Todo sucedió en menos de dos minutos, desde que los yihadistas entraron en el edificio. La sede del periódico satírico se encontraba entonces en el número 10 de la calle Nicolas Appert (distrito 11 de París). Hubo once muertos relacionados con Charlie Hebdo. Ocho de ellos en la redacción del periódico. Fue el 7 de enero de 2015.
El relato policial y judicial contó 34 balas. Entre las víctimas mortales, estaban los dibujantes y caricaturistas Charb, Wolinski, Cabu, Tignous y Honoré.
Charb, cuyo verdadero nombre era Stéphane Charbonnier, habría cumplido 53 años (tenía 47) el 21 de agosto. de 2020 Como las amenazas contra él eran numerosas y venían de años detrás, Charb había pedido un permiso de armas para defenderse. Se lo denegaron. Lástima. Sabía disparar porque practicaba en un club de tiro. También consta que miró a los ojos de sus asesinos y que les hizo un corte de mangas antes de caer abatido.
Antes de disparar contra los allí reunidos, los jóvenes terroristas salafistas, los hermanos Chérif (32 años) y Saïd Kouachi (34 años), habían acabado ya con la vida de Frédéric Boisseau, empleado de una empresa de limpieza y mantenimiento. El pobre hombre estaba en el local de la portería del inmueble. A continuación, se encontraron con la caricaturista Corinne Rey que salía para recoger a su hija. Tras intentar despistarlos, Corinne fue obligada a acompañarlos al segundo piso, donde estaba la redacción del semanario. La amenazaron. Se vio obligada a abrir la puerta utilizando su código electrónico personal. Uno de los implicados la conoció y la llamó Coco, su pseudónimo como periodista y dibujante.
Simon Fieschi, 31 años entonces, era el encargado de la página digital de Charlie Hebdo. Tras Frédéric Boisseau, fue la segunda víctima de los disparos. Estuvo gravísimo, pero no murió. Recibió un balazo en el cuello que terminó perforándole un pulmón, para después dañarle la espina dorsal. La bala le salió por un omóplato. Estuvo algún tiempo en coma y aún sufre secuelas graves. «Mentalmente, hoy calculo bien el tiempo antes de llegar a una cita, pero ahora termino llegando siempre tarde», ironiza. Camina con muchas dificultades.
Tignous, según su firma periodística, se llamaba Bernard Verlhac. Tenía 57 años. Cuatro hijos. Recibió el pseudónimo de su abuela. Un término que quiere decir tiña o polilla en la lengua occitana (sur de Francia). Aunque él era un parisino irredento que como caricaturista había colaborado con toda clase de publicaciones. Libertarias o comunistas. Y también en el diario católico La Croix. Está enterrado en el cementerio de Père Lachaise (sector 95, por si el lector quiere visitarlo).
Honoré, Philippe Honoré, firmaba sus dibujos con su apellido. Minutos antes de morir acababa de felicitar sarcásticamente, en Twitter y Facebook, a Abou Bakr-al-Baghdadi, jefe de la Organización del Estado islámico (Daesh). El líder de Daesh deseaba «mucha salud» a todos. Quienes visiten la tumba de Tignous, pueden acercarse al columbario del mismo cementerio de Père Lachaise para saludar las cenizas del viejo Honoré (nicho 2894).
Wolinski, Georges David Wolinski, tenía 80 años, nada menos, y también firmaba con su apellido. Guardo como oro en paño algunos de sus libros y caricaturas. Y el número en el que anunciaron el fin de la revista, otro más, cuando aún se llamaba Hari-Kiri-L’Hebdo. Fresco y salvaje. Le tuve siempre una afección particular por haberlo descubierto antes que a los demás. Está enterrado en el cementerio de Montparnasse. Por si lo mismo.
Cabu, Jean Cabut, según su verdadero nombre, tenía 76 años. Se hizo antimilitarista después de su experiencia como soldado de reemplazo en la guerra de Argelia. Esa mili parece haberlo convertido en enemigo de la idiotez. Su personaje más célebre es Beauf (inventó la figura del cuñado, nada menos) que representa a ese francés medio que bebe más de la cuenta y que desbarra siempre en el bar. Un personaje que oscila entre su alcoholismo, su racismo machista y su ignorancia. Cabu no está enterrado ni en Montparnasse, ni en Père Lachaise.Voilà.
El prestigioso economista alternativo Bernard Maris firmaba como Oncle Bernard, el tío Bernard. Había participado en el relanzamiento de Charlie Hebdo, tras alguna de sus numerosas crisis. Colaboraba en la radio pública francesa y con diversas publicaciones periódicas. Ironizaba y escribía de los disparates del capitalismo neoliberal. Una de sus obras tiene un título que expresa bien su punto de vista: Lettre ouverte aux gourous de l’économie qui nous prennent pour des imbéciles (Carta abierta a los gurús de la economía que nos toman por imbéciles). Era consejero general del Banco de Francia. Era keynesiano como mi amiga Aurelia. Tengo tres libros suyos: Marx, ô Marx pourquoi m’as tu abandonné y Antimanuel d’économie (un libro erudito y divertido). Mi tercer libro de Maris, Et si on aimait la France, está en algún escondrijo. Ocupa poco y se habrá escondido.
El corrector Mustapha Ourrad (60 años) fue otro de los muertos. De origen argelino como sus asesinos, Ourrad era un tipo discreto. Tuvo empleos precarios. También como los hermanos Kouachi, quedó huérfano desde muy pronto. Un erudito casi autodidacta a quien alguien puso el mote de Mustapha Baudelaire. Era de nacionalidad francesa, pero aún no había tenido tiempo de recoger la documentación oficial. Lo hizo su hija por él, después de su asesinato.
