Grupos armados controlan la prensa en los suburbios de México DF

Mike O’Connor*

Patrulla-policia-Neza Grupos armados controlan la prensa en los suburbios de México DF

Si está llegando al aeropuerto de la Ciudad de México, justo antes de que el avión toque tierra, estará sobrevolando sobre la gran ciudad de Neza. Mientras su avión se desliza por la pista, a su izquierda, durante millas, se puede ver Neza. Aunque no es lo que se llama Distrito Federal, el término legal usado para la capital de México, Neza es parte de la metrópolis que se supone como Ciudad de México.

“Suele haber cuatro personas en el automóvil”, afirmó un policía en Neza. “Se acercan y nos muestran sus rifles. Nos dicen, ‘Este territorio es nuestro. Váyanse.’ Damos la vuelta. No hay modo más claro de saber que se han apoderado de la ciudad”.

Hay tres puntos importantes en esto.

Uno, Neza, unos 16 kilómetros al sudeste del centro de la Ciudad de México, que tiene un poco más de un millón de personas, es parte de la región metropolitana de Ciudad México, donde los políticos viven explicando que no existen grupos del crimen organizado. Miguel Ángel Mancera, alcalde de la Ciudad de México, sostuvo con firmeza al ser entrevistado en su ciudad, “No existe un solo cartel. Nada parecido a los nombres de los carteles que se encuentran en los estados”.

Segundo, los hombres que le indicaron al policía que han tomado el poder son sicarios del cartel.

Finalmente, la prensa en Neza, los reporteros locales y aquellos que escriben para periódicos nacionales, no cubren la información referida a notas como ésa porque, afirman, están amenazados. Por lo tanto, el público desconoce que la policía afirma que acá hay sicarios en las calles.

Otros policía en Neza sostuvo que “si uno ve un vehículo utilitario grande, simplemente da vuelta y no camina por esa calle. La calle es de ellos. O lo mismo en el caso de un carro con vidrios polarizados y sin placa”. Un tercer policía describió al CPJ: “Me agarraron nuevamente hace unos 10 días y estoy avergonzado. Me hicieron dejar la zona. Tengo vergüenza porque me pueden obligar a escapar de mi propia ciudad”.

La gente llama a este lugar Neza porque su nombre verdadero es largo y complicado. Recibió su nombre por Nezahualcóyotl, un líder precolombino. No se puede saber dónde termina la capital del país y dónde empieza Neza. Una está de un lado de la calle con cuatro perros vagabundos y la otra a 20 pies de hormigón en una pila de cajas plásticas de cerveza vacías. No pregunten de qué lado está Neza, ni de qué lado ya es técnicamente Ciudad de México, porque no importa.

Un funcionario policial de rango medio afirmó que hace unos cuatro años que los líderes de Neza simplemente “entregaron” la ciudad a la Familia Michoacana, uno de los principales carteles de la droga del país, para dejarla descontrolarse con las ventas de drogas, los secuestros y la extorsión indiscriminada de empresas. Resulta interesante observar que es ése el mismo modo en que los periodistas la describen. Utilizan el mismo término “entregaron”, o a veces “cedieron”, o quizás “vendieron”. Los periodistas afirman que no pueden escribir sobre esto porque serían asesinados.

“Los demás periodistas y yo vimos lo que estaba sucediendo en otros estados, como en el norte, donde los carteles incendiaban empresas si no les pagaban la extorsión. Pero pensamos que nunca llegaría a la capital”, afirmó el reportero de un periódico nacional, “Y nunca creímos que acá nos veríamos amenazados. Nos equivocamos en ambas cuestiones. Están quemando negocios, han tomado el poder y estamos siendo amenazados.”

En un período de más de tres meses, el CPJ realizó gran cantidad de renovadas entrevistas con 12 periodistas y fotógrafos de Nezahualcóyotl como así también reuniones con nueve funcionarios policiales y más de 30 personas que dirigen empresas pequeñas y medianas en Neza y en pequeñas ciudades cercanas, desde un florista entrevistado temprano por la mañana, hasta dueños de cabarets, muy entrada la noche.

