¿Quién teme a los BRICS?

La reciente adhesión de seis nuevos países – Arabia Saudita, Argentina, Egipto, Etiopía, Irán y Emiratos Árabes Unidos – al bloque de los BRICS, agrupación de países emergentes liderada por Rusia y China, ha hecho correr mucha tinta en los rotativos del llamado Occidente colectivo, eufemismo empleado por los promotores del no menos novedoso concepto de potencia euroasiática, aplicable a… Rusia.

El Occidente colectivo engloba, pues, a los países industrializados – Estados Unidos, la Unión Europea y… Japón. El Occidente colectivo desconocía o, mejor dicho, se negaba a reconocer la existencia del bloque BRICS – Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica – creado hace más de una década por los estrategas de Pekín y Moscú.

Su principal objetivo: crear una estructura económica y financiera diferente de la que regía las relaciones internacionales después de los Acuerdos de Bretton Woods y la introducción del sistema de regulación controlado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial a través de una moneda única: el dólar. La otra moneda fuerte, el euro, adoptada por los países de la Unión Europea hace apenas dos décadas, encarna para los BRICS el mismo recelo, al representar la no siempre deseada imagen del Occidente colectivo.

Uno de los objetivos prioritarios de los BRICS es el abandono de las transacciones comerciales en dólares, su sustitución por el uso de monedas nacionales y la espera de la creación de una unidad monetaria propia, aceptada a priori por una cuarentena de países. Ni que decir tiene que esa perspectiva suscita temores en Occidente. Y más aún, teniendo en cuenta que el BRICS XI, el nuevo bloque, aglutina al 46% de la población mundial, representa el 29% del PIB del planeta, el 22% de los intercambios comerciales y el 42% de la producción global de petróleo. El rotativo británico Financial Times lanza un grito de alarma: en la próxima cumbre de los BRICS, que tendrá lugar en Rusia en 2024, Pekín instará a sus socios a convertir la formación en el rival geopolítico del G7.

Ficticia o real, la supuesta amenaza está basada en las declaraciones de intenciones de algunos miembros (y futuros candidatos) que estiman que el bloque debería contar con una estructura política y también con… ¡proyectos de defensa! Pero Rusia y China no parecen dispuestos a abordar el tema en un futuro próximo.

Aunque los asesores de seguridad de la Casa Blanca insisten en que Washington no tiene interés alguno en entorpecer la marcha de los BRICS, la impresión de muchos politólogos occidentales es que el propósito de los Estados Unidos es de dinamitar las estructuras del bloque. Con razón: entre los quince candidatos a la próxima ampliación figura también Turquía, miembro fundador de la Alianza Atlántica.

Estamos en un mundo multipolar donde los BRICS superan al G7 y Estados Unidos no lo acepta, afirmaba recientemente el economista estadounidense Jeffrey Sachs, antiguo asesor de la Casa Blanca, de las Naciones Unidas y de varios políticos norteamericanos.

Ya estamos en un mundo post-estadounidense y post-occidental, asegura Sachs, subrayando el hecho de que la Casa Blanca sigue persuadida de que gobierna un mundo en el que sólo Rusia y China son sus rivales.

Podríamos dirigirnos hacia un mundo de conflictos y desastres masivos, o hacia un mundo en el que algún líder estadounidense inteligente y no octogenario se levante y diga: Ya no necesitamos a la OTAN; lo que necesitamos es tener relaciones normales con China, India, Rusia, Brasil y la Unión Europea.

De repente, la percepción del panorama mundial sería muy diferente, concluye Sachs. Cabe suponer que en la antigua Unión Soviética a Jeffrey Sachs le hubieran tratado de enemigo del pueblo con todas las consecuencias que ello implica. Pero aparentemente, hoy por hoy hablar de multipolaridad de los Estados Unidos no es un crimen.  

Adrian Mac Liman
Fue el primer corresponsal de "El País" en los Estados Unidos (1976). Trabajó en varios medios de comunicación internacionales "ANSA" (Italia), "AMEX" (México), "Gráfica" (EE.UU.). Colaborador habitual del vespertino madrileño "Informaciones" (1970 – 1975) y de la revista "Cambio 16"(1972 – 1975), fue corresponsal de guerra en Chipre (1974), testigo de la caída del Sha de Irán (1978) y enviado especial del diario "La Vanguardia" durante la invasión del Líbano por las tropas israelíes (1982). Entre 1987 y 1989, residió en Jerusalén como corresponsal del semanario "El Independiente". Comentarista de política internacional del rotativo Diario 16 (1999 2001) y del diario La Razón (2001 – 2004). Intervino en calidad de analista, en los programas del Canal 24 Horas (TVE). Autor de varios libros sobre Oriente Medio y el Islam radical.

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