Una carta que son tres, marcando con su ritmo los tres pasos de la acción. De las tres cartas, las dos primeras hieren, sólo la última matará, como en los clásicos.
Efectivamente, «El duque y el rey» es una obra clásica, un drama perfectamente estructurado (con su planteamiento, nudo y desenlace), pero un dramón con múltiples llamadas a la actualidad aunque disfrazándose con los ropajes de otro tiempo, de otras latitudes como ya hiciera Calderón en La vida es sueño.
Los dorados abundan en el vestuario, no han escatimado en oro ni en brillos chinescos, todo lo que se ofrece a la vista habla de una grandeza algo caduca y pasada de fecha. Sin embargo, la mesa a la que el rey se sienta es la de un pobre administrador y lo que en ella se gestiona son estas tres cartas pecadoras y marcadoras de ritmos.
Poco volumen de negocio porque, según la tradición española del barroco, el negocio no lo lleva el rey sino algún sinvergüenza. Y el que paga los rotos, también sigue siendo el mismo.
De manera que esos brocados entreverados de oro que dejan colgar al aire hilos preciosos son más falsos que Judas y evocan una corte que, aunque arruinada, se resiste al cambio.
Una corte donde hasta la música tiene un toque medieval y el trono es como el sillón del psicoanalista por el que desfilarán los cuitados dispuestos a ocuparlo. No sé qué les pasa que algo tiene esa cacharro.
Todo parece quedarnos muy lejos, pero no es así. Esta fábula ejemplarizante, chistosa y risueña, esta farsa barroca con su lenguaje actual y esas ropas chapadas manriqueñas, es para poner distancia con lo que duele.
Por el salón del trono -y a la vez despacho humilde- van desfilando 4 caracteres bien definidos: 1. el sinvergüenza del trinque y la ruina, 2. la princesa dividida entre sus 2 devociones, 3. el cortesano que quiere nadar entre dos aguas y se lleva todos los porrazos porque el futuro no está escrito, por suerte, y 4. su perpetuo ocupante el Rey, un viejo al que la proximidad de la Guadaña ha vuelto muy lúcido. Un sujeto que, tomando las riendas, se atreve, y ésa será su gran revolución. Es el papel más agradecido, por su osadía y la sorpresa: el campanazo final es suyo.
Una obra muy bien interpretada, amena, hilarante por momentos, que dura lo justo y regocija por su actualidad disfrazada de atemporalidad. Para colmo y regalo, hay finales de frase que remiten al drama isabelino en sus ecos y alusiones al paisaje. Como si Natura entera, esos bosques y esas nubes, hartos de ver lo que ven, se decidieran intervenir.
- Título: El duque y el rey
Autor y director: Jesús Javier Lázaro
Reparto: Pedro Grande, Manu Lafuente, Rosa Puga, Néstor Rubio
Vestuario: Vito & Yunga
Escenografía: JJ Lázaro
Espacio: sala Trovador (san José, 3, Madrid)
Fechas: Sábados a las 20’30 y domingos a las 19 horas