A todos se les concedió el derecho a mantenerse en el anonimato a cambio de realizar entrevistas francas. Las identidades de la mayoría de las personas entrevistadas se mantuvieron secretas también para casi todos los demás entrevistados. Proteger la identidad de las fuentes era primordial en la investigación de este informe debido a la densa atmósfera de peligro reinante en la ciudad. Existió una marcada coherencia en lo que la gente de cada grupo tenía para decir. Los periodistas y la información que temen compartir con el público fueron foco de la investigación.

Un nuevo alcalde, Juan Zepeda, asumió el cargo en enero de 2013. Afirmó que la ciudad había sido entregada al cartel, aunque esperaba corregir esta situación. “Una vez que están acá, me pregunto si podremos sacarlos. Estamos mejor, pienso, pero mi policía está infiltrada. La policía estatal y federal están ambas infiltradas por el cartel. Hay policías cometiendo crímenes por su cuenta o para el cartel”.

El alcade sostuvo que él no puede proteger al ciudadano común si el delito se denuncia ante la policía porque la policía bien puede informarle al cartel y el cartel se vengará contra el ciudadano. “Si no puedo proteger a una persona que denuncia un crimen, ¿cómo voy a proteger a los periodistas que cubren lo que el cartel hace a diario?” señaló. “No puedo y los reporteros no pueden cubrir la información sobre las actividades de los carteles.”

Mireya Cuellar, editora nacional del periódico La Jornada, afirmó que es sumamente frustrante ver a los carteles de la droga avanzar a través de gran parte de México y no poder informar al respecto. “Ya no golpean más a las puertas de la capital”, indicó. “Ahora están en la cocina y no le podemos decir a nadie que están allí”. La Jornada ya no informa sobre el crimen organizado en Neza. “La tragedia es que no podemos decir lo que sabemos que está sucediendo. Del mismo modo que no podemos hacerlo en tantos otros estados”, afirmó Cuellar. “Nuestro corresponsal puede ser secuestrado o golpeado o inclusive asesinado. Aparentemente no hay gobierno que pueda protegernos”.

“La tendencia en Neza,” sostuvo Carlos Benavides, subdirector del periódico nacional El Universal, “es igual que en los estados en los cuales los carteles han tomado el poder. Los reporteros deben dar un paso atrás y no hacer lo que todos quisiéramos que pudiesen hacer.”

Para seguir vivos en Neza, los periodistas sencillamente deben dejar de contarle al público lo que el cartel no quiere que el público conozca. Todos los periodistas que cubren Neza con los que conversó el CPJ afirmaron que permanecen alejados de las notas sobre el crimen organizado o que las abordan con mucha cautela. En la mayoría de los casos, no investigan o buscan sólo el panorama más general. Producen en forma automática artículos limitados y esperan que el cartel no se enfade.

Desde que llegó el cartel, de acuerdo a la policía y reporteros, el nivel de delito trepó en todas las categorías. Pero no oficialmente. Como afirmó el alcalde, la gente corre un grave riesgo si denuncia un delito. Muchos de los delitos no son reportados, pero de los cuales se habla a menudo, son robos y hurtos cotidianos, y cosas por el estilo, que según afirman los reporteros están por debajo del nivel del cartel.

Aun cuando se admite que un gran porcentaje de delitos queda sin denunciarse, los funcionarios municipales no divulgarían los detalles de los delitos que efectivamente son denunciados por los ciudadanos. El director de comunicación de la ciudad, Roberto Pérez, informó al CPJ de modo reiterado que el alcalde y el jefe de policía estaban trabajando para difundir estadísticas sobre delitos durante los últimos años, pero luego de 12 días, y cuando venció el plazo para este informe, todo lo que se difundió fueron cifras de robos de automóviles. Pérez no pudo explicar porqué la ciudad no había divulgado el resto de la información. Los datos sobre robos de vehículos mostró una escalada superior al 400 por ciento entre 2006 y 2012, ubicando a Neza en el tercer lugar a nivel nacional en ese delito, según informó la ciudad. Resulta interesante observar que las cifras provienen de empresas aseguradoras de automóviles, no de las víctimas mismas. Nose conoce cuántos ciudadanos no asegurados juntaron suficiente coraje para denunciar un robo.

