Del teatro Poliorama de Barcelona al Galileo de Madrid, llega La banqueta, metáfora risueña y trágica de lo que puede dar de sí el ser humano a solas y en un entorno adecuado.
La ociosidad -decían los antiguos- es la madre de todos los vicios. Pon a dos personas habitualmente activas y acostumbradas a buscarse la vida en una isla idílica de paz, con tiempo suficiente para ensayar «lo suyo», y tendrás la pelea. Así ocurre en La banqueta, pero cualquier objeto compartido por ambas nos podría valer: la misma calita misteriosa frente al mar, la misma mesa, el mismo y único bar de pescadores.
En La banqueta, los puestos a prueba son dos músicos, esos seres a quienes imaginamos llenos de sensibilidad y virtudes celestes, todo despiste y desinterés por lo material; es igual, están a solas y sin público, tienen tiempo y acabarán llegando a las manos. Están en medio de Los Alpes suizos, en la habitación de un hotel idílico que ocupó Rostropovich, nada evitará la contienda. Se diría un matrimonio que ya agotó el sexo y al que sólo le queda el despelleje, los reproches y la cicatería como afición y el sacarse los defectos como hobby principal.
Manos a la obra. Afinen sus instrumentos que empieza la danza macabra. Una danza macabra que, de puro exagerada y grotesca, hará reír, pero sólo al que lo ve desde fuera. Es así como, en un momento dado, a punto de haber sangre, el público lo impide adelantándose con la risa, esa arma tan poderosa y disolvente.
Al hartazgo de los días, sucede la falta de espacio vital -nada menos- y de aire puro en medio de Los Alpes suizos: la culpa, para La banqueta. Ese sufrido mueble que, durante los larguísimos ensayos y los exitosos conciertos soporta las posaderas de ambos -tocan a dúo-, acabará siendo el chivo expiatorio del no te aguanto más que es «no me aguanto ni a mí mismo».
Curiosamente, el neurótico que no se aguanta más es el corpulento Vladimir, que tiene voz de tenor, lo cual es una gracia añadida y sin duda muy buscada por el director y apreciada por el público. Vladimir, seguramente por similitud con su tocayo del absurdo, resulta un payaso un tanto patético frente a Pablo, que a veces le tolera, a veces no. Pablo no es en todo caso Estragon, aunque Vladimir siempre parece esperar que le zarandee. Y mientras el sufrido Pablo, pausada voz de barítono, interactúa exitosamente con el medio alpino (sale, da paseos, liga con Trüdi), Vladimir se encierra más y más, atrapado en su neurosis victimaria, rumiando a solas y con todo el espacio para él, sus frustraciones pasadas y presentes. Luego a la vuelta, Pablo le contará sus progresos y Vladimir reventará, filtrando sus logros a través de la ironía nihilista.
Hay muchos motivos por los que ha llegado a esto: la última noche con su pareja formal fue más que deplorable, o así la ve él, una especie de anticipo ojeroso a lo que le iba a pasar con Paco.
En resumen, la obra es divertida y grotesca, compendio y cifra de la naturaleza humana. Y está interpretada por dos grandes actores cómicos, aunque opuestos en todo y puestos a prueba hasta llegar a mezclarse y contagiarse. Como los grandes dúos de la literatura mundial.
- Título: La banqueta
- Autor: Gérald Sibleyras
- Compañía: Botarga i Vania
- Director: Paco Mir
- Reparto: Ricard Borrás y Pep Ferre
- Teatro Galileo (Madrid)
- Fecha: 20 de noviembre de 2013