La Antártida a doscientos años de incorporarse a la humanidad

¡FELIZ NAVIDAD!

Teresa Gurza¹

Este año por terminar, se cumplen doscientos de la historia «humana» de la Antártica (o Antártida) que, por no tener población autóctona, se inició cuando en 1820 la vio desde lejos el cazador de focas estadounidense Nataniel Palmer.

base-chilena-bernardo-ohiggins-e1608900068225 La Antártida a doscientos años de incorporarse a la humanidad
Base chilena Bernardo O’Higgins

Desde la antigüedad filósofos, historiadores, cartógrafos y geógrafos, hablaban del gran continente austral que los griegos denominaron, Antarktikos.

Y que, a diferencia del Ártico, conformado principalmente por océano congelado, es un territorio rocoso cuya cobertura de hielo concentra el 90 por ciento del de la Tierra, el 70 por ciento de su agua dulce, más petróleo que Dubai, muchos minerales y grandes misterios; como el de los polvos alienígenas.

La BBC anunció el 30 de abril de 2019, que se encontró ahí «polvo presolar» que puede dar pistas sobre el nacimiento de nuestro Sistema Solar.

Son partículas microscópicas procedentes de una estrella muerta hace millones de años y podrían desafiar teorías acerca de cómo las estrellas moribundas, siembran en el universo materias primas para la formación de planetas y el mundo que nos rodea.

«Por ser polvo real de estrellas, estos granos dan idea de bloques de construcción a partir de los cuales se formó nuestro Sistema Solar», señaló Pierre Haenecour, investigador de la Universidad de Arizona en Estados Unidos y autor principal del estudio que publicó la revista Nature Astronomy.

De ese territorio tan bello y promisorio se han querido adueñar muchos países, tema para mi segundo artículo dentro de ocho días, que finalmente decidieron regirse por el Sistema del Tratado Antártico Internacional.

Era urgente lograrlo, porque antes de firmarlo barcos balleneros, principalmente de Estados Unidos y Gran Bretaña, mataban millones de animales marinos para quitarles la piel, que comerciaban con China; y llevaron a focas, lobos marinos y ballenas, al borde de la extinción.

El naturalista británico James Eights denunció desde 1829, la matanza de lobos marinos: «No era difícil para los cazadores, llevarlos a las playas, pincharlos en el corazón, dispararles en el cráneo, sacarles la sangre y quitarles la grasa», escribió.

Y años después, el gran escritor chileno Francisco Coloane detalló los crímenes provocados por el control de esas apreciadas pieles.

Había flotas noruegas y británicas, alemanas, rusas, holandesas y japonesas, dedicadas específicamente a arponear ballenas, para vender su aceite; utilizado como combustible para lámparas, lubricantes industriales y grasas comestibles.

En 1946 se iniciaron esfuerzos para protegerlas, pero hasta 1960 en que los ambientalistas revelaron que son criaturas inteligentes y sociables que cantan en las profundidades de los océanos, hubo presiones suficientes para disminuir su matanza.

Pero desgraciadamente no ha cesado, pese a la firma del Protocolo de Protección del Medio Ambiente Antártico (PPMAA), que estará vigente hasta 2048 y designa al continente blanco, reserva natural destinada a la paz y la ciencia.

El cambio climático también socava la estabilidad ecológica de la Antártica; las advertencias sobre el calentamiento de la región se iniciaron hace veinte años y ahora es urgente proteger su fragilidad, para que las poblaciones marinas puedan recuperarse de la sobreexplotación.

El profesor Norberto Ovando presidente de la Asociación Amigos de los Parques Nacionales y experto de las Comisiones Mundial de Áreas Protegidas y Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, alerta en un artículo para el portal Metro Latino Usa, que los impactos futuros de las prácticas actuales de pesca y el cambio climático son inciertos para la Antártica.

Y una nota de Cristina Pérez titulada La Antártica se derrite, publicada el pasado enero en el diario chileno La Tercera, refiere que una investigación de la Universidad de Santiago de Chile, (USACH) detectó que las corrientes cálidas profundas están subiendo debido a los vientos, calentando los glaciares y ocasionando desprendimientos de hielo.

Como el iceberg gigantesco de principios de este noviembre que, proveniente de hielos antárticos, navegaba cerca de Georgia del Sur, amenazando a poblaciones de pingüinos y focas en plena temporada de cría.

Pero no todo es negativo en los icebergs, el mismo medio chileno publicó declaraciones del doctor Peter Fretwell, precisando que también tienen parte positiva «porque llevan enormes cantidades de polvo que fertilizan el plancton oceánico y conectan la cadena alimenticia».

Y da tristeza que ni siquiera ese lugar tan alejado y puro se salve de la COVID-19.

Esta semana la base chilena Bernardo O’Higgins, establecida en 1948, registró 36 infectados; por lo que el ejército evacuó a veintiséis militares y diez empleados de una empresa contratista que se ocupaba del mantenimiento.

Y se prohibió el contacto entre las cuarenta bases internacionales, donde viven entre mil y cinco mil científicos y militares de diferentes nacionalidades.

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