¡Entiendan que chabacano y coloquial no es lo mismo!

Siempre he insistido en afirmar que hay muchos comunicadores sociales y educadores que no han entendido la importancia del rol que les toca desempeñar ante la sociedad. Se han conformado solo con lo que aprendieron en la universidad, y así ha transcurrido su labor hasta la jubilación.

He dicho a manera de chanza, mas no de burla, que algunos, sobre todo educadores, se graduaron antes de la llegada del hombre a la Luna, y no se preocuparon por nutrirse de conocimientos que les hubieran permitido una mejor labor y un admirable estatus, desde el punto de vista académico y social. A muchos les importó más convertirse en dirigentes sindicales del gremio de educación, que desarrollar una carrera de buenos educadores.

En cuanto a los periodistas existe algo parecido, dado que una considerable cantidad, aunque se hayan graduado en una universidad de gran prestigio, no manejan con relativa facilidad el lenguaje que emplean, y de ahí que haya muchos (y muchas también) que desconocen hasta el más elemental uso de la coma, por citar un ejemplo.

No exagero al decir eso, pues de manera muy frecuente leo contenidos informativos, redactados por personas que se ufanan de su larga trayectoria en el oficio y del prestigio de su Alma Mater. En consecuencia, sus escritos solo por adivinación, podrán ser entendidos. Claro está, hay honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente. El profesor José Vásquez Manzano es un gran ejemplo.

A la omisión de la coma se aúnan los signos de interrogación, de admiración y de otros elementos que son fundamentales para que lo escrito tenga sentido. No es fácil saber si están preguntado o afirmando, y por eso se crean dudas que conducen a equivocaciones, que por lo general implican problemas. Y si de hablar se trata, su expresión oral es la imagen sonora de lo que escriben.

Ahora bien, todas esas deficiencias, algunos han pretendido justificarlas bajo el amparo de un supuesto lenguaje coloquial, que dizque les da licencia para escribir y para hablar como mejor les parezca. Eso no es cierto.

Que un educador o un periodista, de esos que a cada rato hacen alarde de sus conocimientos y sabiduría, diga «eneligencia» por negligencia, «tragiversar» por tergiversar, «tútano» por tuétano, «tuteque» por tuqueque, no tiene nada de coloquial. Eso es chabacanería, ignorancia, falta de formación, además de una falta de respeto a su profesión.

Coloquial sería que se usen palabras o expresiones deformadas, en conversaciones informales, con el convencimiento de que en las formales se empleen las adecuadas.

Se dice que el ilustre venezolano Andrés Bello escribía «jente» en lugar de gente, pero lo hacía a manera de chiste y en comunicaciones familiares. No podía ser de otra manera, pues es impensable que un gran conocedor del idioma español, creador de una gramática que ha servido de modelo para la Real Academia Española, no sepa cuál es la forma correcta. Bello era, según algunos historiadores, poseedor de un gran sentido del humor.

En Venezuela es muy común escuchar a muchos decir que ellos hablan de tal o cual forma, porque son oriundos de tal lugar o porque son auténticos. Eso tampoco es justificable. En este país, sobre todo en la región llanera, algunos tratan de justificar sus carencias orales con expresiones como: «Yo hablo así porque soy llanero», o: «…porque soy auténtico».

Ni lo uno ni lo otro, pues si de llaneros se trata, cabe mencionar a Manuel Bermúdez, quien fue académico, profesor, semiólogo y escritor. Nació en La Laguna de Perro Seco, en el estado Apure, una de las cinco entidades llaneras de Venezuela. ¡Más llanero de ahí, imposible!

De modo pues que, lo chabacano, por lo menos en Venezuela, nada tiene que ver con lo coloquial. Los catedráticos, los intelectuales, todas aquellas personas que se caracterizan por tener un nivel cultural alto y ser poseedoras de una elegante y muy culta forma de hablar, tienen un lenguaje coloquial, por muy finos que pudieran ser y aparecer.

Chabacano también es un «árbol frutal de tronco robusto, corteza marrón rojiza, copa esférica, hojas caducas, doblemente dentadas y alternas, flores de color blanco o banco rosado y fruto en grupa globosa que puede alcanzar hasta diez metros de altura».

A todas esas, estimados periodistas y educadores, no tengo dificultades para distinguir entre lo chabacano y lo coloquial. Espero que ustedes tampoco las tengan.

David Figueroa Díaz
David Figueroa Díaz (Araure, Venezuela, 1964) se inició en el periodismo de opinión a los 17 años de edad, y más tarde se convirtió en un estudioso del lenguaje oral y escrito. Mantuvo una publicación semanal por más de veinte años en el diario Última Hora de Acarigua-Araure, estado Portuguesa, y a partir de 2018 en El Impulso de Barquisimeto, dedicada al análisis y corrección de los errores más frecuentes en los medios de comunicación y en el habla cotidiana. Es licenciado en Comunicación Social (Cum Laude) por la Universidad Católica Cecilio Acosta (Unica) de Maracaibo; docente universitario, director de Comunicación e Información de la Alcaldía del municipio Guanarito. Es corredactor del Manual de Estilo de los Periodistas de la Dirección de Medios Públicos del Gobierno de Portuguesa; facilitador de talleres de ortografía y redacción periodística para medios impresos y digitales; miembro del Colegio Nacional de Periodistas seccional Portuguesa (CNP) y de la Asociación de Locutores y Operadores de Radio (Aloer).

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