Siempre es agradable saber que a pesar de que la gama de impropiedades lingüísticas es amplia, haya personas que se preocupen por hacer un mejor uso del lenguaje que emplean, y en virtud de lo cual, se esmeren por disipar sus dudas.
Esa actitud positiva es satisfactoria para los que de manera regular se dedican a señalarlas y a aportar conocimientos, pues es una evidencia de que el trabajo no ha sido en vano. ¡Ese es mi caso!
Pero cuando esa preocupación se basa en el desconocimiento, es bastante lamentable, dado que se convierte en una fuente de dudas, y por ende, de impropiedades. Es encomiable que las personas que emplean la escritura y la expresión oral como herramienta básica de trabajo, se preocupen por mejorar cada día; lo triste sería que esa inquietud se convirtiera en manía, como ha ocurrido en muchos casos.
Ha habido ocasiones en las que me ha tocado participar en tertulias que han dado pie a polémicas sobre el uso adecuado o inadecuado de palabras, que al parecer, es lo que más les preocupa a muchas personas que por lo general se dedican a la redacción de textos.
El rey en esas discusiones es, sin dudas, el bendito vaso de agua, a quienes muchos sabidillos del idioma están empeñados en negarle legitimidad. Lo desconcertante es que quienes se oponen, no muestran un argumento que pudiera legitimar su opinión, pues solo se atienen a que los vasos no están construidos de agua.
Sobre ese caso he hablado y escrito muchas veces, por lo que por ahora solo diré que un vaso de agua es la cantidad exacta de agua que cabe en un vaso, que desde el punto de vista semántico, es el mismo caso de un vaso de leche, un plato de sopa, un ventilador de techo, un reloj de pared, una mesa de noche y una taza de café, entre otros.
No sé si en otro país de Hispanoamérica ocurrirá lo mismo; pero en Venezuela se ha vuelto una mala costumbre utilizar palabras con significado muy diferente del que registran los diccionarios, como la que mencioné en el párrafo anterior, a la que se suma sendo, con su correspondiente femenino, y diatriba, que es de la que voy a hablarles, con la finalidad de aclarar las dudas que pudieran existir.
Para muchos periodistas, locutores, publicistas y otros profesionales que de una u otra forma están vinculados con la comunicación social, ahora todo es una diatriba, palabra que se ha puesto de moda, y no ha habido ni forma ni manera de hacerlos entender que al usarla como lo hacen, incurren en una lamentable impropiedad que valdría la pena erradicar en función de llamar las cosas por su nombre.
Generalmente, quienes cargan la palabra diatriba a flor de labios, lo hacen con la intención de aparentar erudición en materia de lenguaje oral y escrito. Si esa pretendida erudición se hubiese fundado en el conocimiento y en la sindéresis, sería muy provechosa, tanto para ellos, como para los que siempre andan en búsqueda de una luz para vencer la penumbra.
A la palabra diatriba la han aparejado con disyuntiva, duda, dilema, disputa, controversia, pelea, pleito u otro término con el que pudiera expresarse desacuerdo, desencuentro, rivalidad enconosa, rencilla y enemistad, inclusive.
Si esas personas que creen que una diatriba es una pelea o algo similar, sería interesante y provechoso que revisaran un buen diccionario, y así podrían saber que la mencionada palabra nada tiene que ver el uso que de manera inmisericorde le dan.
¡Diatriba, estimados periodistas, estimados locutores, publicistas, manejadores de redes sociales y educadores, es “discurso o escrito acre y violento contra alguien o algo”. ¿De dónde entonces, habéis sacado semejante disparate?
Pero lo de diatriba con significado diferente del que registran los diccionarios, no se queda ahí, pues el mal ha hecho metástasis en otras áreas. Algunos locutores usan la mencionada palabra para referirse al mecanismo que emplearán para cierto y determinado concurso. Recientemente oí a uno que, con ciertos aires de suficiencia, dijo: “Yo les informaré sobre la diatriba que vamos a escoger para los concursos”. Seguramente, quiso decir trivia.
Y no crean que el uso de diatriba con otro significado es una innovación lingüística; es simplemente ignorancia, basada en el descuido que caracteriza a muchos usuarios habituales del lenguaje escrito y oral en el ámbito profesional, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.