Roberto Cataldi¹
Para los estructuralistas el hombre necesita organizar su mundo, no le interesa la verdad sino tener una visión que le satisfaga y, la estructura social no sería más que un esquema mental común a un reducido grupo humano.
En realidad, el mundo siempre fue organizado y dominado por grupúsculos poderosos con metas claras y un descarnado pragmatismo. Como ser, el conservadurismo jamás creyó en la libertad de los otros, pues, defiende a capa y espada una tradición que le resulta beneficiosa, pero obligado a participar del juego democrático se las ingenia para mantener sus privilegios, la desigualdad social y justificar la sumisión.
Sus defensores sostienen que la Ilustración habría sido obra de individuos endemoniados y que el desmantelamiento del Estado de Bienestar es algo natural, porque no tendría mayores posibilidades materiales de sustentarse en el tiempo.
Sartre decía que durante la ocupación nazi cada acción u omisión individual, cada pensamiento, palabra o pequeña resistencia, relacionaba a los franceses con la responsabilidad que tenían para con los suyos, y que la relación entre nuestra libertad y la de los otros es la esencia misma de la condición humana, que por cierto la ocupación puso al descubierto, de allí nació su célebre y desgarradora frase: «Nunca habíamos sido tan libres como lo fuimos bajo la ocupación alemana».
La pandemia es un hecho traumático que además de estar globalizado atraviesa todas las culturas y las clases sociales. Y cada ser humano lo vive de distinta manera. También cada país procuró enfocar el tema con estrategias diferentes, algunos con inteligencia, rectificando los errores durante la marcha y revelando preocupación por el bienestar de la población, otros lo hicieron decididamente mal, por caso la Argentina, esto va más allá de la opinión, sobran los hechos verificables y los datos estadísticos.
Los que se preocuparon por la salud evitando descuidar la economía y la educación, no entraron en la ingeniería moral de plantear dilemas o trilemas, pues, trataron de reducir los daños que inevitablemente surgían a cada paso.
Ahora bien, a los que se presentan como «líderes mesiánicos», nadie les pidió que recurrieran a la fórmula de «abracadabra», palabra mágica que según dicen, en la antigüedad convocaba a los espíritus benevolentes que se consideraban protectores de las enfermedades.
En efecto, no se trata de magia, simplemente de actuar con inteligencia y dignidad, privilegiar el sentido humanitario, y dar el ejemplo necesario para lograr ser creíbles. En varios países hubo gobernantes que irresponsablemente explotaron el tema de la salud para justificar una serie de medidas que no hubieran podido implementar si no hubiese aparecido este cisne negro, mientras se desentienden de las funestas consecuencias.
Una de mis grandes preocupaciones son los niños y los jóvenes de esta «generación de la pandemia»: ¿qué será de ellos? Pienso que siempre es útil mirar lo que sucedió en el pasado, ya que podemos sacar alguna enseñanza. Como ser, los niños que nacieron entre la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, constituyeron una generación que no fue combativa sino que la caracterizó el silencio, se la llamó la «generación del silencio».
Buscaron llevar una vida más bien tranquila, trabajar, ganar dinero y ahorrar para evitar privaciones, se casaron jóvenes y fueron los padres de los baby boomers (nacidos entre 1944 y 1964).
La expresión en Occidente hizo referencia al aumento llamativo de la natalidad. Esta generación, a la que pertenezco, la de los analógicos, fuimos los primeros que crecimos con la televisión y, en Occidente, a medida que este gran número de jóvenes entrabamos en la adolescencia y en la adultez, se creó la retórica de la «contracultura de los años sesenta», que nació en los Estados Unidos y algunos añaden el Reino Unido, fundamentalmente como reacción a lo vivido en la Segunda Guerra Mundial y, rápidamente se expandió por el mundo (hippies, amor libre, pacifismo, música psicodélica, drogas).
Esto tiene que ver con una experiencia histórica que fue tendencia, fuerza u orientación, pero en mi opinión, no significa que la mayoría de ese promedio etario que conformaba la generación aceptaba o practicaba todos los ítems de la moral que se «engendró» en esa época («engendrar» es la primera acepción en el diccionario de la RAE).
