A comienzos de esta semana, los medios de comunicación israelíes facilitaron sorprendentes detalles sobre la diplomacia oculta del Estado judío. La información, procedente con toda probabilidad del Ministerio de Asuntos Exteriores, revelaba la existencia de representaciones diplomáticas encubiertas en dos países del Golfo Pérsico: Qatar y Bahréin. En ambos casos, las supuestas oficinas comerciales estaban dirigidas por funcionarios de alta categoría de la Cancillería israelí. Tras la reciente firma de los acuerdos de paz de con reino de Bahréin, las autoridades de Tel Aviv podían permitirse el lujo de levantar el velo del ocultamiento.
¡Once años de relaciones secretas con Bahréin! ¡Quién lo diría! Probablemente, aquellos que desconocen los rudimentos de la diplomacia secreta, práctica llevada a cabo por los países en conflicto, propensos a mantener contactos discretos o confidenciales con sus enemigos. De hecho, tanto el Kremlin como la Casa Blanca optaron por recurrir a este procedimiento durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Y después?
Teherán, noviembre de 1978. ¿Israel? Va usted a la embajada de Israel, ¿verdad?, pregunta el taxista. ¿Embajada de Israel? Efectivamente, la dirección que le había facilitado correspondía a la calle en la que se encontraba la inexistente embajada del inexistente Estado judío. Un secreto a voces para la SAVAK, la policía política del Sha, y sus innumerables confidentes, véase los taxistas.
La representación no oficial de Tel Aviv llevaba años funcionando en la capital iraní. Se encargaba supuestamente de asuntos agrícolas – sistemas de regadíos – y tecnológicos – ventas de armas al Ejército de Su Majestad Imperial. Sin embargo, el personal encargado de las relaciones externas pertenecía al cuerpo diplomático. Pocos periodistas extranjeros tuvieron ocasión de contactar con la discreta representación del Estado judío. Pero en aquellas fechas, durante los disturbios que precedieron a la caída del Sha, las visitas a la no embajada israelí se multiplicaron. Los informadores buscaban un enfoque diferente…
Tras la triunfal llegada al país del ayatolá Jomeini, los israelíes abandonaron precipitadamente Teherán. Unas semanas más tarde, el líder supremo de la revolución islámica entregaba el chalé-bunker de los asesores israelíes a… la OLP. La verdadera historia de aquellas enmarañadas relaciones aún no se ha escrito. Tiempo al tiempo…
Las revelaciones sobre los contactos diplomáticos recientes con el mundo árabe podrían deparar múltiples sorpresas. No, el modus operandi de las relaciones ocultas no ha cambiado: Israel sigue utilizando empresas tapadera, que emplean funcionarios públicos con doble nacionalidad. En el caso concreto de la oficina de Bahréin, pomposamente llamada Centro para el desarrollo internacional, el personal contratado se desplazaba por las capitales árabes con pasaportes sudafricanos, belgas, británicos o norteamericanos. Oficialmente, ejercían la profesión de… consultores de empresas. Los contratos de asesoramiento en materia de tecnología médica, energías renovables, seguridad alimentaria o IT eran auténticos; se encargaban de su ejecución compañías israelíes.
Detalle interesante: la futura embajada del Estado judío en Manama ocupará los locales del Centro.
El patrocinador del plan embajadas, más conocido bajo el nombre de Acuerdo Abraham, es el actual inquilino de la Casa Blanca: Donald Trump, que logró neutralizar los planes de anexión de Cisjordania ideados por el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ofreciéndole a cambio tratados de paz con sus archienemigos árabes. La extravagante manera de Trump de llevar la política exterior de Washington ha dado sus frutos: después de los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, Sudán ha mordido el anzuelo de Washington, anunciando a su vez su intención de poner fin al estado de beligerancia con Israel. A cambio de ello, el país que dio cobijo a Osama bin Laden entre 1991 y 1996 será eliminado esta semana de la lista negra de Estados patrocinadores del terrorismo elaborada por los Estados Unidos. ¿El precio? Además del reconocimiento de Israel, las autoridades de Jartum se comprometen a pagar la cantidad de 335 millones de dólares a las victimas estadounidenses del terrorismo islámico. Los sudaneses aceptaron el trato.
En la lista de candidatos a la normalización de relaciones con Tel Aviv figuran también Arabia Saudita, Marruecos, Omán y Qatar. Todos y cada uno de los gobernantes han puesto precio a su reconocimiento de la hasta ahora llamada entidad sionista (durante décadas, la palabra Israel ha sido vetada en el vocabulario oficial del mundo árabe).
Los saudíes, que apoyaron la valentía de los Emiratos Árabes Unidos y de autorizan la utilización de su espacio aéreo por aviones israelíes. Públicamente, la dinastía wahabita da prioridad a la reanudación de las consultas israelo-palestinas. Extraoficialmente, esperan la reelección de Trump para formular sus exigencias respecto del proceso de normalización.
Por su parte, el rey de Marruecos intentará vincular la normalización de las relaciones con Tel Aviv al reconocimiento estadounidense de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental.
El sultanato de Omán, que ha mantenido relaciones discretas con Israel desde la década de los 90, reanudará sus contactos si el inquilino de la Casa Blanca se lo exige. Pero aparentemente, el recién entronizado sultán prefiere no precipitarse.
Por último, Qatar, que tiene una estrecha relación de amor odio con Israel, debido en parte a su cooperación estratégica y financiera con el movimiento islámico Hamas de la Franja de Gaza, sería el último obstáculo que la Casa Blanca tendría que sortear. Es una apuesta difícil, puesto que Qatar sigue siendo uno de los baluartes de Irán en la zona. Su enemistad abierta con los regímenes de Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin dificulta la negociación.
De todos modos, el problema clave se halla en el lado palestino. La Autoridad Nacional sigue condenando cualquier iniciativa árabe de normalización de los contactos con Israel. Extraoficialmente, el Gobierno de Ramallah confía en que la Administración Biden modifique el rumbo de la política exterior americana, dando un nuevo enfoque a la actuación de Washington en la región.
¿Y Europa? Subsiste el interrogante: ¿serán capaces los europeos de asumir el reto del Acuerdo Abraham? ¿Será necesario preservar las viejas y socorridas herramientas de la eficaz diplomacia oculta? El porvenir nos lo dirá.