Si uno teme denunciar haber sido asaltado en un autobús por un drogadicto–un problema creciente, afirman los reporteros–seguramente tampoco le dirá a la policía que la empresa es extorsionada todos los meses por el cartel. Los periodistas que hablaron con el CPJ estiman que quizás un 60 por ciento de las empresas de Neza se ven obligadas a pagarle al cartel. El policía de rangol medio, que también tiene una visión amplia de la ciudad, estimó que probablemente la cifra esté por debajo del 50 por ciento de las empresas. Pero cuando uno se encuentra próximo a la mitad de todas las empresas, una diferencia de varios puntos porcentuales no es algo sobre lo que valga la pena discutir.

Al inicio de 2009, el líder de una asociación de 300 puestos en uno de los mercados de la ciudad recibió un llamado telefónico de un hombre que dijo representar a la Familia Michoacana. El hombre en cuestión tenía un trato para ofrecer. Le brindó al líder de la asociación una descripción detallada de los miembros más cercanos de su familia y de sus costumbres, como así también de otros líderes de la asociación, según informó uno de los seis miembros del directorio de la asociación.

El trato era sencillo: convocar a todo el directorio y luego a los dueños de los puestos, y decirles que a partir de ese momento cada dueño pagaría el equivalente a unos 60 dólares, para empezar, y luego alrededor de ocho dólares por mes. De ese modo, nadie resultaría muerto. Ahora, cada miembro deja ese dinero dentro de un sobre en la oficina de la asociación, un día que se anuncia mensualmente, y alguien lo recoge.

En realidad, hay gente conectada al mercado que fue asesinada desde ese llamado, según indican los dueños de los puestos. Pero no saben si se trata de los habituales asesinatos por delitos callejeros que, de todos modos, siguen creciendo, o si los asesinatos son mensajes de los extorsionadores.

Los vendedores del mercado estiman que hay 70 mercados en Neza, cada uno con un promedio de 300 puestos de venta, y que todos pagan, excepto uno de los mercados. Nadie de ese mercado, el San Juan, quiso hablar sobre el tema. Al sumar todo, es mucho dinero para el cartel.

Los pagos han aumentado a razón de 2 dólares al mes desde hace un año. “Por el momento puedo manejarme con la extorsión. No es el tema en cuestión”, afirmó al CPJ el dueño de un puesto rodeado de aromas a verduras frescas. “Primero, este dinero es sólo el principio. Por supuesto, nos exprimirán. Son asesinos y criminales. Nos van a poner presión el día de mañana. Y en segundo lugar, no tenemos protección de las autoridades porque la policía tiene miedo o bien son parte de esto”.

El miembro del directorio de la asociación explicó que los dueños de comercios comunes en la ciudad, no de puestos en el mercado, estaban siendo golpeados con demandas extorsivas–a menudo impagables–y estaban cerrando sus puertas.

El editor de un periódico local que afirmó que había escrito en una columna que funcionarios de la polícia municipal a veces cobraban dinero de la extorsión, aparentemente en nombre del cartel, señaló haber recibido una amenaza de muerte. En la actualidad, se aleja de noticias de esa índole, afirmó. Los reporteros de periódicos nacionales tampoco hicieron referencia alguna a esa nota.

No es justo indicar que no ha habido artículos periodísticas sobre algunos de los problemas en Neza. Por ejemplo, El Universal publicó un artículo interesante en junio de 2012 que informaba sobre el cartel, las ventas de drogas y las extorsiones e inclusive se refería a corrupción en la policía local. En mayo de 2012, el periódico nacional Reforma publicó dos notas de extensión media sobre la extorsión, luego dejó caer el asunto. Pero ninguna nota fue tan lejos como pareciera que llegan los problemas. Ninguna mencionó que la policía o la prensa tienen demasiado miedo para ejercer sus tareas, por ejemplo. Además, se trató de esfuerzos de una única vez. A medida que los periodistas sienten cada vez más temor, no ha habido cobertura informativa, proveniente de cualquiera de los periódicos, que les haya brindado a los lectores algo semejante a un panorama completo del tema.

Esto sucedió en un pueblo cercano a Neza. El nombre del lugar deberá permanecer en secreto para proteger la identidad de las personas que compartieron los detalles, pero éstos son importantes porque muestran cómo se extiende el terror y el control. Dos adolescentes pasaron en una motocicleta con una nota y se la entregaron al despachante de una cooperativa de autobuses. Cada miembro de la cooperativa es dueño de un pequeño autobús o quizás de un par. Cada miembro también es chofer. La nota decía que algunos hombres querían conocer al presidente de la cooperativa. El despachante lo tomó en broma: Después de todo, ¿quién presta oídos a dos chicos en una motocicleta?

