Comienza el día con entereza, como si fuera el último, o el primero, como si no hubiera garantías, como si no volvieras a ver a las personas que quieres, como si se gestase tu última oportunidad para asirte a los óptimos anhelos.
Inicia el recorrido abriendo los ojos, con el factor sorpresa a flor de piel, singularizando los tonos, los sueños, que has de cumplir, avanzando por los vericuetos con fortuna y hermoso afán.
Elucubra con empeño, con la sensación de que arribarás donde debes, como debes. No pares, no mires atrás, agranda tus ópticas, y trata de otear donde nunca miraste. Puede ser el último, repito.
Incluye en tus menesteres el amar sin esperar nada, así como el entender, el perdonar, el deleitarte entre los demás, el recorrer ese destino que tanto ansiaste.
Saborea tus preferencias con sencillez. Nada debe ofuscarte. Los motivos los has de poner tú en paz, con sosiego, regalando gratos momentos. Recibe el aroma de la naturaleza, el olor de la lumbre, el aceite de la verdad, las nubes de la infancia, el Sol que te hace brillar, el corazón que escucha, el tacto de la miel de un beso. No te ofendas, ni envidies.
Sé tú, reitero, como si fuera lo último o lo primero, que todo puede ocurrir. No olvides que, por mucho que planifiques, la única verdad es que nosotros hacemos el camino.