Miriam Fernández tenía siete u ocho años cuando tres de sus tíos y el marido de su abuela la hicieron víctima de su lascivia, en repetidas ocasiones y amparados en la intimidad hogareña. «Creo que lo he superado, pero ya no confío en nadie», dice esta maestra de enseñanza primaria de 53 años, informa Patricia Grogg (IPS) desde la Habana.
Ella accedió a revivir aquellos traumáticos episodios infantiles para que las personas sepan el riesgo que corren sus hijos e hijas y los protejan, porque «estas cosas le pueden pasar a cualquiera», comentó a IPS.
«Antes era más difícil hablar de esto. Cuando vencí el miedo, a los 19 años, le conté a mi madre, ella no dijo nada, pero lloró mucho, quizás le pasó lo mismo», añadió.
Testimonios de las víctimas y estudios concluyen que los victimarios son generalmente personas cercanas o de la familia, lo cual influye en que prevalezca el silencio. «Yo diría que la gente no cree que esto sucede hasta que lo vive», reflexionó Fernández.
Convencida de que esa baja percepción de riesgo aumenta el peligro, contó su infancia rota en uno de los encuentros del Taller de Transformación Integral del Barrio en Pogolotti, un vecindario obrero del municipio de Marianao, en el oeste de La Habana.
«Al escuchar testimonios como el de Fernández, las reacciones de la gente van desde el asombro hasta la indignación, aunque no faltan las personas que aún dudan de la veracidad de la situaciones narradas», relató a IPS la especialista en estudios sociológicos del taller, Mercedes Abreu.
Estos talleres cuentan con pequeños equipos interdisciplinarios que trabajan para reforzar el papel transformador de la comunidad, partiendo de un reconocimiento de las necesidades y las demandas populares en el barrio en que están enclavados. Suman unos veinte en la capital, con algo más de dos millones de los 11,2 millones de habitantes de este país.
Comenzaron en los años 80 para tratar de mejorar las condiciones materiales de existencia e influir en el ambiente sociocultural del lugar. En Pogolotti abundan la violencia de género, el alcoholismo, el hacimiento y las familias encabezadas por mujeres en precarias condiciones.
«Es un barrio obrero de unos 11.000 habitantes. Estamos en la base de la sociedad y prevalece el machismo. Por eso trabajamos también con las madres, para que asuman que también deben proteger a los varones. Además, buscamos la participación de las instituciones y organizaciones sociales involucradas en esos asuntos», explicó Abreu.
El abuso sexual de menores se hace más visible con el trabajo social de estas entidades barriales y organizaciones no gubernamentales como el Grupo de Reflexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero, de inspiración cristiana pero sin ánimo de proselitismo religioso, que promueve debates y acciones educativas.
«En la escuela estamos mucho más alertas que antes. Yo recuerdo que en los años 80 una maestra descubrió que un padre abusaba de su hija, lo denunció, las autoridades comprobaron el hecho, pero la esposa y madre de la niña se negó a acusarlo. De todas formas, ese hombre fue a juicio y sancionado», contó a IPS una profesora de educación primaria que pidió anonimato.
La televisión cubana ha comenzado a introducir mensajes dirigidos a la familia. El más reciente presentó la dramatización del caso de un menor sometido a abuso sexual por un amigo de su madre.
«Lamentablemente, muchas veces los niños no dicen lo que está sucediendo. Si usted sospecha, no dude en comunicarlo», afirmó la conductora del espacio «Cuando una mujer», promovido por la Federación de Mujeres Cubanas, institución oficialista con estatus de no gubernamental.
Es una muestra de que el problema está dejando de ser un tabú, aunque la percepción de riesgo continúa baja, según Abreu y sus colegas Noemí Reyes y Marta Herrera.
En el plano oficial, el Centro de Atención a Niñas, Niños y Adolescentes adscrito al Departamento Nacional de Menores del Ministerio del Interior ofrece atención a menores víctimas de algún tipo de abuso sexual.
Datos de esa institución indican que en 2012 la policía recibió de familiares, vecinos o personal médico 2.117 denuncias de delitos contra niños, niñas y adolescentes, 54 por ciento de ellos eran abusos lascivos, 25 por ciento violaciones, corrupción o ultraje, y 21 por ciento pederastia, incestos y estupro. Todos son delitos penados por la ley.
Idaís Borges, jefa de la Dirección de Menores del Ministerio del Interior, señaló en noviembre que con una población de 2.260.751 habitantes de hasta 16 años, la incidencia de tales hechos es de 0,09 por ciento, lo que en su opinión corrobora que esas conductas no constituyen un problema social en Cuba.
Sin embargo, la funcionaria admitió a IPS que en la actualidad se trata más este problema. «Hay una apertura; antes nuestras abuelas, nuestras madres, nuestros padres quizás hablaban menos de esto. Creo que ir rompiendo los tabúes ha facilitado que se hable más del tema», indicó.
El país dispone de un sistema de prevención y atención a la niñez en el que participan órganos de justicia, los ministerios de Salud Pública, Orden Interior, Turismo y Educación, así como los Consejos Populares (gobierno local), el barrio y las organizaciones sociales, insistió.
«Para reforzar los derechos y oportunidades del niño o niña abusada, estamos trabajando para crear una línea telefónica confidencial a la que puedan acceder fácilmente y poner en conocimiento de personal especializado su situación», reveló Borges.
Un sistema similar existe, con buenos resultados, para casos de droga y VIH (virus de inmunodeficiencia humana), causante del sida.
«Este asunto, igual que el problema del racismo contemporáneo o la diversidad de género, son poco debatidos en la sociedad», dijo a IPS el escritor Víctor Fowler.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) no tiene estimaciones fiables de la prevalencia mundial del maltrato infantil, pues no se dispone de datos acerca de la situación existente en muchos países, especialmente los de ingresos bajos y medianos.
Sin embargo, la OMS reseña estudios internacionales según los cuales 20 por ciento de las mujeres y entre cinco y 10 por ciento de los hombres manifiestan haber sufrido abusos sexuales en la infancia, mientras que entre 25 y 50 por ciento de niños y niñas refieren maltratos físicos.
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