El azar hizo que Michel Renaud, quien era jefe de gabinete de un alcalde del sur de Francia, estuviera allí por casualidad. Llevaba material de trabajo, unas planchas de imprenta a Cabu para algo relacionado con unas jornadas culturales. Le invitaron a estar presente en la reunión de redacción. Aceptó. Mala suerte.
Elsa Cayat, cronista de sociedad, psicoanalista y psiquiatra, fue la única mujer asesinada en el atentado de Charlie Hebdo, a pesar de que los autores de la matanza le habían dicho previamente a Corinne Rey, Coco, y a otra periodista, Sigolène Vinson (que salía cuando entraron los criminales) que no mataban a las mujeres. Si prometían leer el Corán, según dijo uno de ellos. Elsa Cayat escribía una sección semanal titulada Charlie Divan.
Fueron asesinados también dos policías, Franck Brinsolaro, que era el escolta de Charb, y ya en la calle, Ahmed Merabet (40 años), policía de una comisaría cercana que siguió a los asesinos. Fue rematado en el suelo de modo implacable cuando ya estaba herido y pedía clemencia. Merabet tenía una infancia y orígenes (argelinos) muy similares a los hermanos Kouachi y al guardaespaldas y policía asesinado en el tiroteo mayor, el de la redacción.
Aparte del mencionado Simon Fieschi, hubo otros heridos menos graves, dos periodistas más y otro empleado de la limpieza que se encontraba por allí. También el caricaturista Riss, cuyo verdadero nombre es Laurent Sourisseau, actual director del semanario. Recibió un disparo en un hombro.
Al día siguiente, Amedy Coulibaly, yihadista y amigo de los hermanos Kouachi, irrumpió en un comercio de productos judíos llamado Hyper Cacher, en el límite de París, puerta de Vincennes. Retuvo bajo la amenaza de sus armas a los empleados y clientes. En medio de su locura, pidió los papeles de sus rehenes para verificar si eran judíos. Mató a cuatro personas. Tras un cerco policial de varias horas, la policía asaltó el local y lo mató. En la investigación posterior, se supo que Amedy Coulibaly era también el autor de la muerte (el día anterior) de una jovencísima policía municipal aún período de prácticas, de 26 años, originaria de la isla de la Martinica, Clarissa Jean-Philippe.
Said y Chérif Kouachi hundían sus raíces en la marginalidad de algunas zonas del noreste parisino. Quien esto firma vivió entonces a poca distancia de donde ellos, sin saberlo. Nos sirve para resaltar -con certidumbre- que no todo es marginalidad en el distrito 19 de París, desde luego. Huérfanos de padre, su madre se prostituía para mantenerlos. La pobre mujer murió durante su sexto embarazo y tras una toma excesiva de medicamentos. Un comando especial de la policía terminó cercando a los hermanos Kouachi en una imprenta al norte de París, tras una escapada rocambolesca mediante la que intentaban llegar a Bélgica, donde tenían contactos y refugio preparados.
Quienes van a ser juzgados -hasta noviembre- son once hombres que están relacionados con los atentados de aquellos días por ser sospechosos de colaborar, organizar y convencer a los autores de aquellos crímenes. Tres personas más son juzgadas en rebeldía, entre otras Hayat Boumèdienne, compañera sentimental o esposa de Coulibaly. Hay unas doscientas personas que estarán presentes en el juicio por tener derecho a personarse en el proceso. Habrá también expertos en diversos campos y casi 150 testigos.
El de Charlie Hebdo no será un juicio cualquiera, desde luego. Quedarán incógnitas y misterios sin resolver. Habrá nuevos debates sobre los límites de la libertad de expresión. Sobre los tabúes y la tolerancia. Probablemente no vuelva a haber una manifestación como la que tuvo lugar en París cuatro días después del atentado. Inconmensurable.
Por desgracia, en nuestra época abundan la histeria colectiva y los individuos (y los grupos) que se sienten rápidamente ofendidos. Podríamos decir más: que desean ser o sentirse ofendidos. El problema es que algunos de esos -airados, tontos del culo o perversos, da igual- se lo toman todo al pie de la letra y hasta están dispuestos a agarrar de inmediato las armas para reparar las supuestas ofensas.
Así que dejando esos coléricos a un lado, concentrémonos en lo principal: « la caricatura es el testigo de la democracia ». Lo dijo años antes Tignous, una de las víctimas del atentado de Charlie Hebdo. Eso es lo más importante del caso. En estos tiempos de cólera estúpida y de polarización sumaria, es mejor tomarse unas cervezas con los amigos que tomar las armas. Si es posible. En memoria de las víctimas. De todas. Entre ellas de Charb, quien antes de morir asesinado, hizo su último corte de mangas contra los asesinos. En su cara, en legítima defensa.
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*Dos artículos publicados por el mismo autor sobre el atentado contra Charlie Hebdo y su impacto en enero de 2015:
https://periodistas-es.com/memoria-personal-de-charlie-hebdo-al-ritmo-de-gainsbourg-46155
https://periodistas-es.com/paris-contra-el-odio-46291
Es la forma legítima de reivindicar a la verdad. Los notables periodistas no engendraron miedo y publicaron su creatividad que debería concienciar a los dogmáticos que, ofendidos, no tuvieron alternativa otra que matar, pues dialogar no reposa en su capacidad intelectiva. Ahora, la verdad renace con fuerza pues siempre está en la profundidad (veritas est in puteo) y todo el mundo sensible los apoya y eso nos se consigue fácilmente.