Alfredo Calderón: rescate de un gran escritor público

Entre los varios libros que durante el verano en curso estoy leyendo, debo aconsejar por su indudable interés el que ha editado Pedro L. Angosto bajo el título Alfredo Calderón y el nacimiento de la España vital*, una selección de artículos del mencionado escritor republicano (1850-1907), una de las personalidades más sobresalientes y olvidadas de la generación de La Gloriosa (1868), particularmente admirada por quien suscribe este artículo.

portada-alfredo-calderon Alfredo Calderón: rescate de un gran escritor públicoDescubrí a Calderón hace más de quince años e incluso tuve el proyecto de hacer lo que Pedro L. Angosto acaba de dar a conocer con su habitual solvencia. Gracias al Centro de Investigación y Estudios Republicanos (CIERE), el libro está ya en la calle, con una presentación del director del CIERE, Manuel Muela, y una lúcida introducción crítica de Angosto sobre el periodo historico en que discurrió la existencia de Alfredo Calderón, así como sobre su biografía y obra periodística.

Si la vigencia del pensamiento del escritor público al enjuciar aspectos relacionados con la vida política y social de España sorprenderá al lector cuando se asome a los artículos seleccionados, que corresponden a la etapa comprendida entre 1890 y 1907, también le llamará la atención la brillantez literaria de su estilo y expresión, claro, profundo y directo, que personalmente no tengo reparo en situar como uno de los más relevantes de la historia del periodismo español, pues Alfredo Calderón fue sobre todo escritor de periódicos y de varias cabeceras: dirigió La Justicia y colaboró en El País, La república, El Liberal (Bilbao), El Mercantil Valenciano, El Diluvio y Las Dominicaldes del Librepensamiento. Ya en su época, muchos de esos artículos fueron recogidos en libro bajo diversos títulos (Nónadas, De mis campañas, A punto de pluma) que tuve la oportunidad de leer en sus ediciones originales.

Tal como señala el historiador Pedro Luis Angosto en su estudio crítico, la defensa de las teorías evolucionistas fue una de las claves de la vida científica y periodística de Alfredo Calderón y su postura a favor de la educación laica le situó como anticlerical manifiesto ante un país que estaba sometido a un clericalismo castrador, si bien admiraba el arranque liberador del cristianismo primigenio. Calderón fue un defensor acérrimo de la escuela pública como instrumento básico para erradicar el oscurantismo y la superstición, y formar de ese modo ciudadanos libres capaces de trabajar diestramente con sus manos y su intelecto. Institucionista, regeneracionista y salmeroniano, Alfredo Calderón calificaba la Restauración como régimen represivo y corrupto, y su ideal político se basaba en una república democrática y social.

Los artículos que conforman el libro editado por Pedro L. Angosto fueron los más leídos de su tiempo, a pesar de que sobre la personalidad de su firmante haya sobrevenido un espeso nublado de olvido que asimismo afecta a otros compañeros de su generación y que convendría igualmente rescatar. La muerte de Calderón, a los 57 años de edad, causó una auténtica conmoción nacional y dio lugar a una de las manifestaciones públicas más impresionantes habidas hasta entonces en Valencia, su ciudad natal, según afirma Angosto. Otro gran periodista y discípuldo de Alfredo Calderón, Roberto Castrivido, despidió así a su maestro:

«No solo los republicanos, cuando admiren la inteligencia y amen la virtud, llorarán con nosotros la muerte de Alfredo Calderón. Era más que un foliculario, que un profesional de la prensa diaria, un catedrático que explicaba por escrito su lección en los periódicos que le pagaban por publicarla, y en los muchos que la publicaban sin pagarle. Era un catedrático sin cátedra oficial, por mal de la administración pública y en daño de la enseñanza; un catedrático por vocación, un maestro amable y bueno, más deseosos de educar que de enseñar, y tan enemigo de la pedantería, que a fuerza de ser sencillo, aparentaba menos sabiduría de la que poseyó. El maestro Calderón ni era ligero ni improvisador, vicios que constituyen las virtudes esenciales del periodista militante. Y no es que fuera un escritor premioso, era que necesitaba pensar lo que escribía, y en la Prensa diaria la reflexión es un estorbo».

*Pedro L. Angosto (Ed.): Alfredo Calderón y el nacimiento de la España vital. Artículos, 1890-1907, Centro de Investigación y Estudios Republicanos, Madrid, 2013.

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