La izquierda llegó al poder por primera vez en la historia de Colombia, al jurar como presidente el veterano político y exguerrillero Gustavo Petro, y como vicepresidenta la lideresa ambientalista y afrodescendiente Francia Márquez, en una ceremonia rupturista y cargada de simbolismos que se cumplió este domingo 7 de agosto de 2022, informa la IPS desde Bogotá.
«Hoy empieza nuestra segunda oportunidad. Nos la hemos ganado», dijo Petro en su discurso de investidura, aludiendo al pasaje sobre las estirpes condenadas sin oportunidad sobre la tierra con la que culmina la novela «Cien años de soledad», de su fallecido compatriota y Nobel de Literatura Gabriel García Márquez.
Ante unas cien mil personas que colmaron la céntrica plaza de Bolívar en Bogotá –y una decena de mandatarios invitados- anunció como su primer compromiso «trabajar por la paz definitiva», pues «tenemos que terminar, de una vez y para siempre, con seis décadas de violencia y conflicto armado».
Esa violencia fue protagonizada por guerrillas de izquierda –la mayor, Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, se desmovilizó en 2016-, las fuerzas militares y policiales, paramilitares de derecha, carteles del narcotráfico y grupos remanentes de las formaciones irregulares que aún persisten y delinquen.
En su juventud, Petro militó en una de esas guerrillas, la urbana M-19 (Movimiento 19 de Abril), la cual se desmovilizó en 1990 y quedó casi en el olvido, pero un gesto del nuevo presidente durante la investidura le devolvió una momentánea actualidad.
Petro había pedido traer a la ceremonia una espada del libertador Simón Bolívar, guardada en el palacio de gobierno, que fue robada por guerrilleros del M-19 en 1974 y devuelta al Estado en 1990, pero su predecesor Iván Duque negó el préstamo.
Apenas juró el cargo, como primera orden antes de completar la ceremonia, Petro ordenó a la Casa Militar traer al escenario la reliquia, y junto a ella pronunció el discurso que así inequívocamente simbolizó el poder de su corriente política.
En su solapa lució una paloma, para simbolizar la paz que propone, y la banda presidencial la colocó en sus hombros la senadora María José Pizarro, hija de Carlos Pizarro, asesinado en 1990 cuando era líder y candidato presidencial del ya para entonces desmovilizado M-19.
En otro símbolo de nuevos tiempos políticos, Márquez juró «a Dios y al pueblo» cumplir la Constitución y leyes, según el protocolo, pero «también ante mis ancestros y ancestras, hasta que la dignidad se haga costumbre».
Entre los invitados de honor, junto al rey Felipe de España y presidentes de varias repúblicas latinoamericanas, estuvieron algunos trabajadores –como Kellyth Garcés, quien fue despedida en la ciudad de Medellín por llevar en su carrito de barrendera un cartel de Petro- campesinos y activistas juveniles e indígenas.
Más allá del simbolismo, Petro defendió en el discurso sus tesis y propuestas en favor de producir más riqueza y redistribuirla, luchar contra el hambre, cambiar las políticas antidrogas, extinguir progresivamente la extracción de combustibles fósiles, defender el ambiente y promover las nuevas tecnologías.
«La guerra contra las drogas ha fracasado. Dejó un millón de latinoamericanos asesinados durante estos cuarenta años y setenta mil norteamericanos muertos por sobredosis cada año. Fortaleció a las mafias y debilitó a los Estados, y ha llevado a los Estados a cometer crímenes», aseveró.
En cuanto a desigualdad y pobreza, Petro pidió que «no miremos para otro lado, no seamos cómplices. Con voluntad, políticas de redistribución y un programa de justicia vamos a hacer una Colombia más igualitaria y con más oportunidades para todos y todas»».
Dijo que el diez por ciento de la población de Colombia posee el setenta por ciento de la riqueza y «es por ello por lo que proponemos una reforma tributaria que genere justicia», con impuestos «no confiscatorios».
Esa reforma se perfila como una de las más difíciles por el pulso que se producirá entre su gobierno y los poderes fácticos que han dirigido al país.
Sostuvo que «llegó el momento de ser conscientes de que el hambre avanza» y que Colombia «es un país que debe y puede gozar de soberanía alimentaria para lograr el hambre cero», como preámbulo a nuevas políticas agrícolas y agrarias.
En la promoción de la equidad de género, dijo que «no podemos seguir permitiendo que las mujeres tengan menos oportunidades laborales y que ganen menos que los hombres», y dispuso la creación del Ministerio de la Igualdad, que inicialmente estará a cargo de la vicepresidenta Márquez.
Dedicó un pasaje al cambio climático, el cual «es una realidad. No lo dicen las izquierdas ni las derechas, lo dice la ciencia. Por eso desde esta Colombia le pedimos al mundo acción y no discursos».
Repitió su expresión de que con la Amazonia «tenemos la esponja» para absorber los gases de efecto invernadero, y propuso a las naciones desarrolladas cambiar deuda externa por gastos internos para salvar esa zona del planeta, junto con los restantes bosques y los humedales.
Sobre política internacional expresó que «no queremos que ningún país invada a otro» y abogó por la unidad de América Latina para que su voz pueda ser oída.
Con Petro en el poder se incrementa el número de gobiernos de izquierda y centroizquierda en la región, y el nuevo mandatario no oculta su interés en formar un bloque progresista al que espera sumar al brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, hasta ahora favorito en las encuestas para ganar la presidencia de Brasil en octubre 2022.