Argentina: la inflación siempre puede empeorar

Los argentinos ya se acostumbraron a que nada cuesta hoy lo mismo que la semana anterior y asumen los aumentos de precios con resignación, cuenta Mariano Cohen: «Ya casi nadie se enoja ni se queja. Simplemente, si la plata no les alcanza, no compran», explica en su negocio de artículos desechables de Villa Crespo, uno de los barrios más comerciales de Buenos Aires, informa Daniel Gutman (IPS) desde Buenos Aires.

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José Lonardi, en su minitienda de golosinas y bebidas en el centro de Buenos Aires © Daniel Gutman / IPS

Mariano vende vasos, platos y fuentes de plástico, rollos de cartón para embalar y envases de aluminio. Atiende a bares, a restaurantes y también al público. Tiene un salón de ventas amplio, de unos ochenta metros cuadrados, y un entrepiso de la misma superficie, que usa como depósito y es un gran activo para un comerciante que vende productos no perecederos.

Este comerciante dice a IPS que compra y almacena toda la mercadería que puede, para anticiparse a los aumentos.

«Si no tengo más, es porque no entra más o porque no me quieren vender grandes cantidades. El otro día un proveedor me suspendió una entrega muy importante de un minuto para el otro y me devolvió el dinero que ya le había pagado», cuenta, con el mismo gesto de resignación que, según dice, ponen sus clientes ante los precios de su negocio.

La economía de este país sudamericano, con una larga historia de desequilibrios e inflación, ha entrado en un espiral de aumento de precios permanente que ya ha liquidado la capacidad de asombro de sus 46 millones de habitantes.

En Argentina, en realidad, lo absurdo es normal desde hace tiempo: aquí se puede comprar un par de zapatos en seis cuotas sin interés, con financiamiento subsidiado por el gobierno o incluso por bancos privados, pero para comprar una vivienda se debe pagar al contado, porque el crédito hipotecario es casi inexistente.

Hoy los aumentos de precios son tan repetidos que la sorpresa se genera las pocas veces que un precio es el mismo de una semana a la otra.

En 2021 hubo preocupación cuando la inflación trepó a 50 por ciento anual, atribuida en parte a los coletazos de la pandemia de covid, que obligó a aumentar la emisión de moneda para atender la ayuda social. Sin embargo, pronto esa cifra comenzó a ser añorada: en 2022 el índice trepó a 95 por ciento, el más alto desde 1991.

Aun así, la economía de esta nación –donde más de 40 por ciento de la población es pobre y prácticamente no se crea empleo privado desde hace doce años- parece empeñarse en demostrar que siempre puede ir a peor.

Este año la inflación volvió a pegar un salto, acumuló un 103 por ciento solo en los primeros nueve meses y alcanzó 138 por ciento en el índice interanual (desde septiembre de 2022 a septiembre de 2023), siempre según datos oficiales. Las proyecciones indican que 2023 finalizará con un incremento de los precios al consumidor de alrededor de 150 por ciento.

Emerger y volver a ahogarse

«Siento que el día en que me pagan el sueldo es el mejor del mes, pero también el peor», dice a IPS Ariel Machado, burlándose de sí mismo.
«Me alegro cuando cobro, pero cuando separo el dinero para los gastos fijos y saco la cuenta de cuánto me va a quedar, vuelvo a sentirme ahogado», cuenta este hombre separado, padre de un hijo, que es empleado en una agencia de relaciones públicas muy conocida en Buenos Aires y que además vende vinos seleccionados a través de internet para completar sus ingresos.

Típico exponente de la fuerte clase media de Buenos Aires, acostumbrada a ir de vacaciones a las playas de Brasil y cenar en restaurantes un par de veces por semana, Ariel dice que esas cosas quedaron en el recuerdo y que hoy a veces se siente girando «en una rueda de infelicidad, por la cantidad de cosas que quiero hacer y no puedo».

Trata de olvidarse del tema pero no lo consigue: «Preocuparse por la plata consume mucha energía. Hace tres años tampoco podía ahorrar, pero no me pasaba esto. Hoy hay días que hasta tomarse un café fuera de la oficina parece un despilfarro», explica.

