Nueva mañana. Estamos bien. Estamos vivos. Es un milagro. Siempre se puede pedir más, pero hemos de ser coherentes y apreciar lo que tenemos. Me siento afortunado. Las circunstancias, siempre mejorables, son óptimas.
La luz de la vida derrocha eso, vida, y soy feliz en lo sencillo, dichoso por lo que tengo, por lo que me rodea, que es ingente, potente, singularmente hermoso. Además, el día me permite contemplar lo que albergo, cuanto me llega. Experimento y me ofrezco.
Los sonidos son especiales, como las imágenes que les acompañan. Es una suerte estar aquí y ahora. Siento el aprecio de los míos, y eso me da más energías para seguir, para avanzar, para volver a empezar.
Me encuentro sin radicalismos, defendiendo lo humano, la calidez de lo bueno, que pretendo, pese a mis debilidades y carencias. No es cuestión de agobiarse, sino de intentarlo, y eso es lo que hago.
Cato el instante. Miro al cielo, que me aporta sosiego, con sus tonos azulados, con su inmensidad, con sus opciones de futuro, que nos pertenece.
Nos tomaremos las próximas horas con más calma aún, con la finalidad de saborear un poco más la existencia y sus cualidades, que son, en definitiva, las que queramos paladear. La actitud, como sabemos, hace mucho, todo.
Recomenzamos, pues, en este trecho visible e invisible, y mi deseo es que todos sepamos interpretar el valor de ser y de estar. ¿Nos damos la mano? Hemos de iniciarnos por la porción más menesterosa.