Hay quien deposita demasiadas esperanzas en los resultados del próximo encuentro entre emisarios del Gobierno iraní y las potencias occidentales, que se celebrará la semana próxima en Ginebra.
Si bien para muchos politólogos el deshielo de las relaciones entre Washington y Teherán empezó a esbozarse durante la reciente llamada telefónica entre el Presidente Obama y su homólogo iraní, Hasán Rohaní, algunos conocedores de la realidad persa estiman que los dos estadistas tendrán que sortear innumerables obstáculos políticos, diplomáticos e ideológicos.
Para el actual inquilino de la Casa Blanca, la principal rémora tiene nombre y apellido. Se trata del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quien se apresuró en advertir al establishment estadounidense sobre la escasa credibilidad del discurso de Rohaní. No se refería el político del Likud sólo a la intervención del líder iraní ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en el cual ofreció un diálogo sincero a Occidente y reconoció, por vez primera, la existencia del Holocausto, sino también y ante todo al tono conciliador empleado por el hoyatoleslam en su conversación con el presidente Obama.
Ciertamente, el discurso del primer ministro hebreo no ha cambiado. El halcón utiliza los argumentos de siempre: Irán desea convertirse en una potencia nuclear, poniendo en peligro la seguridad de la región y la supervivencia de Israel. Los iraníes hablan de convivencia, pero a la hora de la verdad potencian las actividades de grupúsculos terroristas. Los iraníes obstaculizan, mediante el apoyo incondicional al régimen de Bashar el Assad, la solución del conflicto sirio. La intolerancia iraní constituye un peligro para la estabilidad de los Estados “moderados” del Golfo Pérsico.
¿Israel, defensor de la causa árabe? Por muy extraño que ello parezca, los estrategas de Tel Aviv y las monarquías del Golfo tratan de crear un frente común contra un poderosísimo enemigo: la república islámica. ¿Política ficción? No, en absoluto. En la era de la globalización, surgen nuevas e inesperadas alianzas.
Pero conviene recordar que Rohaní tiene también detractores en Washington. La pasada semana, la subsecretaria de estado para asuntos políticos, Wendy Sherman, pidió a los ultraconservadores del Congreso que abandonen o al menos, que congelen las iniciativas destinadas a imponer nuevas sanciones económicas contra el gigante persa, ya que tales medidas podrían neutralizar los esfuerzos diplomáticos de la Casa Blanca. Sabido es que los políticos norteamericanos no brillan por su tacto a la hora de abordar cuestiones de alta política internacional. El propio Obama cometió un grave error al aludir recientemente al “régimen iraní”, desafortunada expresión que presupone el no reconocimiento de la legitimidad del Gobierno de Teherán. ¿Simple lapsus?
Rohaní cuenta también con enemigos en el interior del país. Aunque el Guía de la Revolución, el septuagenario e intransigente Alí Jameneí, parece dispuesto a avalar la política aperturista del presidente, los círculos religiosos más conservadores y los radicales que lideran a los Guardianes de la Revolución no comparten el proyecto del presidente. ¿Qué pretende el hoyatoleslam? ¿Acabar de un plumazo de 34 años de lucha revolucionaria, de llamamientos a la unidad del mundo musulmán, abandonar el objetivo final del programa político del ayatolá Jomeyni, la (re)conquista de Jerusalén?
Los jóvenes persas son partidarios del cambio, de la apertura, de la modernización de las estructuras socio-económicas (¡y políticas!) del país. Pero qué duda cabe de que el camino está plagado de obstáculos.
De momento, las autoridades iraníes tratarán de aprovechar la cita diplomática de Ginebra para resolver la crisis generada por la mal llamada “cara oculta” del programa nuclear. Estiman los observadores que los emisarios de Teherán estarían dispuestos a limitar el número de centrifugadoras en funcionamiento, así como la cantidad de uranio enriquecido. También se baraja la posibilidad de aceptar más misiones de verificación de la AIEA. Por su parte, Occidente ha elaborado una serie de propuestas concretas, más rígidas, que los iraníes podrían desestimar, pero que ofrecen como contrapartida el levantamiento progresivo de algunas sanciones aplicables al sector petroquímico y a las exportaciones de… oro.
Del resultado de este regateo depende, en gran parte, el porvenir de las relaciones entre Irán – un país aparentemente dispuesto a cambiar de rumbo – y las potencias occidentales.