Entre realismo mágico y tradicional bella durmiente puesta en sintonía con el siglo XXI, la película Baikonur, del alemán Veit Helmer (Absurdistán, Tuvalu), un realizador con muchas reminicencias del mejor Kusturica, cuenta una original historia de ingenuos campesinos kazajos y arriesgados vuelos espaciales mezclados en una historia de amor, más imaginada que real.
En las estepas del helado Kazajstán, un microcosmos alejado de la civilización pero muy cerca de ella, donde la gente vive en cabañas e inmensas jaimas y en comunidades solidarias, todo lo que cae del cielo es “un regalo de Dios” y pertenece al primero que lo encuentra, lo que incluye los restos de misiles lanzados al espacio desde la base de Baikonur.
Iskander, apodado Gagarín en homenaje al primer astronauta de la historia, es un joven campesino apasionado del espacio que con su radio espía las conversaciones de la vecina plataforma de lanzamiento de forma que conoce el lugar exacto en que caerán los fragmentos metálicos, que luego podrá revender.
Hasta que un día cae de las alturas, cerca de su cabaña, una joven cosmonauta francesa desmayada (Marie de Villepin, hija del ex primer ministro de Jacques Chirac, modelo de profesión y actriz mediocre) a la que despierta con un beso y engaña, aprovechando su amnesia, diciéndole que es su prometida. Para su infortunio, las mentiras no duran para siempre…
Simple y humilde, original y entretenida, especie de poema fantástico contado en imágenes de un decorado impresionante, la película de Veit Helmer es un dulce romance entre la tierra y el espacio insondable acompañado por las sugestivas notas de una flauta, un sueño de la armonía entre dos mundos tan lejanos como desconocidos, una curiosidad y por encima de todo un cuento de hadas improbable, un fábula con moraleja.