Elogio de la violencia

De los periódicos: 85 familias ricas concentran la misma cantidad de dinero que 3.570.000.000 de pobres del mundo.

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Algo normal para la ONU, las Iglesias y lo que se llama Democracia (sí, con mayúscula).

Y gracias a ello en los próximos años morirán de hambre, falta de atención sanitaria, insalubridad provocada por las condiciones en que viven, cientos de miles o algunos millones de personas en los pueblos sometidos a la esclavitud del poder capitalista, terrorista, xenófobo, que rige los destinos del mundo. Se trata del genocidio, holocausto no declarado formalmente, de nuestros días.

Esta situación, si no se rebelan, pude devorar el mundo, mientras los grandes asesinos de nuestro tiempo histórico, y sus sicarios, Gobiernos, Justicias, Militares, religiosos, detenten el poder y las leyes e impongan sus condiciones de vida.

Contra esa violencia solo cabe la rebelión. No las palabras, que también: los actos. La violencia organizada y no suicida, sino combativa, día a día, a todas horas, en todos los lugares, con todos los medios a su alcance.

Obama, el servidor perfecto del gran imperio de la violencia, actúa como un payaso que pronuncia palabras sin efecto ni sentido a los dirigentes mundiales con los que se reúne, cuando él no ignora que el l % de la población de su país concentra las riquezas generadas en los últimos diez años.

Tras estos grandes depredadores de las riquezas o economías del mundo se sitúan los grandes banqueros, los oligarcas, los empresarios, que tienen sus guaridas inexpugnables -como los viejos poderosos piratas de los siglos de hierro- en lugares ahora legales y reconocidos como recintos sagrados por los importantes gobiernos que se sitúan a su servicio y que cuando consideran que las ganancias que obtienen no son las necesarias para mantener su poder económico, dictan nuevas leyes y prestan sus fuerzas militares para que el orden no sea alterado.

Las palabras que emplean para alienar a las poblaciones son cuidadosamente elegidas y programadas por los bien remunerados lacayos asesores que cuidan del mantenimiento de la falsa democracia, que secuestran el lenguaje, lo deforman y corrompen, para hacerlo lo más ilegible posible y oscuro a las críticas de los que se sitúan fuera de la secta bursátil y mercantil.

Por eso decimos: contra esa violencia estructural que actualmente gobierna en los jardines imperiales de la democracia, no cabe otro recurso que impulsar, desde el conocimiento y el análisis, la necesidad de la violencia revolucionaria, de la que han abdicado por espurios intereses los partidos y las organizaciones sociales que debieran impulsarla, también secuestrados por la limosna que les otorgan los magnates del poder.

Es un problema de lenguaje al menos.

Distintas formas de violencia

La violencia como estado mental permanente contra el servilismo y la esclavitud.

La violencia como ejercicio de un lenguaje no convencional ni vocinglero, demagógico y alienante, un lenguaje de permanente y rigurosa denuncia contra políticos, eclesiásticos, mercaderes, publicitarios, legisladores, que la emplean como monopolio para embrutecer, dominar y volver inofensivos y unidimensionales a las gentes y los pueblos.

La violencia en la acción para denunciar, allí donde se les sorprenda, donde intenten ocultarse, donde aparezcan públicamente, a los corruptos dominadores de la economía, de la política o de la cultura.

La violencia para hacer ver a los opresores que ellos no son los dueños exclusivos de su ejercicio, y que también contra ellos puede volverse.

La violencia de los acosados contra los acosadores, de los condenados contra quienes a través de leyes e instituciones- ejércitos y policías en última instancia- les explotan, marginan y pretenden silenciarlos.

La violencia bíblica del templo ejercida en el sagrado recinto de la plaza pública por los auténticos revolucionarios que siguen al Cristo alzado contra los mercaderes.

No regresemos a la esclavitud

Para no ser esclavo preciso es gritar y decir no a demócratas o religiosos que propugnan, para defender sus intereses, la sumisión, intentan consolar con sus miserables obras de caridad, y hablan de cielos eternos o elecciones democráticas como si en ellos no se encontrara las raíces de la esclavitud.

Violencia. Insumisión. Acoso. Que al menos el puñado de poderosos que se reparten el mundo sepan que se les denuncia y persigue, y que si todavía, no hoy, un día, esos millones de ciudadanos a los que explotan, unidos, pueden formar un océano de brazos y puños alzados contra ellos, que los obliguen a correr por los aires y refugiarse en esos lugares nuevos que pretenden colonizar y ahora ofrecen como paraísos turísticos (¿o en el futuro fiscales?): la Luna, Marte, o los que puedan descubrir y donde estaría bien que se refugiaran, sin posibilidades de regreso, para siempre.

Alberti exclamaba: a galopar, a galopar, hasta arrojarlos en el mar. No. Que los mares forman parte del planeta Tierra, y la Tierra debe ser para los ciudadanos que la habitan y ese 1% de grandes terroristas y genocidas de pueblos han de ser expulsados por la ira y la violencia de sus víctimas fuera del Planeta.

Andrés Sorel
Escritor, nacido en Segovia durante la guerra civil. Fue corresponsal de Radio España Independiente entre 1962 y 1971 y dirigió en París la publicación Información Española. A la muerte de Franco regresó a España y colaboró en diversos periódicos y publicaciones de izquierda, entre los cuales destaca la fundación en 1984 del diario Liberación. Ha sido durante muchos años secretario general de la Asociación Colegial de Escritores de España, y director de la revista República de las Letras.

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