El mundo (es cierto) anda un poco convulsionado. Puede que mucho, que demasiado. No obstante, aún conserva pizcas de emociones, de sinceridad, de pretensiones útiles, de aspectos subjetivos que nos endulzan y hacen felices.
No todo es conflicto, por fortuna. Probablemente las dosis de maldad no son tan grandes como reseñamos. Hay abundancia en lo bueno que podemos contar: lo que pasa es que lo dejamos en un segundo lugar o turno. ¡Cambiemos el chip, por favor!
Juremos armonía desde de una óptima perspectiva. Nos implicamos cada día, si queremos verlo así, en muchos perfiles bellos, que, sin duda, constituyen la base de los sistemas y las garantías de un porvenir con recetas de gran calado y belleza. Somos muy capaces.
Como ejemplo, cuando salimos a la calle podemos ver la ventura de la existencia en los más jóvenes, en los instantes de solidaridad de gentes de todo colorido, en la colaboración en etapas de dolor o de precisión. En consecuencia, no nos mostramos cotidianamente tan ajenos como cacarean algunos. Hay un mañana.
La fortaleza de una sociedad está en su bondad, en su caridad. Por eso no debemos esconderla o escabullirla entre tendencias y modas supuestamente más atractivas. El poder está en la razón positiva. Por ella, con ella, hemos de caminar. Y, por supuesto, siempre con el corazón en la mano.