En las sillas de las carriolas, como se llaman en México a los cochecitos infantiles, va una niña o un niño, pero también mochilas, algún juguete, mantas, colchonetas y un poco de comida para el camino. Los carros y sillas para niños ya van destartalados, algunos han aguantado el viaje desde América Central, informan desde Querétaro los corresponsales de IPS Daniela Pastrana, Jose Ignacio De Alba y Victor Pernalete[1].
Llevan casi un mes caminando y más de 2000 kilómetros recorridos. Los pequeños se aburren, hacen berrinches (lloran), se enfadan. Prácticamente todos se han enfermado y muchos muestran las huellas del cansancio. Sus padres los abrazan, los cargan, los llevan en hombros, los hacen caminar de prisa, les agarran de la mano para que no se les pierdan y les pasan algún juguete para que se entretengan. Pocos tienen energía para regañarlos.
Contra todo pronóstico, la Caravana Migrante que salió el 13 de octubre de San Pedro Sula, en Honduras, parece reagruparse y tomar más fuerza en cada parada. Aunque en cada lugar hay deportaciones y retornos asistidos, cada vez son más los que se une al contingente. Incluso mexicanos que aprovechan la la caravana para irse a los Estados Unidos.
Es el sueño de una vida mejor. ¿Cómo llegarán al norte? Con «el favor del Señor», responden.
El grupo de avanzada, que salió de Ciudad de México el viernes 9, estaba integrado por unos setecientos jóvenes dispuestos a arriesgarse con tal de hacer su viaje más rápido. Y aunque había familias, la mayoría de las mujeres con niños optó por esperar un día más la posibilidad de un transporte seguro, que no llegó.
El grupo que salió el sábado 10, en cambio, era una tropa de bebés, niños, mamás (muchas muy jóvenes), ancianos y gente en sillas de ruedas.
Salieron todos juntos, a las 05:00 horas de la mañana, pero rápidamente se dispersaron por el camino. Algunos consiguieron un «aventón» (transporte gratis), otros tuvieron que caminar mucho más. La carretera federal 57, a la altura de la caseta de Tepozotlán, era una larga romería de humanos tratando de subirse a un camión o a un tráiler.
La escena, metros después de la caseta, era propia del realismo mágico mexicano: policías federales, curas, monjas, funcionarios con chalecos de la secretaría de salud y de la comisión de derechos humanos del Estado de México, todos convertidos en «polleros» que detenían los vehículos y organizaban la subida de cientos de familias a las cajas de tráileres. La fila se extendía más de un kilómetro.
Muchos, desesperados por el calor, comenzaron a caminar. Y así, a lo largo de la carretera se veían montones de personas avanzando.
Después de doce horas de la salida de Ciudad de México, todavía había gente llegando a Querétaro, donde el gobierno estatal había dispuesto todo para que no entraran al Estado, sino que bordearan por el libramiento directo hacia Guanajuato.
Pero los refugiados ignoraron las instrucciones que corrían por el altavoz en la caseta, de llegar al cruce de Palmillas, donde el gobierno estatal instaló un campamento en medio de la nada. La carpa instalada se quedó vacía, porque todos los que llegaban y veían que no había más gente y que estaba muy lejos de su destino, optaban por seguir su camino hasta el estadio Corregidora.
En Querétaro nunca se había visto algo así. Desde el viernes 9 por la tarde, los primeros migrantes llegaron a la ciudad, y unos cuantos cientos se instalaron en las inmediaciones de la Alameda Hidalgo antes de ser trasladados a los pasillos interiores del estadio, que fungió (sirvió) como improvisado refugio.
Rebelión migrante y disculpas del gobernador
Querétaro es una ciudad acostumbrada a vivir la migración en silencio. Sus vías férreas han sido testigos del paso de cientos de miles de personas que en los últimos años han cruzado México siguiendo el sueño americano. Aquí, escondidos, expatriados, han vivido su propio suplicio.
