaban allí para inspirarse o para vivir, fuera de los focos, aventuras extramatrimoniales, experiencias con nuevas drogas y orgías de sexo y alcohol que se prolongaban hasta el amanecer en fiestas organizadas por millonarios excéntricos en sus mansiones de lujo.

En una torre de Roquebrune vivía Roman Gary en 1949 con su esposa Lesley Blanch, a quien abandonó seducido por la actriz Jean Seberg, con la que vivió un tórrido romance sometido por esta insaciable compañera a una actividad sexual imposible para él. Tras el suicidio de Seberg quiso volver con Lesley pero fue rechazado. En Niza había conocido en 1937 a Christel, una periodista sueca de 21 años cuyas infidelidades le inspiraron la prostituta alegre e inteligente de su novela autobiográfica “La promesa del alba” (a su siguiente conquista, Ilona Gesmay, dedicaría “La nuit será calme”).

El poeta W.B. Yeats llegó a Cap Martin en 1938 con su mujer Georgie (él 52, ella 26) a la que abandonó al conocer a Margot Gregory, poetisa de 27, a su vez sustituida muy pronto por Dorothy Wellesley, duquesa de Wellington, su compañera hasta la muerte.

Malraux vivió en Roquebrune y en Cap-D’Ail en 1941 con su amante Josette Clotis. Allí recibía visitas de Lacan, Gide, Sartre y Simone de Beauvoir mientras su esposa Clara y su hija, judías, se escondían en algún lugar de la persecución de los nazis. Porque a los que buscaban diversiones o inspiración se unieron en los pueblos de la Costa Azul artistas que huían de los totalitarismos, como Louis Aragón, quien llegó acompañado por Elsa Triolet (Elsa era hermana de Lili Brik, amante de Maiakovski, quien también recaló en Niza atormentado por su amor imposible con Lili y por la deriva del comunismo en Rusia).

De los nazis huía también Erich María Remarque, que se refugió en Antibes con Marlene Dietrich, a quien convirtió en uno de los pérfidos personajes de “Arco de triunfo” en venganza por los flirteos de la actriz con el padre de los futuros Kennedy. También a Niza llegó Cioran huyendo de Rumanía ¡¡en bicicleta!!.

En la villa de Cocó Chanel en Roquebrune, bautizada como La Pausa, se había alojado André Gide con la pareja de amantes formada por Pierre Herbart y Jean Desbordes. Nadie sabía entonces que las escalinatas de aquella villa eran una copia exacta de las del orfanato en el que Chanel había pasado su triste infancia. En Saint-Clair, Gide fue huésped, con su amante Marc Allégret, del pintor Théo van Rysselberghe y de su esposa María, a cuya hija Elizabeth dejaría embarazada (a petición de ella, según Gide).

Cocteau se entregaba al opio en sus habitaciones del Hôtel Welcome de Villefranche-sur-mer en 1924 acompañado de su inseparable Marcelle, viuda del piloto Roland Garros, muerto en la guerra. Marcelle aceptaba sin problemas la presencia periódica de Jean Desbordes, amante de su marido. Cocteau se había iniciado en esta droga en Montecarlo para aliviar su dolor por la pérdida de Raymond Radiguet. Era el mismo Cocteau que en Villa Santo Sospir, de Cap-Ferrat, vivió después, en 1950, con Francine Weisweller quien, antes de abandonarlo, nadie sabía cómo se las arreglaba para proporcionarle las treinta pipas de opio que necesitaba cada día. Romy Schneider, Marlene Dietrich y Greta Garbo eran presencias frecuentes en esta casa.

En Niza Colette se alojaba en la villa de la poeta lesbiana Renée Vivien, pareja de Mathilde de Morny, hija del hermanastro de Napoleón III. Allí fue donde Apollinaire encontró en 1914 el amor de su vida, la condesa Louise de Coligny-Châtillon, quien mitigó su dolorosa ruptura con la pintora Marie Laurencin, a quien había escrito cartas encendidas de sensualidad desde las trincheras durante la guerra. La condesa le duró hasta su desencuentro en Marsella. A Niza llegaron, también en bicicleta pero desde París, Henry Miller y su esposa June, cuyas infidelidades mutuas eran conocidas por todos. En el casino de Montecarlo Paul Éluard y Gala fundieron verdaderas fortunas. Cuando Gala lo abandonó para unirse a Salvador Dalí, Éluard se consolaba con María Benz, a quien todos llamaban Nusch, una amante que compartía con Picasso, René Char y Man Ray.

Huyendo de Cannes, que se había convertido en un lugar de moda de estrellas y artistas, Simenón buscó en Cagnes-sur-mer, en 1956, la tranquilidad que necesitaba para escribir. Su esposa Denise había compartido con él amantes ocasionales y prostitutas, y lo animaba a intimar con las artistas de un strip tease local. Sin embargo no le perdonó que el escritor se uniera a Tigy, con quien se instaló en Porquerolles sin abandonar las relaciones sexuales que mantenía con su joven criada Boule.

En 1953 en Saint-Tropez, Simone de Beauvoir y Claude Lanzmann compartían habitación en la misma casa en la que Sartre dormía solo, aunque los tres se reunían para cenar juntos al menos una vez a la semana. En Toulon fue donde André Breton conoció en 1927 a Suzanne, con la que hacía el amor “cuatro o cinco veces al día”, que le inspiró el personaje de su novela “Nadja” y por quien abandonó a su esposa Simone. En 1940 conoció a Jacqueline Lamba, con quien se  casó. El día de la boda ambos posaron para una famosa fotografía de Man Ray en la que a Jacqueline se la ve desnuda entre su marido y los testigos Alberto Giacometti y Paul Éluard. Al día siguiente se embarcaron para la Martinica huyendo de los nazis.

El matrimonio formado por Scott y Zelda Fitzgerald protagonizaron algunos de los escándalos más sonados de aquellos años en la Costa Azul, a veces a causa de los celos que Zelda sentía por las relaciones de su marido con Isadora Duncan durante su estancia en Vence. En el casino de Juan-Les-Pins, mientras Scott jugaba a la ruleta Zelda bailaba levantándose ostensiblemente la falda (no llevaba ropa interior).

En estas aventuras hay que destacar el papel de algunos generosos anfitriones, entre quienes estaban Dorothy Bussy, traductora de Gide y hermana del escritor Lytton Strachey, y sobre todo el matrimonio Murphy, que había llegado a Antibes de la mano de Cole Porter y que acogía en su lujosa Villa América a Picasso, los Fitzgerald, Dos Passos, Anita Loos y Rodolfo Valentino. En ellos se inspiró Scott Fitzgerald para la familia Diver de “Suave es la noche”.

“La novela de la Costa Azul”, que no es una novela sino la crónica de unos años irrepetibles, es también una reflexión sobre la enfermedad, la muerte, el miedo y la búsqueda, en un periodo de la historia que ejerció una influencia decisiva, a veces perversa, sobre la vida de muchas personas.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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