Si se desconoce la función que cada palabra cumple dentro de la oración, si no se usan signos de puntuación adecuadamente, y si no se sabe definir y distinguir lo que es una palabra aguda, grave o esdrújula, la escritura no será entendible y no cumplirá su cometido, al tiempo que evidenciará desconocimiento.
Para escribir medianamente aceptable, se recomienda no usar sinónimos innecesarios, respetar el orden de la frase y no abusar de los números. A eso habría que agregarle que no deben emplearse vocablos cuyos significados se desconozcan. Es recomendable apelar a la amplia gama de sinónimos que ofrece el idioma español, en virtud de no repetir siempre los mismos. Un buen texto, lo dicen los que conocen del asunto, no necesariamente será el más largo.
No es cuestionable que los redactores de manera habitual utilicen palabras poco comunes en el habla cotidiana, siempre que conozcan el significado de esas. Tal práctica tiene doble aprovechamiento, dado que por un lado permite que quien las use adquiera relativa facilidad para escribir, y el por el otro, hará posible que el lector amplíe su léxico, si se lo propone. Lo intolerable es que apelen a vocablos cuyo significado desconozcan, lo cual incide negativamente en el público lector. Por pretender adornar su prosa y mostrar su “erudición” en materia de lenguaje, muchos periodistas, educadores y otros profesionales que redactan a diario, incurren en impropiedades que en muchos casos rayan en la ridiculez, y lo peor de todo es que no aceptan correcciones, pues piensan que con las nociones elementales de gramática y ortografía que recibieron en la universidad, no necesitan que nadie los oriente.
Los errores de lenguaje en la radio, la televisión, los impresos y más recientemente las redes sociales, tienen su origen en la deficiente formación que recibieron los profesionales que normalmente hacen vida en esos importantes canales de difusión. El inmenso poder inductivo de los medios hace que el resultado pudiera ser fatal, claro está, en términos lingüísticos. Es justo reconocer que a pesar de las impropiedades que aparecen a diario, ha habido personas que han entendido la importancia de escribir bien, y en tal sentido, se han preocupado por mejorar. Sin embargo, quedan muchos resabios sobre los que hay que insistir, en virtud de que se reduzca la gama de situaciones viciadas.
El caso de sendos y su correspondiente femenino, es uno de los más comunes. La mayoría lo usa como sinónimo de grande, inmenso, enorme, descomunal, extraordinario, cuando en realidad significa “uno para cada uno de las personas o cosas mencionadas”. También llama la atención el hecho de que se ha vuelto una mala costumbre el empleo de verbos que nada tienen que ver con el contexto en que se los usa, como por ejemplo detentar, sobre todo en las crónicas de sucesos. Se ha dicho que, por ejemplo, “Fulano de Tal fue detenido por detentación de armas de fuego”. ¿Se habrán preocupado esos reporteros policiales por averiguar qué significa detentar?
Y del verbo emanar, por desconocimiento y no por otra razón, ahora para muchos diaristas, sobre todo de las nuevas promociones, las cosas emanan por y no de, como debe ser. Es frecuente leer u oír que “la orden emanó por el Gobernador del estado”, o que “todo ha sido emanado por el alto gobierno”, lo cual constituye una grave impropiedad, que todo el que se precie de comunicador social debe evitar.
Del verbo en gerundio mal utilizado, tema al que le he dedicado innumerables comentarios, están plagados los periódicos, la radio, la televisión y las redes sociales, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente. Es difícil realmente no encontrarse con que “el delincuente huyó siendo detenido al día siguiente”, o que “Andrés Bello nació en Caracas el 29 de noviembre de 1781 cursando las primeras letras en la academia de Ramón Vanlonsten”. ¿O sea que el insigne poeta venezolano, inmediatamente después de nacer, comenzó a estudiar?
Es necesario que cada persona, sea periodista, abogado, docente o usuario habitual del lenguaje escrito y oral, se persuada de la importancia de escribir con claridad, con sencillez, sin falsas posturas, y convencido de que siempre se deben emplear las palabras adecuadas. ¡Nada les cuesta!