Apenas algunos organismos de la sociedad civil, como la Estancia del Migrante González y Martínez atienden el asunto de manera global.
Pero este fin de semana la migración se rebeló. El monumento a Conín, sobre la autopista 57, que da la bienvenida a quienes vienen de la capital, vio cómo miles de migrantes llegaron con la frente al sol. Un éxodo doloroso que ocupó la casa de los Gallos Blancos, el equipo de fútbol que el fin de semana se había ido a jugar a Veracruz.
El gobierno del Estado se vio forzado a adoptar una actitud proactiva, apenas unos días después del exabrupto del gobernador Francisco Domínguez. Cuestionado por el asunto de la Caravana que venía, afirmó que había que revisar los antecedentes penales de los migrantes, pues la mayoría de venezolanos que han llegado son delincuentes. Horas más tarde tuvo que pedir perdón. Y ahora la atención a la Caravana se volvió una cuestión de Estado.
Las corporaciones de seguridad, Protección Civil, salud y atención a la familia están abocadas a la atención de más de 4000 migrantes que llegaron a la ciudad. El operativo de salud atendió, hasta la mañana del sábado 10, a 135 personas, la mayoría por problemas respiratorios.
El caso más grave fue el de una joven que presentaba un aborto incompleto. Julio César Ramírez Argüello, secretario de Salud, informó que una joven embarazada arrastraba el problema desde hace días, pero no se atendió en la Ciudad México por apurar el paso y sufrió una infección severa. Es atendida en el Hospital de Especialidades del Niño y la Mujer.
Los pasillos internos del Corregidora, acostumbrados a la instalación de negocios y espacios de publicidad en los partidos del equipo local, fueron tapizados por colchonetas, y cobijas ingeniosamente colocadas sobre la infraestructura del lugar para crear sombras.
Aunque las autoridades sirvieron arroz, frijoles y tortillas para miles de migrantes, no fueron pocos los que recorrieron las calles aledañas del estadio buscando más opciones de alimentación: pollo rostizado (asado), tacos dorados (fritos), gorditas(tortillas pequeñas y gruesas) rellenas. Fue un buen día para la economía local.
Tal vez por el lugar, muchos se animan a jugar con sus balones. Otros compran y venden cigarrillos, y algunos más juegan partidas de póker. Pero los más buscan protegerse de los rayos del sol para descansar un poco o tomar baños improvisados con algo de agua en un vaso. En algunos multicontactos se amontonan decenas de celulares (móviles) para cargar baterías y avisar que están bien.
Por increíble que parezca, la rebelión funciona. Hacerse visibles en un Estado donde eran invisibles les ha dado seguridad.
A mitad del camino
El vendaval migrante dejó Querétaro en pocas horas. Los migrantes que llegaron un día antes dejaron el estadio a primera hora del sábado para dirigirse a Guanajuato, su próximo destino. Tienen urgencia por llegar al norte. Pero tras este contingente, vienen varios más que recorren el sur del país.
Pero quienes este fin de semana se instalaron en el estadio Corregidora lograron, oficialmente, cumplir con la mitad de su objetivo. La línea está marcada en la zona turística de Tequisquiapan, donde se encuentra el Monumento al Centro Geográfico de México, que corta justo a la mitad el país. Una línea que marca un hito para la Caravana, en la que cientos de niños crecen rápidamente.
Cuando terminen su periplo no sólo habrán crecido algunos centímetros, sino que muchos de ellos, a su corta edad, han hecho frente a situaciones extraordinarias aun para los adultos.
Falta ahora la segunda parte del país antes de llegar a la frontera con Estados Unidos. Pero si algo quedó claro con la salida de Ciudad de México, el lugar donde han tenido más comodidades, es que esta Caravana ya perdió el miedo. La meta está cumplida a la mitad. Seguirán caminando, con sus carriolas destartaladas, con la meta fija en la frontera.
- Este artículo fue originalmente publicado por En el Camino, un proyecto de Periodistas de a Pie .
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