Luego comenzaron las amenazas telefónicas, con detalles sobre las familias de las personas, y hubo una reunión con exigencias de que por cada autobús los hombres querían 50 pesos a la semana. No tanto, aproximadamente unos 4 dólares. Ése sería el comienzo. Los choferes de autobús verificaron toda el área y hallaron que todas las otras cooperativas de autobuses pagaban la extorsión. Aún así, dijeron que no. Entonces dos choferes fueron asesinados y uno fue secuestrado. Fue liberado luego de que el resto acordara pagar la extorsión semanal. Una lección que se esconde detrás de esto es que inclusive en la pequeña comunidad de choferes de autobús organizados en cooperativa el temor al cartel es tan grande que no se sabía que se estaba produciendo una extorsión indiscriminada.

Los dos asesinatos fueron divulgados en artículos periodísticos en diarios locales. Pero sólo como asesinatos. No había nada en las notas que conectaran las muertes con extorsión. De hecho, las notas fueron difundidas como robos que habían terminado mal. Nunca se habló de secuestro. No hubo señal alguna que indicara al público que el cartel estaba extorsionando a todas las empresas de autobuses del área. Y, por extensión, las autoridades se hallaban impotentes, temerosas, o bien eran corruptas.

No es sólo el cartel quien impide que salgan las noticias a la luz, afirman los periodistas, hay una política implementada por la policía municipal para impedir que los crímenes lleguen a la prensa porque los muestra incompetentes o corruptos. Con vigías del cartel que acechan en los lugares de los asesinatos perpetrados por el mismo cartel, reporteros y fotógrafos habitualmente ya no acuden allí en persona, afirman. Intentan cubrir la nota por teléfono. Pero es ahí cuando, afirman, pueden caer en un vacío informativo.

Un reportero lo describió de este modo: “Nos llega un llamado de los ciudadanos sobre un asesinato cometido, digamos, en la esquina de la calle X. Si llamamos a la policía, indican que no pasó nada. El servicio de ambulancias dice lo mismo. Los ciudadanos están observando al policía en la escena del crimen examinando el cadáver o ven que el cuerpo es llevado al vehículo del médico forense. El forense explica que no tiene información. De modo tal que no hay nota periodística. No hubo asesinato alguno en la esquina de la calle X.”

Neza fue un problema para la ciudad de México durante siglos. Era un lago hasta principios del siglo 20, el Lago Texcoco, pero se inundaba mucho, inclusive bajo dominio azteca, de modo que gradualmente fue drenado. La mayoría de la tierra pasó a trabajadores golondrina sumamente humildes provenientes del resto del país que se convirtieron en los trabajadores peor pagos de la Ciudad de México. Parte de la tierra se volvió un vasto basural para la ciudad, aunque ahora todo eso es prácticamente relleno sanitario.

A fines de los años ’90 se apoderó del lugar un cartel nacido allí, según explicaron policías de Neza y también Zepeda, alcalde de Neza, que entonces era funcionario municipal. Pero sólo de modo limitado. Solamente ventas de marihuana y cocaína. Aun así, inclusive eso lo hacía muy poco usual para México, porque relativamente pocos mexicanos consumían drogas de cualquier índole en esos días. Las drogas se destinaban al norte, para los estadounidenses.

La banda criminal mantenía un cerrado monitoreo de las ventas de drogas en Neza y controlaba a la policía municipal, estatal y federal, cuando se trataba de negocios, de modo tal que en este sentido era semejante al cartel que controla hoy la ciudad, segúm describen veteranos periodistas y Rafael Macedo de la Concha, el procurador general de la república en esa época. El cartel también tenía a cargo a una mujer de mediana edad con el romántico nombre de Ma Baker. Así nomás, en inglés, Ma Baker. Nadie sabe porqué. O más bien, todos los que entonces estaban en actividad tenían distintas explicaciones del porqué. Su verdadero nombre era Delia Buendía Gutiérrez.

