Gabriel García Márquez, el genio del país de la guerra sin fin

La primera vez que leí a Gabriel García Márquez (1927-2014) fue frente a las pruebas de galera de «Relato de un náufrago» que Editorial Sudamericana se aprestaba a reeditar en Argentina, escribe Diana Cariboni (IPS).

Garcia-Marquez  Gabriel García Márquez, el genio del país de la guerra sin finEstaba en los talleres de Sudamericana, en el barrio porteño de San Telmo, donde tanto me tocaba corregir una novelita gótica como un clásico de la literatura o una obra de la poeta Alejandra Pizarnik, así de variado era el menú.

Yo tenía 17 años y quedé fascinada por ese relato breve, un reportaje periodístico que García Márquez había publicado en varias entregas en El Espectador de Bogotá, en 1955, y que en 1970 fue llevado al libro.

El nombre completo era «Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre».

Detrás de la peripecia personal del sobreviviente, en primera persona, García Márquez denunciaba que el naufragio del marino y de otros siete compañeros que murieron, se debió al excesivo contrabando que llevaba el buque destructor «Caldas», de la armada colombiana.

El país estaba por entonces bajo una dictadura militar, así que la denuncia terminó con la clausura del periódico y el primero de los varios exilios del periodista. El último fue en 1997. García Márquez nunca volvió a vivir en Colombia.

De allí, por supuesto, salté a «Cien años de soledad», la obra maestra que la misma Editorial Sudamericana le publicó en 1967 y que iba a revolucionar la literatura en español y a influir en la imagen y la configuración cultural que el resto del mundo tendría de América Latina.

Los latinoamericanos caímos rendidos de amor, y de espanto, por la Colombia que García Márquez describió en esa y otras grandes ficciones.

La crueldad de sus guerras, la soledad de sus héroes, las patéticas volteretas de sus políticos y militares, la eternidad de sus dictadores, la ominosa presencia extranjera, el abandono de sus pueblitos rurales, todo tenía el realismo de lo sentido en carne propia y, siendo único, se parecía también a lo que pasaba en tantos rincones de la región.

Pero en la voz de García Márquez adquiría otra dimensión, onírica, exuberante y humorística, que nos transportaba como lectores y nos permitía reflexionar sobre nuestros males hasta con cierta alegría.

Como otros grandes escritores, García Márquez construyó un universo propio, hecho de lugares reales e inventados, de personajes inverosímiles, y de linajes y genealogías.

Sus nombres, como Macondo o Aureliano Buendía, ya forman parte de la memoria colectiva de América Latina, tal como pasó siglos antes con El Quijote.

Devoré todos sus cuentos y novelas, desde «La Hojarasca» (1955), hasta la epigonal «Memoria de mis putas tristes» (2004), pasando por las formidables y muy distintas «El otoño del patriarca» (1975) y «El amor en los tiempos del cólera» (1985).

Cuando corregía las pruebas de «Relato de un náufrago» yo todavía no sabía que iba a ser periodista.

Muchos años después, en 2007, viajé a Colombia como tal y tuve oportunidad de conocer la tierra que había vislumbrado a través de los libros de García Márquez, que en 1982 recibió el premio Nobel de Literatura.

Pude ver que la guerra continuaba, impertérrita, cambiando de protagonistas y de centros neurálgicos, pero con igual reguero de sangre y la misma constante del despojo y del abandono.

Desde 2012, las autoridades de Colombia y la principal guerrilla izquierdista de ese país están discutiendo en La Habana cómo poner fin al último medio siglo de guerra.

García Márquez, muerto de cáncer este jueves 17 en México, no llegó a ver a su país en paz. Ojalá los colombianos no tengan que esperar otros 50 años.

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1 COMENTARIO

  1. Creo que ha fallecido el mejor escritor (prosista) moderno de hispanoamérica. Como genio del Nuevo Mundo, García Márquez buscó y necesitó de nutrirse también de Europa; pero jamás se europeizó en su creación, siguió siendo latino, hispano, colombiano, en forma similar a como fue Neruda en la poesía.
    Yo llevaba tres semanas en Bogotá, Colombia, cuando le otorgaron el Premio Nobel a García Márquez. Hasta entonces había leído sus obras: El coronel no tiene quien le escriba, Cien años de soledad, Los funerales de la Mama Grande, Relato de un náufrago. El país rebosaba orgullo y felicidad oficial y mediática, aunque algunos enfatizaban más el premio como para Colombia, antes que señalarlo como el logro de un individuo, de un creador literario genial y mágico.
    En una revista colombiana, «Al Día», leí un reportaje actualizado al «náufrago», Luis Alejandro Velasco, en 1982, (conservo el recorte), donde contaba que cuando se reunía con el joven reportero García Márquez para ir haciendo la historia por entregas, lo veía como un redactor más pues la importancia la tenía él como sobreviviente. Cuando el relato periodístico pasó a ser libro, le escribió a García Márquez; entonces el escritor le cedió los derechos de autor.
    Posteriormente, luego de 14 años, hubo reclamaciones por la vía legal, las que se resolvieron, fallando judicialmente que la autoría correspondía al escritor.

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