Cuba necesita retener a sus montañeses en las alturas

Los valles adornados con montañas redondeadas, tupidos bosques madereros y riachuelos del municipio de La Palma, en el occidente de Cuba, parecen de lejos un paraíso. Pero muchos habitantes los abandonan por los rigores de la vida en las tierras elevadas del país y otros retos de las montañas1, informa Ivet González (IPS).

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Un hombre transita por un camino cuesta arriba en el municipio montañoso de Victorino, en la provincia de Granma, en Cuba, en un día lluvioso. Crédito: Jorge Luis Baños/IPS

A pesar de planes especiales, las esquivas mejoras de la economía cubana, en crisis desde hace veinte años, tardan más en escalar hasta los mogotes y otras formaciones montañosas, que representan 21 por ciento del territorio y 40 por ciento de las áreas boscosas de este archipiélago dominado por las llanuras.

Hoy habitan 681.600 personas en las zonas elevadas de este país insular caribeño, una reducción significativa con respecto a las 724.124 registrados en 2008, según la estatal Oficina Nacional de Estadísticas e Información.

Estas cifras comprenden asentamientos de difícil acceso atendidos por el estatal Plan Turquino, creado en 1987 para los cuatro macizos principales del país: Guaniguanico (occidente), Guamuhaya (centro), Sierra Maestra y Nipe-Sagua-Baracoa (oriente) y el municipio llano Ciénaga de Zapata, protegido por ser el mayor humedal del Caribe insular.

El programa lleva el nombre del punto más alto de la geografía cubana, el oriental Pico Real del Turquino, con una altitud de 1974 metros sobre el nivel del mar, y busca asentar un desarrollo sostenible que retenga las poblaciones de montaña, asentadas en 54 municipios de 10 provincias, con una extensión de 22.939 kilómetros cuadrados.

Pese a los logros en educación y salud, especialistas señalan que sigue pendiente la sustentabilidad económica de estas regiones especialmente vulnerables.

Observan que la depresión que se alarga desde 1991, se sufre más en esas comunidades porque se paralizaron grandes obras del entonces incipiente Plan Turquino, mientras se retrasan los programas sociales y hay menos alternativas para afrontar la crisis de fondos.

«A algunos jóvenes les gusta vivir aquí, porque es más saludable, y a otros menos. En todo el municipio hay muy poca recreación: solo funciona un centro nocturno donde ponen música», dijo a IPS la joven Mailén Pi, de 21 años, vecina de La Palma.

Ubicado en el macizo de Guaniguanico, a 157 kilómetros al oeste de La Habana, este municipio rural con 34.920 habitantes tiene una cabecera homónima con escuelas de todos los niveles de enseñanza, hospitales, centros de investigación y una red de servicios básicos como telefonía fija y móvil, electricidad, agua y saneamiento.

«En este pueblo sucede también pero la emigración se da más en un lugar conocido como La Sierra, adonde comenzaron a llevar hace poco el servicio eléctrico. Eso trajo que muchas familias se fueran a otros lugares para mejorar su calidad de vida», contó la Pi, que estudia medicina en la localidad.

«El éxodo en La Palma ocurre porque no está insertada en los canales de turismo», valoró el profesor Miguel Pérez, de 54 años. «Las personas salen buscando conectarse con esas redes de comercio y por tanto de mayores ingresos. Por eso deberíamos desarrollar aquí un proyecto de ecoturismo», propuso.

Los asentamientos de montaña carecen de niveles de desarrollo similares. Hay pueblos bien provistos de servicios, como La Palma, mientras otros pequeños se pierden en las serranías sin contar con carreteras, energía eléctrica, redes hidráulicas y las señales de telefonía, radio y televisión.

Las dificultades económicas, en especial de transporte sistemático y seguro, pueden limitar hasta el acceso gratuito a la salud y educación. Estos dos servicios públicos son los símbolos positivos del gobierno socialista, que asegura ofrecerlos de calidad a los 11,2 millones de habitantes del país, incluso hasta en los lugares más intrincados.

