Las etapas de crisis nos llevan a aprovechar todo, o deberíamos. Nada que pueda ser utilizado, o reutilizado, o arreglado para volver a usarse, debe ser abandonado o tirado como inservible. Podemos seguir disfrutando de muchos enseres. Hemos marcado rutas en los últimos tiempos para el reciclaje del papel, del cartón, del vidrio, del hierro, de metales más o menos preciados y de artilugios que, una vez reparados, operan como nuevos. Así es.
Parece, este proceso o fenómeno del reciclaje, algo nuevo, pero no lo es. Siempre se ha optimizado todo lo existente, y, de esta guisa, los productos parecían durar una eternidad, hasta el punto que heredábamos no sólo ropa, sino también muebles, y materiales propios de los más diversos oficios. A todo lo conservable se le daba continuidad.
Nuestros padres y abuelos saben de lo que hablo. Ahora parece que volvemos a eso, lo cual no es esencialmente malo, si lo que conservamos, si lo que ahorramos, redunda en cuestiones cruciales para la sociedad, como el medio ambiente, la educación y la propia salud. El reciclaje, como la economía del canje o el intercambio, es básico para la prosperidad social. Cuando derrochamos o malgastamos todos perdemos, aparte de la contaminación que también gestamos.
Abundando en esto, pensemos que, en verdad, el reciclaje va más allá: no es únicamente sobre algo tangible. Necesitamos permanentemente una cierta formación, un conocimiento interrelacionado para que nuestras visualizaciones avancen desde la entrega y la recepción de pareceres.
Bajo esta interpretación, todos estamos llamados a reciclarnos, a mejorar, a conocer más y a transformar aquellas opiniones o ideas que puedan resultar equívocas, esquivas o modificables ante las nuevas circunstancias que nos traigan las más diversas etapas por las que atravesamos.
Debemos adaptarnos o morir, según reza el aserto, pero, además, hemos de modificar las posturas desde planteamientos de honestidad y de avance social. Hemos de realizar balances que nos permitan e inviten a la prosperidad coaligada y solidaria, esto es, la que proviene de la paz surgida desde la justicia.
Entendamos, por favor, esta precisa mutación desde el esfuerzo y el empeño por seguir adelante, por el progreso, por transformarnos para ser personas más honradas, generosas, altruistas y, en esencia, buenas. Debemos contribuir con altura de miras a elevar nuestras fuerzas, nuestras capacidades neuronales, así como la resistencia ante los avatares, potenciando las opciones de futuro desde el punto de vista intelectual.
Crecer socialmente
El reciclaje, por otro lado, no es sólo cambiar. También puede demandarse por la necesidad de volver a ser. La infancia y la adolescencia son referencias que a menudo olvidamos en un desván sin cultivar ni proteger. Hemos de darle una vuelta a lo que sentimos, a lo que somos, experimentando amor y querencia real respecto de lo que realizamos y con el ánimo profundo de potenciar el bienestar social.
Romper barreras no es fácil. Todos tendemos a mantener lo establecido. Por eso advertimos nuestras verdaderas capacidades cuando nos topamos con situaciones comprometidas y adversas. Crecemos ante lo imprevisto, frente los obstáculos, que nos hacen demostrarnos cuanto somos y por qué. Nos vamos haciendo maduros con los pequeños y grandes golpes, con los estadios que suponen cambios radicales o livianos, con las premuras y las detenciones que nos trasladan al nerviosismo, para que luego veamos que todo va teniendo arreglo.
El tiempo nos regala perspectiva. Eso sí: hemos de fomentar el lado del coraje. Debemos aumentar la capacidad de respuesta ante las incertidumbres o dudas. Hemos de ser asertivos ante la vida y sus condiciones y condicionantes, con sus protagonistas, perfilando pausas y puntos de apoyo, frecuentando ideales que apuesten por el optimismo, y persiguiendo ese reciclaje que equivale a frescura y buen hacer.
Debemos divisar a menudo el horizonte, y, desde una enorme capacidad de sorpresa, plantearnos qué mejorar como personas, como profesionales, en familia, en comunidad, en sociedad, y, fundamentalmente, nos hemos de resaltar y, aún más, confirmar que es posible ser feliz. Si puntualmente no lo somos, nos hemos de reciclar una y otra vez, sí, sin dañar nada ni a nadie, únicamente construyendo.