Amanezco entre sueños cumplidos que me subrayan que todo es posible en este universo de preferencias y de opciones tan variadas como dispares. Somos por nuestros pensamientos, y, fundamentalmente, con ocasión de nuestros actos, que nos dirigen hacia un destino labrado a fuerza de voluntad y con los tonos de alegría que seamos capaces de tocar en nuestros corazones.
Generamos simpatías, empatías y sinergias si éstas nos guían por los caminos del presente y del futuro desde la formación pasada. La perfección, de existir en un ideal, no es un accidente. Alcanzamos lo elucubrado cuando, primeramente, sabemos lo que queremos. Si no, es imposible. Por lo tanto, el primer deber del día es conocernos, intuirnos, palparlos, amarnos, desearnos lo mejor, y, por extensión, igualmente a los demás.
Hemos de interpretar los objetivos con generaciones espontáneas y, asimismo, mesuradas. Todo se ha de presentar sencillo, y, en la medida que podamos, sin litigios. Avanzar es un deber, pero no una obligación. Es deseable que hagamos un repaso de las posibilidades y de los elementos que nos circundan. No nos consintamos soberbios, pero tampoco ilusos desde una posición pasiva.
Cada inicio de jornada es un cosmos que se abre ante nuestros ojos. Lo que vivamos pende en parte de nosotros mismos. Al menos esa dosis la hemos de cosechar. Eso como punto de partida, pero, con seguridad, hay mucho más.