Armenia: estrechar el cerco a Rusia

En una conversación telefónica con el Secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, el presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, solicitó la suspensión de las sanciones aplicadas por la Casa Blanca a los viajes de los miembros de su Gobierno a los Estados Unidos, alegando que las restricciones eran improcedentes.

La respuesta de Blinken fue instantánea: las restricciones se levantarán cuando las autoridades azeríes decidan entablar conversaciones de paz serias con el Gobierno de Armenia. Washington espera y desea que la firma del acuerdo de paz entre Bakú y Ereván se materialice antes de finales del año. Aparentemente, hoy en día, la obsoleta – aunque siempre eficaz – diplomacia de la cañonera puede resumirse a una simple llamada telefónica.  

Sin embargo, persuadir a Aliyev, más amigo del Irán de los ayatolás o de la Turquía neo-otomana de Erdogan ha de ceñirse al guion preestablecido por la Administración Biden no resulta tarea fácil. Es cierto; la invasión de Nagorno Karabaj por las tropas azeríes el pasado mes de septiembre contaba con el beneplácito de Washington y de Ankara. Los 1.500 soldados rusos estacionados en la zona tampón entre Azerbaiyán y el enclave armenio fueron incapaces de frenar el avance de los 60.000 efectivos del ejército de Bakú. El Presidente armenio, Nikol Pashinyán, que no decretó la movilización del ejército de su país, lamentó la dejadez de los rusos. Pero, ¿se puede hablar de dejadez?

Después de acoger a los cien mil armenios que huyeron del enclave de la discordia, temiendo una operación de limpieza étnica, parecida a la llevada a cabo por Turquía a comienzos del siglo pasado, Pashinyán viajó a Europa, para formular sus quejas a la UE y tratar de persuadir a los miembros del Parlamento Europeo que la firma del acuerdo de paz con Azerbaiyán era… inminente.  ¿Inocencia? ¿Error de cálculo de los autores del guion Nagorno-Karabaj, que desconocen los entresijos de la política regional, de la mentalidad de los publos de la zona? O pura y simplemente, ¿un fallo del superordenador que suele dictar las líneas maestras de la diplomacia del Imperio?  

Lo cierto es que Pashinyán confiaba en el poder de convocatoria de la Administración norteamericana, interesada en contrarrestar la influencia de la Federación Rusa en el Cáucaso. Armenia, único país cristiano de la región, ubicado estratégicamente en las inmediaciones de la Madre Rusia, a medio camino entre la República Islámica de Irán y la no menos reislamizada Turquía representa, desde el punto de vista geopolítico, un área tremendamente codiciada por las potencias interesadas en el control de las riquezas energéticas de la región, en sus oleoductos y gasoductos, en el trazado en la nueva ruta de la seda.

Las maniobras militares de los ejércitos armenio y norteamericano, Eagle Partner 2023, celebradas el pasado mes de septiembre, sorprendieron a los países vecinos; se trataba del primer ejercicio estratégico conjunto en el que tropas de la OTAN coincidían – en un espacio muy exiguo – con las bases militares rusas presentes en suelo armenio desde hace más de medio siglo.  

Pero hay más: Armenia había establecido también vínculos con la Agencia de Defensa para la Reducción de Amenazas (DTRA), dependiente del Pentágono. Desde 2008, funcionan en territorio armenio una docena de bio laboratorios, que realizan proyectos de investigación coordinados por el Programa de Defensa Biológica de Estados Unidos (CBEP).

Algunos politólogos armenios estiman que el giro pro-otanista y pro-europeista de Nikol Pashinyan, empeñado en establecer relaciones con las industrias de defensa del Viejo Continente, podría llevar a Armenia a la paulatina pérdida de su frágil soberanía. Los más pesimistas no descartan la posibilidad de que Armenia acabe termine fagocitado por su archienemiga Turquía, convirtiéndose en un protectorado atlantista cuya supervivencia generaría graves tensiones futuras.

Para los miembros del Comité Nacional, organización que agrupa a empresarios, militares, políticos y representantes de la sociedad civil, la firma del reconocimiento por parte de Pashinyán de la soberanía de Bakú sobre Nagorno Karabaj constituye un acto de lesa patria, que debería sancionarse con la destitución inmediata del Primer Ministro. 

Sin embargo, Pashinyán insiste: la paz con Azerbaiyán supondría la apertura, bajo la jurisdicción de Armenia, de la línea de ferrocarril Meghri, el famoso Corredor Zangezur que, según el Presidente Recep Tayyip Erdogan, se convertiría en un nexo de unión panturco, el posible desarrollo de las relaciones con la Unión Europea, más seguridad regional y la desvinculación progresiva del tradicional aliado de los armenios – Rusia – que quedaría aislado en Transcaucasia.

Para Moscú, ello presupone un paso más hacia el estrechamiento del cerco de Occidente a Rusia. Los otros dos peones llamados a caer próximamente son Georgia y Moldova.

Huelga decir que, en este caso concreto, el superordenador de Washington no se equivoca.

Adrian Mac Liman
Fue el primer corresponsal de "El País" en los Estados Unidos (1976). Trabajó en varios medios de comunicación internacionales "ANSA" (Italia), "AMEX" (México), "Gráfica" (EE.UU.). Colaborador habitual del vespertino madrileño "Informaciones" (1970 – 1975) y de la revista "Cambio 16"(1972 – 1975), fue corresponsal de guerra en Chipre (1974), testigo de la caída del Sha de Irán (1978) y enviado especial del diario "La Vanguardia" durante la invasión del Líbano por las tropas israelíes (1982). Entre 1987 y 1989, residió en Jerusalén como corresponsal del semanario "El Independiente". Comentarista de política internacional del rotativo Diario 16 (1999 2001) y del diario La Razón (2001 – 2004). Intervino en calidad de analista, en los programas del Canal 24 Horas (TVE). Autor de varios libros sobre Oriente Medio y el Islam radical.

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