Estoy ante un folio en blanco porque nada se puede añadir. Quizá las palabras suenen huecas cuando el alma se pregunta por la sinrazón humana; esa que nos acompaña cada día cuando hablamos de otros niños como tú. Otros, que sin saber el porqué, mueren de hambre, de soledad, de frío, abandonados, por la guerra, y con desamparo sin saber el porqué desaparecen de la faz de la tierra. Niños que nunca han tenido una oportunidad, niños, tantos niños.
Tú tienes nombre, tienes una familia y soñabas con la vida como los otros niños de tu edad; esos con los que jugabas en Níjar. Y la vida, que elige por nosotros no te ha dado una tregua. Desapareciste y tus padres te echaron en falta. Ha habido casos como el tuyo y tristemente no han aparecido y otros, han aparecido muertos como tú. Pero en tu caso depositamos la esperanza porque tu mamá, sobre todo ella, hablaba de esperanza; esa que nunca se pierde cuando nos agarramos a la vida con un hilo, estrecho y fino hilo que se llama miedo, horror, terror, sí, esa desesperanza…
Ahora viene la pregunta que se hacen los mayores. Esos que nos quedamos sin palabras porque poco se puede añadir, porque nada se puede escribir, porque todo lo que se diga suena torpe y además llega a no tener coherencia. La obsesión, el amor, el desamor, el odio, las rencillas, el dolor, ¡tanto dolor! Es quizá lo único que nos devuelve a la vida; una explicación, un algo que nos sirva como tabla de salvación porque tú no te merecías ser la diana de esa o esas personas; tú no. Y así es. ¿Hasta dónde puede llegar el ser humano? ¿Hasta cuándo veremos situaciones así? ¿Por qué un niño de ocho años? ¿Ojo por ojo, diente por diente…?, nos preguntamos.
Lo cierto, lo verdaderamente cierto es que nos gustaría saber que nunca sufriste al marcharte. Esperamos saber que la persona o personas que te hicieron daño no lo hicieran con saña. Esperamos saber que dormías en paz cuando dejaste este mundo de canallas. Solamente eso. No hay consuelo, no hay letras que describan que detrás de un ser humano está lo peor de la especie; la triste noticia de saber que una persona, en un momento dado puede atentar contra un niño como tú.
¿Quién puede hacer daño a un niño?
Nunca olvidaremos el 11 M. Murieron muchas personas en atentados terroristas hace catorce años; los otros de la sinrazón, que hoy recordamos con el corazón partío, pero tú, tu sonrisa y tu infancia desaparecieron para siempre aquel día de marzo pero nunca desaparecerán de nuestro corazón. Has conmovido a un país que hoy se pregunta, quizá, lo mismo que yo. En el bosque del recuerdo hay un huequito para ti. Chiquito como tú, pero en el que caben todos los niños que murieron como tú con ocho añitos o menos. En ese bosque, en ese recuerdo, encontraremos la paz que hoy hemos perdido al saber que habías aparecido muerto. Allí arriba hay un mar inmenso en donde podrás vernos y nadaremos hasta encontrarte un día de estos. ¡No te olvides! Nos veremos algún día, querido niño Gabriel.
Descansa en paz, pescaito.