La ética es la gran ausente en la pandemia del COVID-19

Roberto Cataldi[1]

El prolongado encierro forzoso ha permitido que aflore lo bueno y lo malo de cada ser humano, las virtudes y los vicios. No hay duda que la cuarentena es necesaria para disminuir el número de contagios, concientizar a la población sobre los hábitos higiénicos y, ganar tiempo para poner en condiciones al descuidado sistema sanitario público, para muchos un gasto y no una inversión, a la vez que se desarrolla una carrera de investigación en todos los frentes.

La crisis globalizada ha puesto al descubierto la falta de previsión de los gobernantes a quienes desde hace tiempo se les venía avisando que podía suceder una catástrofe de esta naturaleza, pero desoyeron el conocimiento experto, se dejaron llevar por las ansias de poder, la intuición en los negocios, la visión distorsionada de la realidad, a lo que se le suma un profundo desconocimiento de la historia, más allá de la falta de solidaridad en los hechos, aunque no en los discursos.

La historia revela que la peste Antonina fue la primera pandemia que afectó al mundo occidental. Producida por la viruela, se extendió por el Imperio Romano durante el siglo II y ocasionó la muerte de unos cinco millones de personas. Curiosamente la peste se habría originado en el territorio actual de China.

Marco Aurelio Antonino Augusto, aquel notable filósofo y emperador, se rodeó de gente capaz, convocó a Galeno, quien fue la figura experta que presenció el pico de la pandemia, y también combatió la recesión económica vendiendo posesiones del Imperio para ayudar a la gente más vulnerable, incluso llegó a vender bienes de su rica esposa y, hasta pagó los funerales de las víctimas, asistiendo él mismo y pronunciando allí discursos.

Durante la campaña germana escribió en griego Meditaciones. Y en un pasaje, sostiene que la destrucción de la inteligencia es una peste mucho mayor, y que la falacia, la hipocresía, la molicie y el orgullo constituyen una peste propia de los hombres en cuanto son hombres.

En aquella época la superstición era la única manera que tenían los romanos de enfrentarse al flagelo y, como ahora, surgían charlatanes e impostores, siendo el más famoso un falso profeta oriental llamado Alejandro, quien se hizo rico vendiendo unos oráculos que protegían supuestamente a los moradores de las casas contra la peste.

Marco Aurelio murió víctima de la peste en el 180 y mientras agonizaba, pronunció estas palabras: «No lloréis por mí. Pensad en la enfermedad y la muerte de tantos otros». Su solidaridad le ganó el respeto y la admiración, una solidaridad que no se impone por decreto como creen algunos políticos que pretenden imponer la solidaridad con el bolsillo ajeno. Marco Antonio fue el líder que se necesitaba y que hoy el mundo no tiene…

Según un artículo de The New York Times, la empresa Cantor BioConnect de Estados Unidos, se promocionaba en los medios solicitando donaciones de sangre de personas que se hubiesen recuperado del Covid-19. Mucha gente acudió porque sentía que era una forma de ayudar a los investigadores para crear test de anticuerpos. La solidaridad de estas personas resulta encomiable.

Pero la empresa, al igual que otras en el mundo, vendía estas donaciones a laboratorios fabricantes de test. Sabemos que está legalmente prohibido que se pagué a los donantes de sangre, pero no que una empresa venda a otros laboratorios esa sangre. Y no solo vende dentro del país, con un precio razonable para el mercado estadounidense quizá siguiendo la consigna de Trump «America first», lo hace a laboratorios de otros países, variando los precios según el nivel de anticuerpos de esa sangre, llegando a los cuarenta mil dólares si es «sangre premium».

La empresa adujo que tenía muchos gastos, que su margen de ganancia estaba entre el treinta y el cuarenta por ciento, en consonancia con las normas de la industria, por lo cual alguien podría deducir que es una transacción perfectamente ética… En fin, uno de los tantos negocios lucrativos a espaldas de los donantes y sin considerar el sufrimiento humano.

La carrera por una vacuna o por un antiviral que sea realmente efectivo, demuestra el compromiso desinteresado de muchos médicos, investigadores e instituciones dedicadas a las «enfermedades desatendidas», que buscan contra reloj hallar una solución y salvar vidas, me consta.

Ahora bien, paralelamente en esta carrera se anotan las empresas que juegan en las grandes ligas, esas que cotizan en bolsa y mediante patentes buscan el monopolio de fármacos como ya lo han hecho en anteriores epidemias.

A la inversión farmacéutica jamás le interesó lo que no fuese altamente lucrativo, pues, en este rubro rige un capitalismo salvaje, bástenos como ejemplo la veintena de enfermedades tropicales que la OMS considera críticas, además de la tuberculosis que mata cerca de un millón y medio de seres humanos por año en todo el mundo.