Los decenios de 1960 y 1970, enmarcados en la Guerra Fría, yo los veo, o quizá los viví (no descarto un sesgo subjetivo) como una continuidad histórica que guardaba cierta relación lógica (movimientos sociales, anticolonialismo, revoluciones, guerrillas, marxismo y anticomunismo, tercera posición).
Mientras en China, en esos años, los baby boomers vivieron la Revolución Cultural, y debieron respetar la política del hijo único. A los que en la década de los años setenta vivimos la etapa veinteañera, se la considera la «generación setentista», que fue sin duda pluralista, en contra de lo que algunos sostienen en Argentina, lo cual ha desarrollado un relato místico para consumo de los jóvenes actuales.
Lo cierto es que en esa época comenzó la tendencia a definir el mundo en términos de generaciones. En Europa y en algunos países del continente americano, muchos boomers llegaron a la mayoría de edad en un clima de cierta prosperidad, de subsidios gubernamentales que apuntalaban la vivienda y la educación, y crecimos con el ideal de un mundo mejor, donde por fin se erradicaría la pobreza, la falta de libertad, habría justicia e igualdad de oportunidades. No fue así.
Hoy el mundo vive demasiados conflictos, de distinta naturaleza, y esto demanda que leamos sin reparos y escrutemos la historia detrás de la historia. Como ser, las imágenes actuales del retorno de los talibanes al poder y sus promesas, por más operativo de seducción que utilicen los cuadros jóvenes, no borra la historia brutal que protagonizaron.
¿Qué será de las mujeres y las niñas? Roberto Saviano, quien vive custodiado al estar amenazado de muerte por la Camorra napolitana, dijo que es un error llamarlos milicianos islamistas, son narcotraficantes como los narcos sudamericanos. En efecto, en estos veinte años de ausencia han producido más del noventa por ciento de la heroína mundial, y además del opio se han extendido al hachis y la marihuana. Recordó que el cultivo y el tráfico ya lo habían hecho los mujahidines durante la ocupación rusa y apoyados por Occidente. Mientras tanto, la heroína talibana se esparce por el mundo.
Hoy el semanario Charlie Hebdo, atacado en el 2015 por una caricatura del profeta Mahoma, lo que costó la vida de doce personas, saca una portada de lo más provocativa: mujeres vestidas con la burka y el número 30 de Messi en sus espaldas. Se sabe que el PSG de París que contrató a Messi tiene sus dueños en Qatar, que ese país será el año próximo sede del Mundial de Fútbol, y que siempre se comentó sotto voce que financió al terrorismo islámico, aunque no lo reconozca. También se habla de una operación de limpieza de imagen. De todas maneras en el mundo del fútbol se han mostrado muy comprensivos, pues, es un país que invierte mucho dinero, pese a las serias denuncias por la falta de libertad de sus habitantes. Y el dinero sirve para crear distracciones. Charlie Hebdo critica la hipocresía, la doble moral gala y occidental que opta por el silencio cuando sus negocios marchan bien. En fin, no deja de comparar el fanatismo talibán con el fanatismo futbolístico…
No sabemos cómo será el futuro, pero ciertos reflejos y manifestaciones revelan que se apunta a instaurar una suerte de nuevo colonialismo o nueva forma de esclavitud camuflada. Para alcanzar esa meta, además del dinero necesario, es vital la manipulación de la educación y la cultura.
En la actualidad hay países donde el autor de una canción que desagrada al gobierno termina en la cárcel, lo mismo el periodista que reporta una noticia de forma independiente o el ciudadano que critica al sistema en las redes.
En efecto, no se tolera ninguna disidencia, a la vez que la educación se reemplaza con el adoctrinamiento, y quien se rebela es incorporado a una lista negra, termina en un campo de reeducación o le asignan un destino sin retorno. Está claro que eso viene sucediendo desde tiempos inmemoriales y muy poco se ha hecho por erradicarlo. Un poeta gnómico como Focílides, en el Siglo sexto antes de Cristo, decía que el pueblo, el fuego y el agua no pueden domarse. Y para Albert Camus, un rebelde es alguien que dice no.
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)