Grecia en la encrucijada

Yolanda Andreu1

La victoria de Syriza en las elecciones del 25 enero abre una nueva perspectiva para la izquierda europea. Después de cuatro años de la aplicación del brutal plan de austeridad de la troika (la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional), las masas griegas, que estuvieron a la vanguardia de la lucha de clases en el continente, buscan una alternativa política que rompa con las políticas de ajuste.

Un auténtico terremoto que se lleva por delante al Pasok, uno de los referentes de la socialdemocracia, que puede contagiarse a los países más golpeados por la austeridad, empezando por el Estado español.

Laboratorio de la austeridad

Por su posición periférica en la UE y su estructura económica, Grecia era el socio del euro más vulnerable a la crisis. Los grandes capitalistas (iglesia ortodoxa y armadores) nunca han pagado impuestos, mientras las arcas públicas sostenían un inflado presupuesto militar (era el quinto comprador de armas del mundo, gran cliente de la industria militar francesa y alemana) y los fondos europeos servían para financiar el desmantelamiento de la frágil estructura productiva.

Con el asesoramiento de Goldman Sachs -cuya rama europea encabezaba entonces Mario Draghi, hoy presidente del Banco Central Europeo- se ocultó la deuda pública para cumplir los requisitos de entrada en el euro. Sin control sobre la moneda y con la crisis financiera internacional, la bancarrota del estado era inevitabel: el país que en 2004 organizó los Juegos Olímpicos en Atenas, se declaraba en quiebra cinco años más tarde.

Tras ganar las elecciones prometiendo un cuento de hadas, el gobierno del Pasok empezaba imponer los planes de austeridad y acabó por pedir el rescate, que sirvió para que Grecia pagara sus deudas a los bancos franceses y alemanes. A cambio, firmaba un «Memorandum» de austeridad que suponía un ataque salvaje a las condiciones de vida de las clases populares.

La respuesta de la clase obrera y la juventud griega fue ejemplar: 30 huelgas generales, manifestaciones masivas pese a la represión… cayó el gobierno del Pasok y la derecha de Andonis Samarás continuó la ampliación de los mismos planes.

El resultado de cuatro años de ajuste es devastador. El PIB se redujo un 22 %, uno de cada tres griegos está parado (la mitad entre los jóvenes), y para los que tienen la suerte de conservar el puesto de trabajo los salarios se recortaron un 30 % . Se cerraron 6000 escuelas, el presupuesto de los hospitales públicos se redujo en un 26 %, y tres millones de griegos (los que llevan más de un año en el paro y sus hijos) quedaron fuera de la sanidad pública. Reaparecieron enfermedades erradicadas, como la tuberculosis o la malaria, se dispararon los contagios de HIV, los intentos de suicidio crecieron un 30 % . La natalidad se desplomó un 14,6 %. Son datos más propios de una guerra que de una recesión.

En paralelo aumentaba el IVA y se introducía la Enfía, un impuesto a la primera vivienda que se cobra con el recibo de la luz: 300.000 familias se quedaron sin electricidad por no poder pagarlo. Se suprimieron las leyes laborales, se privatizó el patrimonio público.

El gobierno de la derecha se ensañó con los más débiles: los inmigrantes sin papeles, las prostitutas, los drogodependientes…. Mientras encarcelaba a su dirección por actividades criminales, la política del gobierno abonaba el terreno para los neonazis de Alba Dorada.

Como ha ocurrido ya en tantos lugares del mundo, la receta de la austeridad no servió para reducir la deuda, sino al contrario. Una vez rescatados los bancos con dinero público y tras cuatro años de recorte del gasto social, la deuda griega asciende a 320.000 millones, el 174 % del PIB.

El triunfo de Syriza

Con dos años de retraso respecto a la movilización en la calle, las urnas lanzaron un mensaje claro: ya basta de austeridad. Con los dos partidos del régimen convertidos en agentes al servicio de la troika, la izquierda alternativa, que se movía en un 5 % de votos, se convierte en el referente político de los que esperan un cambio. Grecia entra uno de esos momentos en los que la historia se acelera. Syriza ganó con un mensaje de «dignidad» y «esperanza» y, aunque sin despertar un gran entusiasmo, abre una nueva puerta. Su propuesta electoral (el llamado Programa de Salónica) promete afrontar la «crisis humanitaria» que sufre Grecia renegociando la deuda y con una reforma del estado que acabe con los privilegios de la oligarquía.

