En noviembre de 2001, la plana mayor de Al Qaeda, cercada por las tropas de la alianza occidental liderada por los Estados Unidos, se refugió en las montañas del Este de Paquistán. Pocos días antes del cese de las hostilidades, Osama Bin Laden lanzó una advertencia a “los cruzados y los judíos”, es decir, a los cristianos y los sionistas. “La tempestad de los aviones no se calmará, si Alá quiere, mientras (Estados Unidos e Inglaterra) no cesen su apoyo a los judíos en Palestina, no levanten el embargo a Irak y no abandonen la Península Arábiga… Si no lo hacen, la tierra se incendiará a sus pies”.
Sabido es que el operativo bélico Libertad Duradera, ideado y capitaneado por los estrategas del Pentágono, no logró acabar con la presencia de los talibán en tierras afganas o paquistaníes. Sin bien los aliados occidentales ganaron los combates de primera hora, la nutrida fuerza multinacional fue incapaz de erradicar el islamismo militante. Ello se debe ante todo a que los políticos del “primer mundo” no llegaron a analizar el fondo de la cuestión. Para muchos, Al Qaeda no dejaba de ser un fenómeno aislado, un mero accidente histórico. Sin embargo, Bin Laden había avisado: “volveremos dentro de diez años”.
La (mal) llamada guerra global contra el terrorismo se cobró su infinidad de víctimas, tanto en el mundo islámico como en Occidente. Sin hablar, claro está, de los daños colaterales, las millones de personas sospechosas de connivencia con el “enemigo” (¡islámico!), que figuran en las listas negras elaboradas por los organismos de seguridad estadounidenses y/o europeos. Sin embargo, el ideario de Al Qaeda se fue propagando a la casi totalidad de los países de Oriente Medio y el Magreb. Brotes islamistas surgieron en el África subsahariana. El accidente histórico acabó convirtiéndose en una enfermedad contagiosa. En 1992, tras el desmoronamiento del bloque socialista, Norteamérica y la OTAN buscaban un enemigo. Un político español no dudó en ponerle nombre: el enemigo es el Islam.
La aventura bélica iraquí de George W. Bush abrió la caja de Pandora. El entonces inquilino de la Casa Blanca buscaba a los “terroristas de Al Qaeda” en un país laico, donde el radicalismo religioso estaba vedado. Mas al abusar del peligroso mantra Bin Laden, los Estados Unidos lograron fabricar una primera hornada de terroristas. Algunos procedían de la vecina Arabia Saudita, cuna del radicalismo islámico moderno, otros…
Cuando los dirigentes rusos lanzaron los primeros ataques contra los grupos de excombatientes de la guerra de Afganistán que se habían adueñado de Chechenia, los europeos no dudaron en condenar a Moscú por… la violación de los derechos humanos. Sin embargo, la presencia de Al Qaeda en el Magreb causó un profundo malestar en las cancillerías occidentales. El “enemigo” se estaba acercado a pasos agigantados. No es nuestro propósito analizar en estas líneas la espectacular expansión de los movimientos islámicos en Asia y África. Este fenómeno merece ser estudiado con mayor minuciosidad. Creemos, sin embargo, que sería útil comentar la presencia del Emirato Islámico de Irak y el Levante, emanación de Al Qaeda, en la guerra civil siria y los recientes acontecimientos que tuvieron por escenario las localidades de Ramadi y Faludja, sitiadas en el “triángulo suní” de Irak, antiguo baluarte de las tribus aliadas al dictador Saddam Hussein, que se ha convertido en la mayor cantera de radicales islámicos. Tal vez porque los suníes se sienten perseguidos por la mayoría chiita que controla actualmente el país.
Si bien la Casa Blanca no contempla la posibilidad de reenviar tropas a Irak, pues “no es del interés de los Estados Unidos tener tropas en cada conflicto de Oriente Medio”, como señalaba el subsecretario de Seguridad Nacional Benjamin Rhodes, Norteamérica no descarta la posibilidad de comprometer material bélico sofisticado en el combate contra las huestes del Emirato.
Más interesante aún es la postura del presidente Obama frente al régimen de Damasco. Curiosamente, la ofensiva islamista en Siria y los encarnizados combates entre los guerrilleros del Emirato y los aún más radicales miembros del Frente Al Nusra en las inmediaciones de Idlib y Alepo, convierten a Bashar el Assad, el siniestro dictador de 2013 y bestia negra de la Administración estadounidense, en… posible futuro aliado del mundo occidental.
Todo ello podría parecernos disparatado. Sin embargo, al descifrar los códigos, hallamos la inquietante respuesta: Al Qaeda ha vuelto. Así de simple.