Noveno día del décimo mes de 2023. En el día de ayer me publicaron una carta en El País que está incluida en el cuerpo de este texto. Las cartas deben ser breves y a veces esa limitación deja los argumentos un poco huérfanos.
Me he formado hasta donde he podido, fundamentalmente, en la educación pública de la que poca queja tengo, más bien al contrario, ha conseguido que sea lo que soy.
Con veinte años me diagnosticaron un enfermedad crónica que ha requerido muchos cuidados médicos, ingresos hospitalarios, operaciones, medicación,… y si no me quedé en el camino fue gracias a la Sanidad Pública y su profesionales, eternamente agradecido.
Las épocas de mi vida en las que no puede trabajar los sistemas públicos me dieron la cobertura necesaria para resistir.
Todo ello lo he vivido gracias a los servicios públicos. Desde luego si hubiese sido por los recursos económicos de mi familia os aseguro que no estaría aquí.
Por eso creo que en el debate sobre bajar o subir impuestos lo primero que debemos decidir como sociedad es qué tipo de servicios públicos queremos, porque los tributos sólo son la herramienta para recaudar el dinero para financiar esos servicios.
Si queremos que sean de calidad en sanidad, educación, dependencia, en residencias, en seguridad, en infraestructuras,… , si queremos que sean universales y que puedan acceder a ellos todas las personas en condiciones de igualdad, tendremos que tener una buena financiación a través de los impuestos, contribuyendo al sistema según la capacidad económica que se tenga e inspirado en los principios de igualdad y progresividad (art. 31 CE).
Si lo que queremos es que se acceda a esos servicios en función de la capacidad económica de cada cual, entonces se podrán bajar los impuestos.
Aunque para la mayoría de la población ya no sería lo mismo, ya que para los que dependemos de un salario, una pensión o unos subsidios que son, prácticamente, nuestro único patrimonio, si nos fallan esos ingresos nos quedamos a la intemperie, pero aunque nuestros ingresos fueran muy altos pocos serían los que podrían afrontar una enfermedad grave durante mucho tiempo, o una pérdida prolongada de empleo o vivir con los salarios actuales; ya estamos viendo que muchas familias no pueden afrontar los gastos universitarios incluso en las universidades públicas debido a las tasas, residencias y másteres. Y si nos fallan esos ingresos corremos grave riesgo de caer en la indigencia.
Por eso creo que debemos decidir qué sociedad queremos y cómo la financiamos.
Como se puede deducir de la lectura de este texto soy un claro defensor de lo público, creo que es lo más justo, pero también creo que se debe hacer mucha pedagogía, empezando en los colegios, sobre lo que significan los impuestos y lo que se consigue con ellos.
Nuestro sistema tributario es complejo y farragoso, y la deriva que está tomando hace que sea cada vez más injusto al primar los impuestos indirectos sobre los directos. Es un sistema que habrá que reformar pero que sin duda es fundamental en la sociedad democrática.
Debemos ser escrupulosos con el gasto público y fiscalizar su gestión para que no haya desviaciones espurias ni corrupción, debemos ser una sociedad crítica pero solidaria, en ello nos va el bienestar de nuestra sociedad.