Como él mismo reconoce, Ariel no está ni remotamente entre las capas más vulnerables de la población, que gastan prácticamente todos sus ingresos en alimentos, rubro que encima viene aumentando más que la inflación general.

La que es la tercera economía de América Latina está inmersa en un proceso de estancamiento y deterioro que comenzó en 2012 e hizo que los partidos gubernamentales perdieran las últimas dos elecciones presidenciales, en 2015 y 2019.

El domingo 19 se definirá el próximo presidente, en una segunda vuelta en la que competirán el oficialista Sergio Massa (de centro) y el opositor Javier Milei (de ultraderecha).

Solo las extravagantes propuestas de Milei, quien propone la libre portación de armas y la creación de un mercado de venta de órganos, además de la dolarización inmediata, y la eliminación del peso local del Banco Central, han hecho que sea competitivo Massa, quien desde 2022 es el ministro de Economía.

Las elecciones siempre generan aún mayor inestabilidad en la economía y situaciones difíciles de entender para los visitantes.

Es que los que pueden, adelantan compras ante la incertidumbre del día después y de que el consumo en algunos rubros no se resienta.

Así septiembre, mes previo a la primera vuelta electoral, mostró un fuerte aumento del consumo en los supermercados (ocho por ciento con respecto al mes anterior, según datos privados), solo comparable a marzo de 2020, cuando inició el confinamiento por la pandemia.

De todas maneras, el impacto de la inflación en los más pobres es visible en el área metropolitana de Buenos Aires, un gigantesco conglomerado donde viven 15,5 millones de personas o un tercio de la población de Argentina, en el que cada vez más personas duermen en la calle o deambulan en busca de algo para comer.

Los sectores pobres sufren por un deterioro que se mide no solo en ingresos sino también en cuestiones como acceso a servicios básicos y condiciones ambientales.

Un trabajo publicado en octubre por el respetado Observatorio de Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) reveló que desde 2018 comenzó un proceso de reducción de la brecha de desigualdad en la capital y el llamado Gran Buenos Aires, pero debido al empeoramiento de las condiciones de vida de los sectores medios y no a las mejoras en los hogares de los barrios más vulnerables.

Pertenecientes a esos sectores vulnerables de Buenos Aires contaron a IPS que la escalada de las inflación es más un problema de las capas medias de la ciudad, que se sienten obligadas a bajar su nivel de vida, que se empobrecen, mientras en su caso «estábamos y estamos tan mal que un salto de la inflación de 100 a 150 por ciento no nos cambia nada».

Además parte de la población más pobre de Buenos Aires y su área metropolitana tiene el auxilio de la asistencia social del gobierno central o el de la ciudad autónoma, o de organizaciones no gubernamentales.

Sin referencias

José Lonardi es dueño de una minitienda de golosinas, bebidas y cigarrillos en la calle Paraguay, a pocas cuadras del Obelisco, ícono del centro de Buenos Aires. Los precios de la mercadería, cuenta a IPS, llegan casi todas las semanas con aumentos, que a veces son de tres o de cinco por ciento y en otras ocasiones de 20 o 30 por ciento.

«Hace dos o tres años los clientes todavía se quejaban cuando subían los precios, porque tenían algún punto de referencia. Hoy, la inflación tomó tal velocidad que ya nadie sabe cuánto valen las cosas y nadie dice nada», detalla.

En este contexto, las contradicciones se multiplican. Los pesos se derriten como un helado bajo el sol y la gente se los quiere sacar de encima. En los programa de la tarde de la TV, desfilan economistas que aconsejan comprar grandes cantidades de papel higiénico para ganarle a la inflación.

Mucha gente sin embargo, no les presta atención: en distintos barrios de Buenos Aires los restaurantes están llenos siempre, aun los días de semana: «En la economía argentina nadie sabe lo que puede pasar la semana que viene. Así que los pesos queman y la gente, mientras tenga, gasta», dice José.

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