Jordi Pujol: escándalo y consecuencias para Cataluña

Joaquín Roy*

La abrupta abdicación del rey Juan Carlos I, el 18 de junio, fue un aviso de que otros serios acontecimientos se preparaban en el escenario de España.

Las incertidumbres acerca de las elecciones europeas del 25 de mayo se resolvieron con la confirmación del descenso de los favores hacia los dos partidos mayoritarios españoles que se habían convertido en los sólidos cimientos de la democracia.

El conservador Partido Popular (PP) y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) vieron carcomidos sus votos por la aparición de la novedosa formación Podemos (un guiño al eslogan de Obama), sin estructura de partido ortodoxo, que se resiste a ser calificada de populista.

Pero en Madrid la preocupación obsesiva seguía siendo Cataluña y su exigencia de referendo de independencia, llamado formalmente consulta, programado por sus autoridades para el 9 de noviembre.

El gobierno español se negaba a autorizar el ejercicio por considerarlo anticonstitucional. Entonces estalló la «crisis Pujol», que prácticamente nadie esperaba y que atañe a quien fuera presidente de la Generalitat (gobierno) de Cataluña entre 1980 y 2003, Jordi Pujol.

Sin embargo, algunas señales sutiles ya habían aparecido en el nuboso horizonte catalán. Primero fue la dimisión del segundo hijo del expresidente, Oriol Pujol Ferrusola, quien ocupaba el cargo de secretario general de Convergencia Democrática de Cataluña, el partido que su padre fundó en 1974.

Fue una decisión forzada, al agotársele al vástago todos los argumentos en su defensa por estar investigado de corrupción en concesiones públicas. Días antes, se producía la retirada de Josep Antonio Durán Lleida, dirigente de Unión Democrática, la formación democristiana, socia en la coalición forjada con Convergencia, bajo la sigla de CiU.

De golpe, el expresidente de la autonomía catalana, y su máximo artífice, Jordi Pujol, de 84 años, anunciaba a su sucesor, Artur Mas, que debía confesar la existencia de unos fondos sin declarar en Andorra, fruto de una herencia de su padre recibida hacía tres décadas.

Lo que se podía haber resuelto mediante un simple informe y una modesta multa se convertía en un escándalo que a medida que pasaban las horas y los días era en realidad la punta del iceberg de un sistema de corrupción de dimensiones de vértigo.

Uniendo las denuncias de la despechada antigua amante del primogénito de Pujol (Jordi Pujol Ferrusola) y los filtros que emanaban de algunos diarios, se comenzaba a vislumbrar una trama de corrupción en la que aparecería implicaba toda la familia, incluidos los siete hijos de Pujol, su esposa, y otros allegados.

El reguero de fondos y transferencias se podía rastrear a una antología de paraísos fiscales en tres continentes.

Cálculos de la judicatura y policía, convenientemente divulgados por informes periodísticos, colocan la fortuna de los Pujol al nivel de la sexta en volumen de España.

Sería el producto de una red de corrupción basada en la recepción del llamado «problema del tres por ciento» de comisiones ilegales, según la famosa etiqueta del exalcalde de Barcelona y expresidente de la Generalitat, el socialista Pasqual Maragall (2003-2006).

Era la «tarifa» asidua por la concesión de contratos públicos, en el prioritario sector de la construcción, epicentro de la «burbuja inmobiliaria», principal causante del desastre financiero español.

Irónicamente, el «molt honorable» (título honorífico, que ahora ya no puede usar) Jordi Pujol había estado predicando durante años que su misión era la conversión de Cataluña en un «país normal». Ahora parecía que lo había conseguido en el nivel de corrupción generalizado en toda España.

Ya estaría en compañía de la hija del propio rey Juan Carlos, amenazada de juicio y cárcel con su marido. Se podría codear con el extesorero del gobernante PP, Luis Bárcenas, en la cárcel en espera de juicio como administrador de una contabilidad extra procedente de «mordidas».

El escándalo Pujol coincidía con el ingreso en prisión del expresidente de la comunidad de las Baleares, y la amenaza del mismo fin para el expresidente del de Valencia, los dos del PP. Cataluña, modelo de eficiencia e integridad, era ya un país normal.

Pujol, quien en sus años de retiro disfrutaba de sueldo vitalicio, secretarias, chófer, y un centro de estudios dedicado a temas diversos, entre ellos la ética (valor del que se enorgullecía), debía ahora esquivar las miradas de literalmente miles de ciudadanos catalanes.

De ellos podía recordar nombre, apellidos y fisonomía, con una memoria y capacidad política de captación y relaciones públicas sin parangón en Europa.

Había construido no solamente un partido y una coalición ganadora, sino un nuevo concepto de Cataluña como nación, sinónima de su persona, cobijado de una ideología híbrida. Según las conveniencias, era practicante de la Democracia Cristiana, el liberalismo, el conservadurismo tradicional, e incluso la Social Democracia nórdica. Ahora parece que todo se ha evaporado.

A pesar de la inicial reacción de Mas (la crisis era un «asunto estrictamente familiar»), la confesión de Pujol amenaza con terminar la propia presidencia de su «hijo político» (según su misma confesión), con los planes de independencia, la celebración del referendo, y la desaparición de la coalición ganadora durante más de tres décadas.

Mientras, por la izquierda se testifica el agrietamiento del Partido de los Socialistas de Cataluña, atenazado por el conflicto entre catalanistas y españolistas afines al PSOE, bajo la zapa de votos de Podemos.

De la quema puede solamente salvarse Esquerra Republicana (que superaría a Convergencia, con o sin Unión Democrática), la formación histórica genuinamente independentista que presidió Cataluña tres veces desde 1931 y aliada de Mas en su aventura actual.

Pero con el predecible derrumbe de los planes independentistas, puede ser un premio de consolación en una Cataluña o Catalunya ya reducida de nuevo a una autonomía, esta vez más debilitada.

  • *Joaquín Roy es catedrático ‘Jean Monnet’ y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami.
  • Columna distribuida por IPS
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