En la actualidad los jóvenes buscan necesariamente su identidad personal a través de las redes sociales y con ello, la aceptación de sus iguales. La problemática que suscitan estas plataformas afecta a los jóvenes, aún no se sabemos en qué medida, a los conceptos asociados a la autoestima en esta etapa del desarrollo de la persona, tanto a nivel afectivo como social, lo que hace que se puedan desorientar con relación a esta nueva realidad en la que se ven inmersos necesariamente o involuntariamente.
Entre los factores que se barajan que no son especialmente buenos, son la falta de autocontrol y el uso indebido de la paciencia; factor que no consideran si cuando suben una imagen suya no tiene varios «me gusta» ipso facto se sienten mal. Esto supone, que además de la aceptación de uno mismo y del peaje narcisista por el que pasan, se atribuya su identidad personal gracias al culto de lo visual; la apariencia; la superficialidad; el desmedido placer de verse y que me vean; y constituye un sello que confirmará el nuevo modo de relacionarse con los demás.
El autoconcepto y la marca personal será el yo que identifique; ese que podrá dar cuenta a diario, por minutos; por historias; qué hago, qué pienso, qué quiero y sobre todo, la proyección de lo que querría ser. La edición compulsiva de las miles de fotos que se toman a diario y los selfies seleccionados para ser «subidos» a la red, hacen emerger datos que aparentemente no vemos; qué soy; qué piensan de mi; cómo soy de verdad y acaba siendo un ideal distorsionado porque todo es fantástico, todo es lo que el espejo de mi mismo me devuelve.
Al cabo de los años, cuando el menor ya está en el mundo real, aparece con problemas relativos a la autoestima sujetos a otros trastornos que no cuantifican en el presente. La afectividad, la depresión y el narcisimo que le invaden son parte de la estructura de ese joven que ya no es adolescente y se precipita al mundo tangible; no es el proyectado; no es el que querría ver; el que alguna vez dibujó en sus imágenes. La necesidad de admiración, los rasgos de grandiosidad según los criterios del DSM-IV enmarcaban antaño al narciso en la edad adulta, ahora esos patrones conductuales, se precipitan desde la más tierna infancia; hay niños que tienen Instagram desde los nueve o diez años cuando les regalan su primer móvil. La imagen impoluta, editada, enmarcada, con filtros de lo que verdaderamente quiero ser aparece ante mi para que yo la proyecte hacia el mundo que me ve. No importa si no es cierta; ese sujeto que aparece ahí soy yo, y lo triste es que no es cierto; no deja de ser una ilusión y el impacto final, es terriblemente duro.
La necesidad de ser retroalimentado, mi ego me hace revisar constantemente quién me ve; cómo me ven y si realmente necesito reconstruír mi identidad hora a hora, minuto a minuto, instante a instante…
Los complejos, el excesivo enjuiciamiento, la falta de identidad de uno mismo, hace que se facilite la comparación entre iguales y por tanto, sea duro reconocer que no eres el mejor; no eres el que ves; eres tú. El narcisismo, una autoestima precaria y una envidia sin límites operarán como el leit motiv de los chicos que se ven sumergidos en el mundo de la imagen irreal. Preverlo, constatarlo como padres y ponerle coto al despropósito de esta red social, hará que las personas que se están haciendo, valoren sin dejar atrás la tecnología, qué significa la realidad y con ello que puedan crecer con una idea concreta de lo que son verdaderamente. Todo lo demás, les llevará a otros trastornos mentales que saldrán a partir de la edad adulta y todo tendrá un origen. No olviden comentar que empezó, una década atrás cuando mi yo, era otro; ese que veía necesariamente bien en «Insta».
[…] también a ser unos tiranos, si cabe, mayores con sus padres que son los que le compran un aparato que asciende a 500 euros si no más, para que se suba al pedestal que día a día les […]