El cartel de Ma Baker manejaba unos 400 comercios minoristas en las 25 millas cuadradas que comprende Neza, apiñados todos juntos en la miseria y con sus clientes. La ciudad es una de las más densamente pobladas de México. Al cartel de Ma Baker le fue tan bien en 2002, afirmó Rafael Macedo, el procurador general, en un discurso en Ciudad de México en el Museo Antropológico Nacional, que ella pudo permanecer fuera de la cárcel sobornando a funcionarios públicos, incluyendo jueces.

Luego, de algún modo, las cosas se fueron de control. En siete meses en 2002, dos fiscales federales y dos funcionarios de la policía federal de alto rango, todos dedicados a investigaciones sobre narcóticos en Neza, fueron asesinados. Las investigaciones federales condujeron a Ma Baker y su banda. La procuraduría federal fue tras sus pasos, y pronto ella y los que ocupaban los cargos más altos en el cartel fueron presos, excepto por unos pocos que permanecieron prófugos.

El cartel se dividió. Pero no el vasto número de personas que lo manejaba o que ya estaban corrompidos por el mismo, o que asesinaban policías y competidores del cartel. Según archivos de prensa, hubo sólo condenas moderadas para unos pocos. El jefe de policía de Neza efectivamente fue condenado a 25 años de prisión, pero casi todo el gobierno municipal y la fuerza policial se hallaban en la nómina del cartel o al menos miraban para otro lado. Lo mismo sucedió en el caso de un número de autoridades federales y policías estatales, según refieren periodistas e investigadores federales de esos días. Tanto periodistas como investigadores pidieron no ser nombrados, por temor a represalias.

Durante varios años, afirman periodistas, nadie se adueñó del negocio de las drogas en Neza. Había cantidad de drogas, pero no un cartel dominante. Luego ingresó un nuevo grupo usando violencia armada. Los asesinatos recrudecieron en 2008 o 2009, según los periodistas. Primero, el cartel se apoderó del negocio de las drogas a modo de monopolio, como fue el caso de Ma Baker. Pero luego, de modo crucial, comenzó a cambiar hacia lo que existe en la actualidad, el nuevo modo de los carteles mexicanos, la forma en que operan en el resto del país, una lucha por el control territorial. En Neza, también, donde el negocio minorista de drogas es importante, pero sólo una parte del negocio, el cartel creció para incluir el control de las calles–no siempre, por cierto, pero pareciera que cuando quieren, tienen el control. Luego los secuestros y un sistema de extorsión extendido en toda la ciudad.

Un cartel del crimen organizado nunca debería haber operado en los suburbios de Ciudad de México. Las clases altas y medias de la ciudad, en donde se concentra el poder político, cultural, e intelectual, tienden a desdeñar al resto del país. La guerra contra las drogas tendría que haberse desarrollado afuera, en los “estados”.

Pero la cobertura informativa en los estados en donde los carteles están ganando influencia o control se vio dañada por el mismo problema que mantiene a la Ciudad de México desinformada sobre lo que está sucediendo en Neza: los reporteros de los estados con frecuencia no pueden informar sobre las noticias reales porque están amenazados por el crimen organizado. De modo que muy poca gente es conciente de cómo se han diseminado los cartel, de un estado a otro, y menos aún de que han llegado a la Ciudad de México.

En gran medida, el público mexicano cree que esta lucha, esta “Guerra contra las Drogas”, es exclusivamente sobre drogas, y que los clientes son casi exclusivamente estadounidenses.

La Familia Michoacana vende drogas en Neza sólo a mexicanos. El resto de sus ilícitos incluyen secuestros, extorsión y prostitución, según informan reporteros que cubren la ciudad. El problema de fondo para el periodismo local y para los mexicanos es que mientras dichos periodistas pueden exponer al CPJ lo que ocurre, no pueden decírselo a sus lectores en el resto del país. Pero si pudieran, entonces los lectores y los encargados de elaborar políticas públicas podrían tener otra mirada sobre algunas de sus presunciones sobre lo qué se llama “Guerra contra las drogas” y qué implicaría ganarla.

*Mike O’Connor, representante del Comité de Protección de los Periodistas (CPJ) en México,  fue un veterano periodista que ha trabajado para organizaciones de prensa incluyendo CBS News, National Public Radio y The New York Times. Escribió el ensayo de 2013 Ataques contra la prensa, “La Regla en Zacatecas: No informar sobre el cartel”. Murió en diciembre de 2013. Este fue el último artículo que escribió para el CPJ.

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