Esta política de patentes de la OMC permite que durante un lapso de diez años el desarrollador tenga el monopolio de su producto y, en esta estructura de mercado el único productor o vendedor controla la oferta, fija libremente sus precios al alza, llegando a perjudicar así a los muchos consumidores que lo necesitan y no pueden acceder a esos precios, por eso se trata de una estructura no eficiente e indeseable.

Una cosa es mantener el monopolio de un artículo suntuario destinado a un pequeño segmento de la población y otra muy diferente el de un medicamento que puede salvar vidas, no es posible que todos los años haya millones de muertes en el planeta que podrían haberse evitado con costos accesibles.

Esta ignominia no puede lavarse con fondos de ayuda a la investigación o fundaciones destinadas al progreso de la ciencia o aportes a los congresos médicos.

Hoy diferentes grupos científicos, independientes de intereses o empresas que desarrollan o financian vacunas, convocan por Internet a jóvenes sanos a participar de los ensayos, que no están exentos de ciertas polémicas y cuestionamientos éticos. En efecto, existe una normativa internacional para los ensayos clínicos que se instrumenta en fases, las que demandan mucho tiempo, pudiendo llegar a veces a diez ó quince años.

Normalmente en la fase tres se comprueba la seguridad y eficacia del fármaco o la vacuna, participando un número importante de individuos. En esta oportunidad se convocará a un número menor. Una vez que la vacuna revele seguridad y capacidad para generar respuesta inmunitaria del organismo humano, de manera ciega unos recibirán la vacuna y otros placebo, procurando así actuar rápido porque la urgencia lo requiere. Se cree que más allá de los riesgos, los beneficios justificarán la aceleración del proceso. Sin duda es un ensayo de desafío humano como algunos lo han calificado.

Edward Jenner, considerado el padre de las inmunizaciones, descubrió la primera vacuna y lo hizo con audacia, pero el hallazgo no fue bien recibido en su tiempo, pues, tuvo la oposición científica e ideológica de pares, obispos e incluso de Emmanuel Kant.

Jonas Salk descubrió la vacuna contra la poliomielitis (era inyectable) y, le preguntaron a quién le pertenecía la patente del reciente descubrimiento: «A la gente. ¿Acaso se puede patentar el sol?».

Un estudio de la Revista Forbes estimó que dejó de ganar siete mil millones de dólares por no patentar su vacuna. Luego Albert Sabin descubrió la vacuna oral contra la polio, tampoco la patentó. Entre ambos hubo un enfrentamiento: virus vivos atenuados versus virus muertos inactivados, polémica que los enemistó. A ninguno de los dos le concedieron el Premio Nobel de Medicina, lo que revela que los tejemanejes en su adjudicación no son privativos del Premio Nobel de Literatura.

La corrupción jamás se toma vacaciones, ni siquiera frente a la debacle humanitaria que provoca la pandemia, pues, el dolor ajeno no es un impedimento para hacer negocios.

En Argentina se produjo un escándalo a nivel del gobierno nacional por la compra con sobreprecios de alimentos destinados a paliar el hambre de amplios sectores de la población. También en una de las provincias que es gobernada monárquicamente, porque una familia permanece en el poder desde hace décadas, se compraron cámaras termográficas para controlar la temperatura corporal de la población por una cifra millonaria, cuatro veces superior al valor del mercado.

Un amigo intelectual italiano me dijo: «Nella Corruzione, la responsabilità è di tutti», y yo le respondí: «Non é vero». En efecto, esa frase pretende absolver, porque si todos somos responsables, nadie lo es. Pienso que si viviese Victor Hugo, podría escribir la segunda parte de Los Miserables.

Las sociedades vienen atravesando transformaciones aceleradas. De la sociedad «disciplinaria» de Foucault, pasamos a la sociedad de «control» de Gilles Deleuze, luego a la sociedad del espectáculo de Guy Debord y la sociedad de «riesgo» de Ulrich Beck, llegando a la «sociedad del cansancio» y la «sociedad del rendimiento» de Byung-Chul Han.

Existe un sistema que procura crear consumidores (o quizás esclavos), una cultura de la celebridad, una performance social dada por elementos externos a la persona, ya que «aparecer» es la clave para ser alguien, una intimidad que ha perdido el pudor, un ámbito social que estimula todos estos comportamientos y valores. Se transforman los cuerpos y también las formas de ser y de estar en el mundo.

Pero en estos días de cuarentena, como dicen los franceses: «nous sommes dans une impasse». En efecto, todo parecería estar en un punto muerto y no sabemos cómo será la sociedad pospandemia.

La salida no sólo es un problema sanitario ni solo un problema económico, es también un problema cultural y ético. Alejandro Magno, el mayor conquistador del mundo antiguo, discípulo de Aristóteles, murió siendo joven de una enfermedad infecciosa y, solía decir: «De la conducta de cada uno depende el destino de todos».

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)
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