El sueño sigue vigente: Martin Luther King, Jr. (50 años después)

El 28 de agosto de 1963 el reverendo Martin Luther King, Jr. marcó la historia de los Estados Unidos para siempre. Se puede decir, incluso, que hay un antes y un después de su memorable discurso en las escalinatas del monumento a Abrahán Lincoln en Washington. El tema central del sueño americano, tan mencionado y desgastado en la cultura dominante norteamericana, recuperó una vigencia que se necesitaba con urgencia. Porque reclamaba no sólo la justicia postergada hacia la población afro-americana sino que ponía en el tapete una dimensión esencial de lo que significa una sociedad equitativa y verdaderamente democrática.

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Martin Luther King en su famoso discurso «I have a dream» el 28 de agosto de 1963

Seguramente se evocará con nostalgia aquél discurso apasionado, profético y pertinente, y habrá quienes reclamen esa herencia. La realidad es que 50 años después estamos en una encrucijada aquí en Estados Unidos que raya en la gravedad. He de referirme a cuatro dimensiones que se nos plantean desde aquél discurso, y que reclaman acciones urgentes: el racismo, la xenofobia, el militarismo y la intolerancia religiosa.

El racismo y sus diversas expresiones sigue expresándose en formas solapadas y abiertas. Ha recrudecido su presencia en actitudes que van desde el odio racial hasta la violencia racial en escuelas, lugares de recreo y hasta las iglesias. Para nosotros y nosotras, personas de diversos colores y orígenes, es una lucha cotidiana vencer el esteriotipo y la clasificación racial para descalificar y marginar. Y no olvidemos que la esclavitud que dominó a este país, como sistema de propiedad y esquema de explotación económica en los siglos XIX y XX, sigue manifestándose como esclavitud económica y social en siglo XXI.

La xenofobia, ese rechazo a la extranjera y al extraño ha cobrado una gran fuerza, fruto del miedo y la amenaza que siente la mayoría blanca. Incluso, la mayoría de los euroamericanos ya olvidaron que fueron extranjeras y extraños alguna vez. Y que sus ancestros tuvieron que luchar contra grupos dominantes que se erigieron como la normativa racial y social desde el poder. Dos elementos esenciales aquí son la insistencia en demarcar la diferencia racial y social para discriminar. Negando la realidad de que Estados Unidos es cada vez más un arcoíris que enriquece lo que esta sociedad puede llegar a ser si se considera más diversa, plural e inclusiva cada día.

El militarismo propende a fortalecer instituciones policiales y militares internamente, intentado proteger al país con nuevos muros fronterizos que van más allá de la frontera con México y se construyen como una gran fortaleza militar internacional que recrudece su presencia en el mundo y promueve intervenciones secretas y abiertas en distintas partes del planeta. La legítima defensa del país se transforma en la agresión injustificada a los que se califican como enemigos.

Entonces, la intolerancia religiosa se torna en un instrumento de rechazo a las prácticas y expresiones de fe muy diversas, que irónicamente son designadas como sectarias y fundamentalistas por grupos fundamentalistas cristianos, que expresan convicciones marcadamente intolerantes. La legítima profesión de fe conservadora se torna en la inquisición contemporánea que busca chivos expiatorios y herejes.

¿Frente a este panorama sombrío y desolador, qué hacer?

En el breve discurso de aquél 28 de agosto, Martin Luther King, Jr. compartió su alegría pero reclamó el ansia de libertad que alimentó a su pueblo afro-americano. E insistió en la necesidad de superar la desigual y la injusticia con una verdadera reconciliación con paz y justicia para todos y todas.

El tono profético del pastor Martin Luther King, Jr., marcado por una gran pasión y ternura, conmovió a los Estados Unidos y al mundo en 1963. Los que lo asesinaron cinco años después no pudieron apagar la luz y la visión de aquel profeta afro-americano.

El sueño está más vigente que nunca. Hoy vibra en los indocumentados de tantos rincones de Latinoamérica y el Caribe, e incluso de europeos que buscan completar sus sueños. Martin Luther King, Jr. emplazaría al presidente Obama y al Congreso a que aprobara sin dilación una reforma migratoria justa. Reclamaría que sin ello el sueño americano está trunco y maltrecho.

Le urgiría a las iglesias cristianas y a todas las confesiones de fe en el país a unirse en una vocación de servicio y dedicación plena a la proclamación de la justicia divina en la plenitud del amor. ¡Y continuaría insistiendo en la esperanza que anima nuestro caminar por la historia, con renovado espíritu de compromiso y entrega para construir un mundo mejor!

Hoy más que nunca resuenan con claridad y gran vigencia estas palabras:

“Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, orar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, ponernos de pie por la libertad juntos, sabiendo que un día seremos libres”. (Discurso, “Yo tengo un sueño”, 28 de agosto de 1963).

A ese sueño hemos de aferrarnos para seguir luchando en las circunstancias de hoy. La vida, ministerio y martirio del profeta-pastor Martin Luther King, Jr., será nuestra inspiración. Porque los sueños y la visión del sol de justicia siguen vigentes.

Carmelo Alvarez / ALC

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