El abuelo barbero de Donald Trump

Trump sigue siendo noticia por sus racistas desplantes a propósito de todo.

Está semana asistió al Super Bowl LIX, para no perder vitrina en el evento deportivo más visto en EEUU; cuyo origen está en un juego que se practicaba hace siglos, en localidades del Imperio Romano.

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Donald Trump

Y pese a que ni para divertirse dejó en la Casa Blanca el gesto de «me las pagas», fue ovacionado.

Como recordó La Jornada este pasado lunes, en su primer mandato desgastó su relación con la NFL al restar importancia a las lesiones cerebrales que suelen darse y afirmar que la liga estaba «en decadencia, porque no era tan violenta como antes».

Pero él no pierde nunca la violencia y según sus colaboradores, está furioso porque las deportaciones que ordenó van muy lentas.

No llegan ni a diez mil, en sus tres semanas en la presidencia; donde ha abierto tantos frentes que indican que, además de asustarnos, quiere atontarnos; porque es muy difícil seguirle el ritmo.

Y el New York Times ha alertado que sus conductas al límite de la ley y fanfarroneadas sobre un tercer y cuarto periodo presidencial, podrían causar una crisis constitucional.

Su fobia contra los migrantes viniendo de personas que lo fueron, es inexplicable.

O muy explicable, para algún psiquiatra.

Escribí hace tres semanas[1], que contrariamente a lo que ha asegurado respecto a que su madre Mary Anne MacLeod llegó a Estados Unidos como turista, la BBC publicó que llegó a los dieciocho años para trabajar como empleada doméstica.

Y otra nota de la BBC, fechada el 20 de julio de 2018, aseguró que quien sería su abuelo paterno, Frederick Trumpf, tenía dieciséis años cuando viajó desde la ciudad alemana de Bremen, en un catre al aire libre colocado en la cubierta del barco de pasajeros S.S. Eider y sin tener acceso en diez días a baños ni duchas.

«Y los pocos días que el mar estaba en calma, porque fue una muy difícil travesía, recibía una comida», detalló a BBC Mundo Gwenda Blair, autora del libro Los Trump: tres generaciones de constructores y un presidente.

Llegó a Nueva York el 19 de octubre de 1885, cuando aún se estaba ensamblando la Estatua de la Libertad, buscando trabajar como peluquero con la misma idea de todos los inmigrantes: enviar dinero a su familia.

Los Trumpf son originaria de Kallstadt, pequeño pueblo vinícola con menos de mil habitantes, donde tenían algunas tierras y muchas deudas; agravadas a la muerte del padre.

Su madre Katherine lo envió entonces, a la ciudad más cercana a aprender un oficio.

Durante dos años y medio, trabajó siete días a la semana para pagar su entrenamiento como barbero y su manutención, pero al regresar al pueblo entendió que no habría clientes para otro peluquero.

Eso y la perspectiva de tener que prestar servicio militar durante tres años, lo decidieron a irse a América.

Llegó al Lower East Side de NY, donde vivía ya su hermana mayor y era zona llena de inmigrantes que hablaban distintas lenguas.

Trabajó duro y se naturalizó estadounidense con el apellido Trump, aprovechando un trámite que solo requería siete años de residencia y un testigo de su «buen carácter».

Se mudó a Seattle y Yukón porque atraían gente por la fiebre del oro y abrió restaurantes y hotelitos para atenderlos.

Y para 1900, tenía alrededor de quinientos mil dólares.

Rico y contento, regresó a Kallstadt; se casó con Elizabeth Christ, hija de un vecino y once años menor, y en 1902 ambos viajaron a NY donde nació su primera hija y volvió a trabajar como barbero y después como gerente de un hotel y restaurant.

Pero Elizabeth extrañaba Alemania y en 1904 decidieron regresar definitivamente.

Al año y aduciendo que su primer viaje a EEUU fue para evadir el servicio militar y la falta era castigada con la pérdida de la ciudadanía, recibió una carta de las autoridades de Baviera negándole la repatriación y ordenándole salir de Alemania en ocho semanas.

Desesperado, Frederick escribió una elogiosa carta a Leopoldo príncipe regente de Baviera que empezaba:

«¡Su serenísimo y poderosísimo Príncipe Regente! ¡El más gracioso regente y señor!»

Seguía por el estilo y terminaba:

«¿Por qué deberíamos ser deportados? Esto es muy, muy duro para una familia… Quisiera ser ciudadano bávaro de nuevo y no tengo otro recurso, que volver los ojos a nuestro adorado, noble, sabio, y justo señor, nuestro gobernante, altísima excelencia, justamente dulcemente amado y pedirle humildemente que tenga piedad y permita a su siervo quedarse en el muy gracioso reino de Bavaria».

Ruegos y barbeadas fueron inútiles, y en junio de 1905 estaba de vuelta en Queens retomando su empleo de peluquero.

Inició luego un negocio de bienes raíces, nació su hijo Frederick Christ Trump, padre del actual presidente y falleció de gripe en 1918.

Conociendo la suerte de ese abuelo deportado por sus antecedentes, dice la BBC, «no deja de ser irónica la campaña de deportación en la que está empeñado el nieto».

Y es también irónico que a los habitantes del pueblecito natal de su abuelo se les conozca como Brulljesmacher; que en el dialecto regional significa fanfarrón.

[1]

Teresa Gurza
Periodista. Soy mexicana, estudié la carrera de Historia y soy Locutora, Cronista y Comentarista y Licenciada en Periodismo, pero ante todo reportera. Me inicié en televisión en 1970 y fui reportera, conductora y productora de programas noticiosos; reportera de asuntos especiales de los diarios El Día, UnomásUno y La Jornada, y corresponsal en la Unión Soviética, Checoslovaquia y Michoacán. Por razones familiares, mi marido era chileno, viví en Chile más una década. He recibido muchos premios y reconocimientos, entre ellos el Nacional de Periodismo en Reportaje y ahora radico en México y escribo artículos para Periodistas en Español y otros medios.

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