Mi mayor respeto para Alberto Alonso, más conocido por Rambal. Ya se lo tuve cuando no era ese el sentimiento más generalizado. Se trata de una personalidad afincada en la memoria popular de Gijón y especialmente querida y recordada en el viejo barrio alto de pescadores de Cimavilla.
A Rambal lo llama hoy la prensa local transformista, según figura en Wikipedia. Su condición de homosexual a la luz del día en un tiempo oscuro, en el que la homosexualidad era delito, tenía una especial relevancia digna de subrayar. Yo no llamaría a Rambal, por llevar su homosexualidad sin desdoro en un tiempo en que era perseguida, figura icónica. Estoy convencido, además, de que él mismo se burlaría de tal calificativo con el humor que caracterizaba a los de su barrio.
Tuvo muy mala muerte, asesinado el mismo año en que murió el dictador, sin que se llegara a conocer la identidad de quien acabó con su vida, posiblemente porque no fuera aconsejable para la clase social a la que al parecer pertenecía el homicida. Para mayor detalle conviene leer La tinta del calamar, del escritor Miguel Barrero, donde algo se cuenta de su vida y cruel acabamiento.
En efecto, a Rambal no se le hizo justicia. Esa es una grave deuda que tiene su ciudad y la justicia con Alberto Alonso, pero no me parece motivo suficiente ni el más adecuado para dar su nombre al nuevo centro cultural Tabacalera a fin de saldarla, por más que el gran y recuperado edificio de la vieja Fábrica de Tabacos esté ubicado en el mismo barrio en el que Rambal vivió y actuó como transformista.
Sí lo sería, a mi modesto entender, aprovechar la oportunidad para subsanar el olvido que la ciudad tiene contraído con Josefa de Jovellanos (1745-1807), vecina también del mismo barrio, maestra y adelantada poeta en asturiano, cuya obra fue publicada bajo el título Colección de poesías en dialecto asturiano, en las que no faltaba una irónica crítica social.
Nació en Gijón en 1745 y en Gijón fallecería en 1807. Su marido y sus tres hijos murieron cuando Josefa todavía era joven y residía en Madrid. De vuelta a Asturias, se dedicó como maestra a la tarea de promoción social y educativa de las niñas huérfanas o de familias sin recursos. En 1793 se retiró al monasterio de agustinas recoletas de la ciudad[1], fundando allí una escuela de caridad en la que siguió ejerciendo esa misma labor.
La profesora Álvarez Faedo escribió una estupenda biografía de esta mujer notable, totalmente eclipsada por la figura de su hermano, a quien admiró, y al que posiblemente deba la infelicidad de no haber dado curso a sus sentimientos con un segundo matrimonio: «Tú te resuelves por razones de pura conveniencia o de capricho, y yo por razones de decoro… Lo que tú haces es un disparate a los ojos de todo el mundo». Bastaron estas palabras del ilustrado don Gaspar Melchor para que Josefa rompiera con su proyecto vital.
Se trata -como se hace constar en esa biografía- de la primera autora en orden cronológico de las letras asturianas y, además, de una escritora que ya en su época denunció las desigualdades sociales existentes en un país donde las clases populares sufrían todo tipo de penurias, que esta mujer trató de subsanar en su medida aplicando la caridad como religiosa.
Me parece más consecuente subsanar esta deuda cultural y social de Gijón con la hermana menor de Jovellanos, que subsanar la que también se tiene con Rambal, por mucho que nos indigne todavía aquel vil asesinato y sea su figura, como fue, la de una víctima más de aquel tiempo de silencio.
- Se da la circunstancia de que la antigua Fábrica de Tabacos ocupó las dependencias de este primer monasterio de la ciudad.