Luis González Carrillo
Primer día del décimo mes, hemos vuelto a ir al cine y lo hemos hecho a lo grande con El sol del futuro, la última película de Nanni Moretti, director del que nos enamoramos en «Caro diario» allá por 1993.
El idilio se ha mantenido con algún altibajo, pero siempre nos ha tocado el corazón y la mente. Salimos del cine con la sensación agradable de haber pasado la tarde con un viejo amigo al que hacía tiempo que no veíamos y nos ha puesto al día.
Nos cuenta que su matrimonio se estaba derrumbando, y él, siempre en su mundo, sin darse cuenta, mientras rueda una película sobre la reacción a la invasión de Hungría en 1956 por los ejércitos soviéticos de la sección local del Partido Comunista Italiano en un barrio de Roma al que han invitado a un circo húngaro, precisamente.
Y también nos cuenta en su vida real, es decir en la parte del film en la que vemos de su vida y no el rodaje, de cómo se escandalizó, él, un progresista, cuando supo que su hija se había enamorado del embajador polaco, un hombre de su edad, la del director Giovanni, una eminencia.
Quiere denunciar la reacción de la dirección comunista contra la invasión, quiere una película política, pero sus personajes se rebelan y quieren también amar porque no está reñido con el compromiso.
Todos recordamos a esos plastas que no dejaban de darte la chapa con que lo primero era el partido, los ideales, la lucha y apenas dejaban margen para los besos, las risas y los bailes.
La escena en la que él, adolescente, una vez acabada una película dónde había chicha amorosa, en vez de comerse a besos a su pareja, empieza a contarle lo de la sociedad burguesa que está oprimiendo, bla, bla, bla, él mismo ya de viejo le está diciendo por detrás, muchacho bésala!!!
La crítica a esa izquierda que perdió su sitio, a esos hombres y mujeres que se toman la vida a la tremenda, que no dejan margen para la improvisación, a esa nueva industria del cine que está acabando con una manera de hacer cine, que tanto nos gusta, están en esta película.
Hacia el final, lo más grande, de pronto, listo para grabar el tremendo final, nuestro director se da cuenta de lo equivocado que estaba y de que lo único que realmente merece la pena es vernos danzar.