Fabricio Ojeda es carta abierta a la vida

Las víctimas de violaciones de derechos humanos, es decir, todas las humanas y los humanos, esperamos que en los casos de atropello por parte del Estado haya esclarecimiento de los hechos por una investigación objetiva, asignación de responsabilidades, sanción a quien resultare culpable, rehabilitación integral a las víctimas e indemnización del daño. A eso llamamos justicia.

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Fabricio Ojeda

Justicia que aún aguardamos, como en tantos otros, en el caso de la muerte de Fabricio Ojeda, uno de los coordinadores de las acciones cívico militares contra la dictadura perezjimenista y víctima del Estado en el periodo de la lucha armada de los años sesenta en Venezuela.

El 30 de junio de 1962, siendo diputado ante el Congreso Nacional, Fabricio Ojeda presentó su renuncia a esta instancia para abrazar la lucha armada. Cuatro años después, el 21 de junio de 1966, fue asesinado en un calabozo del Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Armadas (SIFA). Como homenaje a este mártir venezolano, retomo parte de su texto el cual hilvano entre comillas a lo largo de estas palabras mías.

Hijo de Hercilia Ojeda y Malaquías Barazarte, Fabricio nació el 6 de febrero de 1929 en Boconó, estado Trujillo, Venezuela donde estudió en la Escuela Normal, titulándose como maestro. Se trasladó a Caracas en 1948 y allí se inició como periodista en el diario El Nacional donde tenía asignada la fuente del Palacio de Miraflores. Militó en el partido de centroizquierda Unión Republicana Democrática. En 1957, junto a Guillermo García Ponce (Partido Comunista de Venezuela, PCV), funda la Junta Patriótica, organización que coordina las acciones en contra de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Durante la presidencia de Rómulo Betancourt formó parte del Congreso Nacional.

Fabricio Ojeda presentó su carta de renuncia como diputado, expresando en ella la “decisión que he tomado de combatir con las armas en la mano, como lo hace el pueblo cuando quiere conquistar la libertad, y buscar en la acción revolucionaria la solución de nuestros grandes problemas”.

Con la de Ojeda llevamos una herida que cercena una generación de nuestra historia. Cientos de personas fueron arrebatadas de nuestros barrios, universidades, campos, partidos políticos y comunidades y fueron torturadas, muertas o desaparecidas.

La gente asumió su responsabilidad con la vida y, ganándole a la pasividad destructora, responsabilizó al Estado por sus actos u omisiones y lo puso en evidencia por las agresiones al no garantizar que “el derecho a la educación, al trabajo, a la salud y al bienestar sean verdaderos derechos para las mayorías populares y no privilegios de escasas minorías”.

En su carta, Fabricio Ojeda denunciaba que “Venezuela, en fin, necesita un cambio profundo para que los derechos democráticos del pueblo no sean letra muerta en el texto de las leyes; para que la libertad exista y la justicia impere”. Fue este un pronunciamiento público de quien espera vivir humanamente, con dignidad. No morir a golpes o a balas policiales ni delincuenciales; no ser sembrado en campos ajenos porque la tierra no le pertenecía. Querer trabajar en lo que sabe y gusta y que paguen lo justo por ello. Que el pan de cada día sea de alimento y no de injusticia.

“Vamos a las armas con fe, con alegría como quien va al reencuentro de la Patria preferida. Sabemos que con nosotros está el pueblo, el mismo que en todas las épocas memorables ha dicho presente ante todo lo noble, ante todo lo bueno, ante todo lo justo”. Hoy, tal vez sean otras las armas necesarias para no ser víctimas de causas no juzgadas, de sobreseimiento, del retardo procesal, del archivo fiscal, de la errada tipificación, de la débil investigación, de la desaparición forzada no solo del cuerpo sino de la memoria. De los hogares desaparecieron los hijos, las hermanas, los compañeros. De la sociedad desapareció la buena fe, la esperanza, la creencia en el sistema de administración de justicia.

Con su sórdido aliento y sedimentos putrefactos, todos y todas estamos en la fosa común de la impunidad. Al decir de Fabricio “Hemos trabajado sin descanso, hemos luchado sin cesar”… no fue suficiente. Hay que avivar esta lucha ya que sin justicia no es posible ninguna revolución.

El ser humano pronuncia su palabra y a medida que nombra lo yerto existe. Recuerda y lanza su denuncia para que nunca más sea el silencio sobre la vastedad del mundo.

En este espíritu es que se expresa “hacemos la guerra contra los asesinos de estudiantes, de obreros, de campesinos; hacemos la guerra contra los que siembran el hambre, la angustia y el dolor en la familia venezolana; hacemos la guerra contra una vida de corrupción, de odios y de intrigas; en fin, hacemos la guerra para que la aurora de la libertad y la justicia resplandezca en el horizonte de la Patria”.

Vitalmente hemos recorrido territorios de sufrimiento ignoto, fronteras crepusculares con amaneceres de ternura, nos hemos extraviado buscando reencontrarnos. Con Fabricio hemos buscado el lugar preciso para perpetuarnos, el hogar donde radicarnos con nuestros ímpetus y calmas, nuestros rasgos impertinentes, nuestra ética, el candelabro encendido al que nos aferramos mientras caminamos a tientas queriendo ver con los ojos cerrados esa carta enamorada que subvierte todas las épocas y nos despierta con el erotismo que yace tras el texto.

Ileana Ruiz
Ileana Ruiz (Venezuela). Activista de derechos humanos, investigadora social y periodista. Asesora en resolución de conflictos, educación popular, participación ciudadana y derechos humanos y profesora de la Universidad Nacional Experimental de la Seguridad. Articulista en el semanario venezolano “Todosadentro” del Ministerio de la Cultura desde 2006. Premio Nacional de Periodismo de Opinión, 2013. Entre sus publicaciones: De la indignación a la implicación (2006); Pueblo de agua: Cuentos para la educación en derechos humanos sobre la identidad del pueblo warao (2009); Servicio de policía bajo la mirada ciudadana (2010); La clave del acuerdo. Practiguía para la resolución pacífica de conflictos (2011); Pasos dados poco a poco. Memoria y cuentos del proceso de constitución de los Comités Ciudadanos de Control Policial (2012).

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