La respuesta de Alemania y el eurogrupo no se ha hecho esperar. Si se impuso a los griegos la austeridad como un castigo ejemplarizante para el resto de pueblos periféricos de la UE, ahora hay que demostrar que nadie puede salirse del guión. El BCE cortó el grifo del crédito a los bancos griegos, un chantaje en toda regla. Mientras el gobierno griego buscaba la cuadratura del círculo con la deuda.

Grecia tiene vencimientos de deuda muy próximos que ahogan cualquier posibilidad de cambio: 2.200 millones de euros al FMI en marzo, 7,5 millones este verano… y si no acata el «Memorandum» se queda sin el último crédito. En las elecciones Syriza había prometido «renegociar» la deuda para cancelar «una parte significativa de su valor nominal» y pagar el resto en la medida en que el país saliera de la recesión.

En las primeras negociaciones, en lugar de partir de una posición de fuerza negándose a pagar, el gobierno griego ha retrocedido hasta solicitar la ampliación del crédito y aceptar continuar negociando con la ‘troika’. La primera fórmula, planteada con el asesoramiento del banquero francés Mathieu Pigasse, planteaba rebajar al deuda al 120% del PIB y convertir el resto en bonos de dos tipos, unos indexados al crecimiento y otros perpetuos (que no tienen vencimiento pero pagan intereses indefinidamente).

En unas de las negociaciones del eurogrupo, el ministro Yanis Varufakis reconoció que habían ofrecido garantizar el pago de toda la deuda y no aprobar ninguna de las medidas de su programa durante 6 meses a cambio de un crédito puente. Pero nada de esto sirvió para hacer ceder al imperialismo alemán.

En Grecia primera semanas del nuevo gobierno han sido una de cal y una de arena. Políticamente está el acuerdo de gobierno con los Griegos Independientes, una escisión de la derecha, chovinista y antiausteridad, abiertamente xenófoba y muy agresiva contra Turquía a la que han entregado el ministerio de Defensa. Más tarde la propuesta del presidente del país, un exministro de la derecha. Un mensaje de conciliación y unidad nacional.

Se retiraron las vallas que protegían el parlamento de los manifestantes y Tsipras prometió recuperar el salario mínimo a los niveles anteriores a la troika (751 euros) y ofrecer bonos de alimentos, electricidad y transporte gratuito a los parados además de devolver la paga extra a los pensionistas más pobres.

También se planteó la prórroga de la moratoria a los desahucios que ya había aprobado el gobierno anterior, así como el restablecimiento de la sanidad pública universal. Tsipras prometió conceder al nacionalidad griega a los hijos de los inmigrantes, pero no dijo nada sobre el cierre de las vergonzantes cárceles de sin papeles, auténticos Guantánamos en suelo griego. Hubo también algunas medidas de reconocimento a luchas simbólicas, como la readmisión de las trabajadoras de la limpieza del ministerio de Economía o la promesa de reabrir la televisión pública. En el frente internacional el gobierno de Syriza puso algunas objeciones a las sanciones contra Rusia por la guerra en Ucrania y se comprometió a bloquear el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos.

Quedan en la ambigüedad dos asuntos claves, que son fundamentales para la propia supervivencia de un proyecto de cambio en Grecia: las privatizaciones y el control de los bancos. Si en un primer momento se anunció que se frenaba la venta del 67% del puerto del Pireo que sigue en manos del estado, responsables del gobierno han declarado a la prensa que la privatización, una de las más grandes pactadas por el anterior gobierno de Samarás con la troika sigue adelante. El gobierno de Syriza también ha renunciado a colocar a sus representantes en los consejos de administración de los bancos ni a destituir al director del banco central griego. Defender el patrimonio público y controlar los capitales no son medidas ideológicas: son pasos imprescindibles para la supervivencia de cualquier proyecto de cambio hoy en Grecia.

