Erdogan: encomendándose a Dios y al diablo

Erdogan, el político mutante; Erdogan, el ser camaleónico… Últimamente, resulta cada vez más difícil analizar el discurso del presidente turco, apreciar en su justo valor el porqué de su zigzagueante actuación política.

Recep Tayyip Erdogan navega entre dos mundos, dos galaxias, mejor dicho. Hace apenas unas semanas, cuando el presidente turco ultimaba en Soci los acuerdos de cooperación económica y militar con Vladimir Putin, el rotativo británico Financial Times se hacía eco del malestar reinante en los círculos más ortodoxos de la Alianza Atlántica, que tildaban a Erdogan de traidor, cuando no de criado del Kremlin. Más aun; el diario insinuaba que algunos integrantes del núcleo duro de la OTAN, cuya identidad no revelaba, coqueteaban con la idea de expulsar a Turquía de la Alianza.

Hace apenas unas horas, el político turco recuperó los favores de Occidente al afirmar – en un foro internacional de corte atlantista – que la anexión de Crimea por parte de Rusia fue ilegitima e ilegal y que la devolución de la península a Ucrania, de la que es parte inseparable, es un requisito básico del derecho internacional.

Sus palabras, aplaudidas por los participantes en la Plataforma de Crimea, iniciativa del presidente Zelensky que cuenta con el aval diplomático y apoyo financiero de la Casa Blanca, provocaron la ira del Kremlin. ¿Devolver, qué? ¿A quién? Los truenos de Moscú dejaban presagiar una abrumadora tormenta. Para despejar el horizonte, Erdogan recurrió a los servicios de su portavoz presidencial, Ibrahim Kalin, quien se apresuró de poner los puntos sobre las íes.

Si se llega a un acuerdo entre Ucrania y Rusia, Crimea debería volver a formar parte de Ucrania, puntualizó Kalin ante las cámaras de la CNN. Y añadió: Crimea fue anexionada ilegalmente. La postura de Turquía no ha variado desde 2014; Crimea es parte del territorio ucraniano.

Una de cal y otra de arena. Es difícil navegar entre dos aguas; comprar tecnología nuclear a Rusia y vender drones al Ejército de Ucrania. Pero Erdogan se complace en desempeñar este papel de puente entre potencias beligerantes, de mediador, de artífice de la paz entre Moscú y Kiev. De contar con el visto bueno del Congreso de los Estados Unidos para la compra de cazas F16; de ganar las próximas elecciones generales turcas. Un juego endiablado, que los políticos y los estrategas occidentales difícilmente logran entender.

Pero hay más. El dignatario turco se guarda unos ases en la manga. En efecto, durante la teleconferencia, Erdogan aludió también a la situación de la minoría tártara de Crimea, recordando que la defensa de los compatriotas de península constituye una de las prioridades de Ankara. El mandatario exigió la liberación del presidente de la Unión de Tártaros de Crimea, Nariman Dzhelyal, así como de los 45 militantes nacionalistas detenidos en 2021 por las fuerzas de seguridad rusas.

Los tártaros de Crimea, que han padecido muchas injusticias a lo largo de la historia, desean vivir dignamente en su país. Turquía seguirá apoyando al gobierno ucraniano y a los tártaros de Crimea en el proceso de pacificación del país, manifestó Erdogan.

Cierto es que algunos políticos o medios de comunicación occidentales olvidan o pura y simplemente ignoran el hecho de que Crimea formó parte del Imperio Otomano durante tres siglos.

El Estado turco moderno se siente responsable por la suerte de estos compatriotas quienes, en condiciones normales, recibirían -al igual que la mayoría de las comunidades tártaras de los Balcanes- la protección consular y el apoyo político y cultural de Ankara. Algo completamente inimaginable bajo la administración rusa.

Adrian Mac Liman
Fue el primer corresponsal de "El País" en los Estados Unidos (1976). Trabajó en varios medios de comunicación internacionales "ANSA" (Italia), "AMEX" (México), "Gráfica" (EE.UU.). Colaborador habitual del vespertino madrileño "Informaciones" (1970 – 1975) y de la revista "Cambio 16"(1972 – 1975), fue corresponsal de guerra en Chipre (1974), testigo de la caída del Sha de Irán (1978) y enviado especial del diario "La Vanguardia" durante la invasión del Líbano por las tropas israelíes (1982). Entre 1987 y 1989, residió en Jerusalén como corresponsal del semanario "El Independiente". Comentarista de política internacional del rotativo Diario 16 (1999 2001) y del diario La Razón (2001 – 2004). Intervino en calidad de analista, en los programas del Canal 24 Horas (TVE). Autor de varios libros sobre Oriente Medio y el Islam radical.

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