La locomotora europea ya no tira. Su velocidad de crucero ha disminuido considerablemente en los últimos meses. Y las perspectivas son poco halagüeñas. En efecto, tanto Francia como Alemania, auténticos motores económicos del Viejo Continente, reconocen su incapacidad de dinamizar el proyecto europeo, paralizado por las incesantes manobras que presagian el comienzo de una nueva Guerra Fría.
La situación del país galo es poco boyante. Cuatro años después del terremoto provocado por los chalecos amarillos, la estructura socio-política de Francia parece descabezada. Emmanuel Macron no cuenta con el apoyo parlamentario indispensable para llevar a cabo su proyecto neoliberal, inspirado por los gurús de los centros de estudios financieros, ya de por sí alejados de la vida cotidiana.
Macron es un buen teórico. Pero de la teoría a la práctica hay un abismo, afirman los veteranos parlamentarios galos, irritados por los frecuentes titubeos y resbalones del Presidente.
Quien parece haber heredado el ademán de los titubeos (¡políticos!) es el canciller alemán Olaf Sholz, poco propenso a imitar el estilo de su predecesora, Angela Merkel. Consciente de tener que navegar en aguas turbias, Scholz improvisa, combinando el tremendismo con un excesivo optimismo.
En el ámbito comunitario, el canciller tiene que soportar los frecuentes ataques de los conservadores polacos que, al dirigir sus críticas contra el supuesto autoritarismo de la también alemana presidenta de la Comisión Europea, Ursula van der Leyen, aluden al colonialismo germano de la UE. De hecho, el Parlamento polaco ha exigido la destitución, sí, destitución de van der Leyen alegando su intromisión en los asuntos internos de Polonia al supeditar el envío de los fondos para la recuperación de la pandemia a la modificación de las normas poco democráticas que rigen las relaciones entre el Ejecutivo y el Poder Legislativo polacos.
Otra batalla se libra en el frente húngaro, donde el populista Viktor Orban reclama la abolición de la normativa de género de la UE, considerándola incompatible con los usos y costumbres del pueblo magyar.
Para nosotros, los húngaros, el núcleo conyugal está compuesto por un hombre y una mujer. ¡Y nada más! afirmó Orban durante su reciente gira por los Estados Unidos. Cosechó los efusivos aplausos de una audiencia de militantes trumpistas, más identificada con el ideario de Orban que con las necedades de los gnomos europeístas de Bruselas. Y aunque los eurócratas traten de acallar las voces discordantes o de ocultar las criticas cada vez más virulentas de los díscolos húngaros y polacos, su discurso encuentra eco en Croacia y Rumanía, cuya opinión pública se identifica con la argumentación de los rebeldes.
También en el ámbito comunitario, sorprendió la decisión de Berlín de oponerse a la recaudación de fondos para Ucrania. El “paquete” de 8.000 millones de euros destinado a la asistencia a Kiev quedó bloqueado por la negativa alemana de financiar el esfuerzo de guerra de Zelensky. Para el equipo de Scholz, las cantidades exigidas por el líder ucranio difícilmente serán reembolsable a corto o medio plazo.
Berlín puso encima de la mesa 1.000 millones de euros, frenando la euforia comunitaria. Zelensky no tardó en calificar el gesto de Scholz de…crimen, de abandono del pueblo ucranio.
En el ámbito interno, Olaf Scholz tiene que enfrentarse al creciente malestar del sector empresarial, preocupado por la desglobalización de las actividades económicas. Lo industriales temen que una más que previsible guerra comercial con China resultaría demasiado costosa para su país.
Conviene señalar que, en 2021, los intercambios comerciales con Pekín ascendieron a unos 245 000 millones de euros. Una reducción del comercio tendría consecuencias devastadoras para Alemania.
Una desvinculación económica de la Unión Europea del gigante asiático, que implicaría la adopción de represalias por parte de China, le supondría a Alemania un coste seis veces superior a las pérdidas del Brexit. Es lo que se desprende de un estudio realizado por el Instituto IFO (Institut fuer Wirtschaftsforschung) para la Asociación de Industriales Bávaros.
El trabajo, un índice de clima empresarial de la economía germana, se basa en el resultado de cuestionarios enviados a 7.000 empresas, que evalúan las perspectivas de negocios a corto plazo, utilizado para la confección del indicador mensual de confianza.
La desglobalización nos empobrece. En lugar de alejarse sin una razón aparente de importantes socios comerciales, las empresas deberían disponer de información exhaustiva que les permita reducir la dependencia de ciertos mercados y regímenes autoritarios, afirman los autores del informe, haciendo hincapié en el hecho de que China es, con gran diferencia, el socio comercial más importante de Alemania. Aparentemente, un acuerdo comercial entre la UE y los EE. UU. podría amortiguar el impacto negativo de la desvinculación de China, aunque sin poder compensarlo por completo.
En Alemania, los principales sectores perjudicados por una guerra comercial con el gigante asiático serían la industria automotriz (-8,47% pérdida de valor agregado; -$8.306 millones), las empresas de transporte (-5,14%); -1.529 millones de dólares) y fabricantes de maquinaria y equipos (-4,34%; -5.201 millones de dólares), según datos facilitados por la publicación comunitaria Europe Today .
Si Alemania, país exportador, quiere reorientar su modelo de negocios, la deslocalización de la cadena de suministros no sería la solución más idónea. Una opción más inteligente consistiría en establecer alianzas estratégicas y acuerdos de libre comercio con naciones afines, como los Estados Unidos, sugieren los autores del informe. Más claro… Obviamente, la locomotora ya no tira.