Los resultados del referéndum de Escocia no deben servir para humillar ni para envalentonar a nadie. Es una decisión democrática de ellos, que hay que aceptar y admirar. Y aquí -guste o no aquellos resultados-, será bueno respetar tanto a los que -por partidismo o convicción- se habían apuntado a que ganara el ‘sí’, como los que apostaban por el ‘no’.
Los sentimientos no se discuten, no se debaten, como ha dicho muy atinadamente el actual líder de los socialistas catalanes. Lo que hay que debatir son los intereses, los procedimientos y las leyes. Los sentimientos son respetables todos. En Escocia se ha debatido, principalmente, sobre los intereses. Nacionalismo y antinacionalismo no ha sido decisivo. La ley se ha respetado escrupulosamente. El referéndum ha sido pactado con el gobierno del Reino Unido, porque podía ser pactado. Entre otras cosas, porque no tienen una Constitución cerrada como en otros países, como tenemos aquí.
El punto más flaco del llamado proceso catalán, más allá de mayorías o minorías reales aún por comprobar, es que se juega demasiado con el marco legal básico, que -se esté o no de acuerdo- un día fue muy ampliamente refrendado democráticamente por el pueblo, y de manera sorprendentemente masiva en Catalunya. Eran otros tiempos y nació con fuertes condicionamientos, ciertamente. De ahí la necesidad de modificarlo. Pero, por ahora, es el marco legal vigente. Lo que no es sensato, es intentar ignorarlo, burlarlo, desvirtuarlo, sortearlo, con maniobras jurídicas pretendidamente legales. O jugando a ‘las dos legalidades’. Y menos, claro, con desafíos políticos. Por legítimos que sean los objetivos finales, el procedimiento choca con el Estado, que formalmente es el garante de la legalidad y, además, tiene los instrumentos disuasorios.
El ejemplo escocés nos señala otro camino. El de la escrupulosa legalidad y el pacto. Un día, hace más de 300 años, Escocia pactó libremente su unión con Inglaterra, y ahora ha planteado también libremente una posible separación, y los ciudadanos escoceses mayoritariamente han dicho que ‘no’. Todo dentro del marco de su ley y con la buena disposición del gobierno central. Aquí no es mejor ni lo uno ni lo otro. Por eso hay que modificar la Constitución, camino realmente complicado y difícil, pero que merece el esfuerzo de intentarlo. Es el camino de la estabilidad y de la paz social y política. Otra cosa, señores políticos, es la tensión y la incertidumbre permanente.
Este es el campo en el que hay que jugar con constancia, honestidad; con realismo, inteligencia, alianzas coherentes, y con una visión a largo plazo. Otra cosa es engañar y engañarse. Es voluntarismo puro, es ilusionismo, que nos puede llevar al desastre, y no a mantener y mejorar el estado del bienestar. La legalidad y el pacto, es el ejemplo de Escocia.
Un ejemplo para todos. Nadie -!que conste !- puede aquí ser humillado ni tampoco debe envalentonarse por el resultado de lo que han decidido libremente los escoceses, señores Mas y Rajoy. Ellos han valorado sus intereses, seguramente más que los sentimientos. Aquí, sin duda, los sentimientos tendrán siempre más protagonismo, como se ha evidenciado, repetidamente, en las grandes manifestaciones populares. Por otra parte, demasiado alentadas y manipuladas… Por ello, precisamente, será necesario pedir más calma y cordura a todos.
Convendrá y deberá debatirse, principalmente, sobre intereses, procedimientos, pactos y leyes, como en Escocia, pero no sobre los sentimientos. Los sentimientos no se discuten, ni se debaten, se respetan.