Al mediodía, un mar de adolescentes uniformados de blanco y amarillo descienden por la carretera del pueblo de Victorino, en la ruta que lleva al pico de Turquino. Muchos se guarecen con paraguas y otros caminan bajo la pertinaz lluvia de la Sierra Maestra, que cubre parte de las provincias orientales de Granma y Santiago de Cuba.

«Todos no cabemos en el camión que pasa cuando se termina la escuela», dijo a IPS un adolescente delgado y de piel curtida, al igual que sus condiscípulos. Desde edades tempranas caminan largas distancias cuesta arriba y abajo por los trajines de la vida cotidiana.

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El matrimonio de agricultores compuesto por Nelson Aguilar, de 45 años, y Yuleynnis Arias, de 34, en la entrada de su casa en el municipio montañoso de Victorino, en la provincia de Granma, en Cuba. Crédito: Jorge Luis Baños/IPS

«Hemos tenido a veces problemas de que faltan médicos y no siempre está disponible la ambulancia para bajar al llano», contó el agricultor Nelson Aguilar, de 45 años. Siembra plátanos (bananos), yuca y boniato (batata). Además, mantiene un vivero de posturas de cafeto en una finca estatal asociada a una cooperativa, junto a su esposa Yuleynnis Arias, de 34 años.

No obstante, evaluó que «las cosas han cambiado mucho en la sierra. Hoy se estudia más que años atrás, hay cultura y atención médica». Enumeró que Victorino, de 1437 habitantes, cuenta con varias escuelas, una policlínica y un teléfono fijo. «Están haciendo una torre para telefonía celular y mejorar la señal de televisión», indicó.

Además, los aires de la reforma económica impulsada desde 2008 soplan también en las montañas.

Con el auge del trabajo privado, «un camión hace algunos recorridos desde Guisa (el municipio al que pertenece Victorino), y muchas personas sacaron licencias para vender productos agropecuarios aquí, en Guisa o Bayamo (capital provincial de Granma)», reveló Aguilar.

Pero el principal problema en la zona son las pocas alternativas de ganar dinero extra y las crecientes brechas de inequidad, valoró.

«La agricultura exige mucho trabajo para cobrar algo», detalló el agricultor, que percibe el equivalente a 20 dólares mensuales. «Los precios de la ropa y los zapatos están por las nubes, al igual que de los materiales de la construcción», apuntó sobre porqué predominan las casas precarias, con muros de madera y techos ligeros.

«La juventud no piensa igual que nosotros. Le gusta la vida moderna que ven por la televisión», opinó su esposa. Ella duda que la hija de ambos, de 13 años, se quede en la serranía.

El investigador Javier Pérez, de la oriental provincia de Guantánamo, alerta que «el área abandonada en los ecosistemas montañosos sigue incrementando su magnitud, y lo peor, sin que aparezca la fórmula para repoblarlas».

«Es una necesidad imperiosa para la seguridad alimentaria del pueblo cubano», acota en un artículo titulado «Las solitarias montañas necesitan compañía».

El científico detalla que «nadie quiere vivir alejado de la civilización». Conmina a destinar más recursos para modernizar estos asentamientos rurales, encargados de producciones claves como el cacao, madera, miel de abejas y café, las dos últimas exportables.

Como parte de cambios en la agricultura, las empresas estatales, a las que los campesinos deben vender gran parte de sus producciones, triplicaron en junio el precio de compra de todas las variedades de café y pagan ahora la tonelada de miel a 745 dólares.

  • Editado por Estrella Gutiérrez
  1. Otros retos de las montañas
    Las zonas montañosas cubanas deben lograr el autoabastecimiento alimentario con la diversificación adecuada de su agricultura, manejo conservacionista de los suelos, extensión de los sistemas de riego e industrializar a pequeña escala las producciones locales, indican pobladores y especialistas.
    Otros desafíos radican en las bajas tasas de empleo de las mujeres y mejoramiento de calidad de vida doméstica con más acceso a agua potable y uso de cocinas eficientes a leña, que ya tienen algunas familias y cooperativas de Victorino.
    El Plan Turquino se une a la Alianza para las Montañas, una asociación mundial voluntaria de diferentes organizaciones abocadas al trabajo con la población de estas localidades vulnerables.
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