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Alexis Tsipras celebra la victoria electoral en Grecia

Tsipras tendrá que elegir

Syriza defiende que es posible hacer entrar en razón a la troika, renegociar la deuda para reducir su carga y liberar así recursos para paliar la «crisis humanitaria» en la que se ha hundido Grecia con los planes de austeridad. Que es posible pedir tiempo a los capitalistas europeos para volver al crecimiento y seguir pagando la deuda. Que es posible reformar la Unión Europea para poner a todos los pueblos de Europa en un plano de igualdad. Que es posible hacer compatibles los derechos de las masas griegas con el euro y la pertenencia a la UE. Varoufakis defiende un «New Deal» europeo, basado en los eurobonos y los créditos del Banco Europeo de Inversiones.

Pero esta política es un callejón sin salida. También Obama y Hollande prometieron apostar por políticas de inversión y crecimiento y no lo consiguieron, porque en el momento actual del capitalismo, el capital financiero lo engulle todo y hoy no hay sectores de inversión que garanticen una recuperación de la tasa de beneficio. La única forma que tiene el capital de reproducirse es el expolio del sector público y de los recursos disponibles, aumentar la tasa de explotación. La disyuntiva entre crecimiento y austeridad es falsa: la realidad impone una sola política dictada por la necesidad del gran capital de absorber todo el dinero disponible. Y la deuda (que se deberá seguir pagando hasta 2057) debe ser cancelada, porque primero está las necesidades de la gente, porque no es el pueblo griego quien debe costear el rescate de los bancos franceses y alemanes o todos los créditos que pidieron sus gobiernos corruptos para comprar aviones de guerra a Francia o trenes a empresas alemanas que, casualmente, no funcionaban por el ancho de vía griego.

Tampoco es posible democratizar la UE, que es un entramado institucional al servicio del capitalismo europeo: un acuerdo entre estados para una ofensiva sin tregua contra los trabajadores, para privilegiar el capital finaciero y servir en bandeja a las burguesías centrales los mercados periféricos. El euro fue una «dolarización» a la europea: una forma de imponer el marco alemán al resto de monedas.

Para salir de la crisis de acuerdo a los intereses de los trabajadores hay que dejar de pagar la deuda y romper con la UE y con el euro. Tomando los recursos disponibles con la nacionalización de la banca y cortando la fuga de capitales que está vaciando diariamente sus arcas, y esto es solo posible con un Gobierno que se apoye en la movilización obrera y popular para resistir los embates que vendrán tanto de la Unión Europea como de los grandes magnates griegos. Es la única salida para las masas griegas: parar el expolio y reconstruir el país, abriendo un referente para el resto de pueblos de Europa.

Tarde o temprano Tsipras deberá elegir entre dos caminos incompatibles: o una política para defender a las masas griegas que rompa con al deuda y la UE o seguir la subordinación al dictado del capital financiero manteniendo el grueso de las políticas de austeridad. Creer que hay un tercer camino, como argumenta es una utopía y es reaccionario, porque no prepara al pueblo griego para el choque imprescindible para salir del pozo. Si los partidos socialistas están en caída libre, más acentuada en el sur de Europa, no se debe a particularidades nacionales, sino al hecho que el capitalismo no da las migajas que precisa el reformismo para hacerse creíble.

El problema es político

Y más allá del problema económico, hay otro político. Dar aire al gobierno de Syriza o plantear un acuerdo que Tsipras pueda vender como una victoria facilitaría el «contagio» a otros países, empezando por el estado Español, con las perspectivas electorales de Podemos. Por eso la alternativa para Merkel es domesticar a Syriza o destruirla.

Y será en la lucha de clases, de nuevo, donde todo de resuelva. Si el pueblo griego es capaz de poner en pie una movilización que imponga al gobierno la cancelación de la deuda y la ruptura con la troika y que se avance en las únicas medidas que pueden abrir una salida a la crisis para os trabajadores, como la nacionalización de la banca y los sectores estratégicos. También en la lucha del resto de pueblos de la UE al lado de sus hermanos griegos, comprendiendo que en Grecia se juega hoy el futuro de todos.

  • 1Yolanda Andreu es militante de Lucha internacionalista

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