Iba a escribir un cuento donde salía Madrid, en el que Madrid era mucho más que el escenario y se iba convirtiendo poco a poco en protagonista de él. Un cuento en el que Madrid respiraba y sangraba y hablaba y se moría y renacía y la veíamos amanecida y de noche, luciendo sus hermosos atardeceres y desmembrándose por sus bordes extensos y múltiples. Iba a escribir un cuento para decirle a Madrid lo que es Madrid en mí.
En ese cuento de Madrid que yo iba a escribir, vivían niños que jugaban en los parques y vivían los vecinos de los barrios y había perros que hacían sus necesidades sin que nadie les prestara mucha atención y corrían pájaros por los cielos haciendo como que volaban, pero enseguida se daban cuenta todos los que salían en ese cuento, incluidos los pájaros, los perros también, de que ellos no eran importantes y se apartaban un poco para que todos los que leyeran ese cuento apreciaran lo que de verdad pretendía contar el cuento, que no era más que aquello que es Madrid cuando en Madrid tiene lugar el mundo.
Iba a ser un cuento muy especial, de esos en los que no ocurre nada, únicamente ocurre el panorama donde se posa lo que no tiene lugar para hacerse así escenario vital, indispensable. Madrid sería en ese cuento una ciudad de un millón de muertos, como en el poema, pero a lo bestia, una ciudad de millones de muertos que hablan, sonríen, eructan, cantan, ventosean y bailan. No todo a la vez. Con pájaros y perros, ya digo. Y hasta saldría una serpiente.
En algo que iba a ser una novela, un escrito mío, digo, uno que yo quiero que sea alguna vez una novela negra, sale o saldrá, mejor dicho, también un Madrid que podría ser remotamente parecido a ese que yo quería retratar en ese cuento que yo iba a escribir. Un Madrid auténtico, ilustre y torticero a la vez, salvaje y constitucional al tiempo. Un Madrid donde se baile y se mate y se negocie y se llore y sobre todo se ame. Se ame a raudales. Un Madrid enamorado de los enamorados y comprensivo con toda esa gente solitaria que nunca sabemos a dónde va.
Iba a escribir un cuento madrileño de madrileña estampa, amadrileñados sus madrileños, lo iba a escribir a sabiendas de que el más auténtico madrileño es aquel que no sabe que ser madrileño no importa, pero lo intuye, aquel que es capaz de imaginar que un madrileño no tiene nada especial, no tiene nada que nadie pueda definir como un sermadrileño, un estarmadrileño, una presenciamadrileña. Salvo Madrid, claro, esa sí que es madrileña. Por los cuatro costados.
Madrid es la capital de España y en ella he nacido yo. En ella he crecido y en ella están creciendo mis hijos. Iba a escribir un cuento sobre Madrid pero me he dado cuenta, cuando ya estaba a punto de comenzar a escribir ese cuento sobre Madrid, de que para escribir el cuento que quería escribir sobre Madrid necesitaría coger carrerilla, echarme un poco hacia atrás, ver el Madrid al que yo quiero faro, protagonista y paisaje de ese cuento y preguntarme tranquilamente ¿quéhasvistoJose? ¿Qué es Madrid?
Tal vez cuando lo haga, cuando le mire a Madrid desde la altura de Madrid que revolotea por encima de ella, consiga escribir finalmente ese cuento que yo quiero escribir en el que Madrid camina por sus calles, se ilumina con sus farolas y pasea a sus perros mientras sobre ella ese cielo de Madrid que es Madrid la deja esa cara que tiene Madrid de buena persona, dispuesta a ponerse a cantar en cualquier momento. Aunque no venga a cuento.