La esfera que nos contiene es un ejercicio de reconocimiento a los maestros y maestras de la II República Española. El femenino “maestras” tiene aquí su perfecto desarrollo y sentido pleno porque fue uno de los primeros oficios para los que se consideró capacitada a la mujer a la hora de ejercer una profesión fuera de casa y en el que se la consideró igual de capacitada que al hombre.
Un texto que, mirando de refilón la novela Historia de una maestra, de Josefina R. Aldecoa, (de ahí que tantas veces se mencione a León y sus aldeas mineras), recorre los avatares de la profesión de maestro, para lo que cuenta con numerosos aportes audiovisuales, multitud de personajes ¡para tan sólo dos actores!, y no pocas fechas que van recorriendo lo que fue la enseñanza en España, desde las postrimerías del siglo XIX con la Guerra de Cuba hasta la Guerra Civil.
Primero podía ser maestro cualquiera con tal de haber hecho unos cursillos, y supongo que a algunos hasta se lo regalarían por buena conducta, después hubo que estudiar Magisterio. De guerra en guerra, la importancia de la profesión crecía y cada cual libraba su batalla personal por salir adelante, y es ahí, en la intrahistoria de los sufridores, donde el texto ahonda con palabras de Miguel Hernández, Lorca, Casona y sus misiones pedagógicas, la Institución Libre de Enseñanza… Pero sobre todo, y sin dejar de hablar de educación, la obra profundiza en el paso del tiempo por la tierra que cubre nuestro pasado y nos reclama un acto de coincidencia y de reconocimiento. «Nuestros hijos no podrán -ni querrán acordarse-, pero serán nuestros nietos los que vengan a llorar sobre nuestras calaveras venerables». Así es y así será.
Esta parte, que nos atañe a todos, es quizás la más emocionante de la obra, pues es cierto que la segunda generación siempre está demasiado ocupada y ha de ser la tercera, la de los nietos, quien se ocupe de restañar las heridas infligidas a sus abuelos. De ahí también la necesidad de restaurar la memoria, no sea que caigamos en lo mismo. La vehemencia –y violencia- del texto, junto con la mera sucesión de los hechos, da un poco de repelús, miedo a secas, como si hubiera ocurrido todo de una manera tan inconsciente y por ello pudiera volver a ocurrir con la misma facilidad. Homenaje, sí, pero también descanso, para los vivos y para los muertos de esta tierra tan atormentada que sueña no aprende a convivir. Una función muy bien representada con abundantes toques de humor si bien el tema y los ambientes que recrea raramente permiten la risa. Una función que según leo, ya pasó por el CDN y el teatro del Barrio.
- Autoría y dirección: Carmen Losa (directora del Laboratorio William Layton)
Ireala Teatro y La caja flotante
Sala Mirador (Dr. Fourquet, Lavapiés, Madrid)
Fecha: desde el 16 de febrero
Función comentada: 17 de febrero de 2018